El lado oscuro de la «Razón»

Terminábamos la anterior entrada de este cuaderno de investigación presentando algunas de las problemáticas enfrentadas por el proyecto de la Ilustración, en lo referente a su aplicación práctica, obteniendo un resultado mixto.

De un lado, en el ámbito de las disciplinas actualmente ubicadas dentro de las llamadas ciencias naturales, los aportes de la Ilustración han sido innegables y valiosos para su evolución posterior. Gracias al desarrollo de metodologías para la medición de fenómenos, el diseño de nuevos medios para mejorar su observación, la aparición de elementos que permitieran sistematizar y compartir los conocimientos (la Enciclopedia) y el planteamiento de una metodología estandarizada para llevar a cabo investigación en diversos campos y compartir los resultados alcanzados (el Método Científico).

De otro lado, en el ámbito de las ciencias sociales, los resultados no son tan fáciles de valorar. Encontramos innegables avances vinculados al desarrollo del Estado moderno, el diseño de un entramado institucional capaz de responder con mayor eficacia a las necesidades de sociedades en rápido crecimiento o su propuesta de fundamentar la legitimidad del orden político en un acuerdo razonado de voluntades, ilustrado en el contrato social.

Pero esta aplicación de la Razón a la organización de la convivencia colectiva y la toma de decisiones que afectan a toda la comunidad, lejos de conducir a un nuevo orden social armónico y pacífico, en el que los conflictos se resolverían de forma racional, como prometía la Ilustración, condujo a uno de los momentos más convulsos de la historia.

Basta con recordar algunos de los hitos históricos de los siglos XVII y XVIII: la Revolución Americana, la Revolución Francesa o el Régimen del Terror posterior, que también reivindicaban la Razón como elemento fundamental de sus respectivos proyectos políticos. Convulso panorama que el gran pintor español Francisco de Goya denunciaba, en 1799, en un grabado titulado de forma sugerente como El sueño de la razón produce monstruos.

“El sueño de la razón produce monstruos” Francisco_José_de_Goya_y_Lucientes. Dominio Público

Realidad que se pudo apreciar con mayor claridad a lo largo del siglo XIX, con las Guerras Napoleónicas y sus diferentes conflictos satélites, que llegaron a sumir Europa en un abismo político y social. Poniendo de manifiesto una contradicción entre la promesa ilustrada y la realidad del momento.

En este contexto histórico surgieron nuevas escuelas de pensamiento filosófico que se dedicaron al estudio crítico de la Ilustración y sus grandes autores, con el fin de responder a preguntas tales como: ¿en qué momento había experimentado esa desviación el proyecto ilustrado?, ¿a qué se debía?, ¿había alguna salida posible?, ¿cómo corregir esa dinámica?

Mientras la Europa de los siglos XVIII y XIX se sumergía en el caos y la guerra, surgió uno de los movimientos filosóficos más importantes de la historia moderna, surgido precisamente en uno de los lugares más afectados por estos fenómenos: lo que actualmente conocemos como Alemania. En aquel momento, uno de los escenarios más cruentos de las Guerras Napoleónicas.

La batalla de Austerlitz, 2 de diciembre de 1805 (François Gérard), uno de los enfrentamientos centrales de las Guerras Napoleónicas

  Idealismo para entender el caos de la realidad

El esfuerzo teórico más importante desarrollado en aquella época para comprender esta convulsa evolución de los acontecimientos fue planteado por una nueva generación de pensadores que han pasado a la posteridad con el nombre del Idealismo Alemán. Movimiento filosófico vinculado con otras corrientes de la época, como el romanticismo, que planteó una peculiar radicalización de las propuestas de la Ilustración. Es decir, proponía ir más allá de lo que había propuesto la Ilustración.

Tal radicalización consistía en poner mayor énfasis en la reflexión sobre el papel del sujeto (concepto que también hemos abordado en el post anterior) en los procesos de creación del conocimiento y su relación con la realidad. Esperando que, gracias a este esfuerzo, fuera posible superar los límites y problemáticas de los dos principales movimientos filosóficos surgidos de la Ilustración: el racionalismo y el empirismo.

Según la opinión de estos autores, ambas posturas son problemáticas porque rompen la relación entre el sujeto que conoce y la realidad que está conociendo. Dimensiones que, desde su interpretación, habían estado integradas hasta el momento en el marco de la reflexión filosófica y el proceder teórico de la Ilustración separa de forma evidente. De un lado, el empirista, considerando que el sujeto conoce de forma pasiva gracias a impregnaciones o impresiones que producen en él los fenómenos y, de otro lado, el racionalista, subordinando el conocimiento a la interpretación activa del sujeto a través del ejercicio de la razón.

Según esta visión crítica, ambas posturas terminan subordinando alguno de los elementos de este binomio con respecto al otro. De manera que nos veíamos obligados a tener que elegir entre una concepción de conocimiento muy anclada en el objeto, en la que se reduce al mínimo la participación del sujeto, frente a otra que otorga el mayor grado de protagonismo a la razón, tomando como ejemplo el famoso Cogito cartesiano que puede fundamentar a partir del raciocinio, y solo a partir de él, la totalidad de la realidad espiritual y material.

Discusión teórica de gran importancia en la época a la que trata de responder Inmanuel Kant, considerado el pensador culmen de la Ilustración, con el planteamiento de su Crítica de la razón pura. Buscando un equilibrio entre ambas partes, al plantear que el proceso de conocimiento se daba a partir de la convergencia entre una realidad objetiva que existe efectivamente, pero que el sujeto solo puede conocer de forma incompleta o parcial.

Para Kant, la capacidad del sujeto para conocer la realidad es limitada al tener que pasar por dos filtros, que son los que permiten  conocer esa realidad: el Tiempo y el Espacio. Conceptos a los que denomina formas a priori del entendimiento y constituyen una especie de “filtros mentales” que definen aquello que somos capaces de conocer  o  aquello que  nunca seremos capaces de conocer.

Desde el punto de vista de Kant, esta propuesta permitía reconciliar al Sujeto y el Objeto (la Realidad), reconstruyendo esa unidad primigenia que se había roto.

Retrato de Inmanuel Kant por Johann Gottlieb Becker

Planteamiento que no era compartido por los pensadores adscritos al idealismo alemán, quienes seguían considerando que el sujeto mantenía un papel pasivo en el marco del conocimiento y no se había reflexionado suficientemente sobre su potencial en todo este proceso.   En líneas generales, estos autores consideraban incompleta o limitada la labor desarrollada por Kant y pretendían culminarla.

 Johann Gottlieb  Fichte (1762-1814), quien fue uno de los fundadores de esa escuela del pensamiento, partió de las ideas de Kant para desarrollar una teoría del conocimiento particular, basada en los conceptos de Yo y Ego absoluto, según la cual el conocimiento es un acto del Yo que se constituye a sí mismo a través de su actividad de conocer. Desarrollando una filosofía centrada en el sujeto, donde la realidad  puede entenderse como una manifestación de éste al actuar. Téngase en cuenta que este es un esfuerzo por superar el famoso solipsismo cartesiano.

Este tipo de pensamiento se adscribe dentro del subjetivismo y, al ser la capacidad de generar ideas la característica identificativa del sujeto, se explica el término idealismo usado en la denominación. Conviene explicar que en este enfoque filosófico no se está subordinando la realidad al sujeto, sino que la subsume. Es decir, que solo puede haber objeto (realidad) en el marco de la actividad del sujeto.

Estas ideas fueron ampliadas y modificadas por Friedrich Wilhelm Josep Schelling (1775-1854), planteando en clave idealista una filosofía de la naturaleza y una filosofía de la identidad. Proponiendo la naturaleza como una manifestación del sujeto (espíritu). Dicho espíritu es, así mismo, parte de la naturaleza y el conocimiento es entendido como el proceso que permite al espíritu, actuando por su propia voluntad, reconocerse a sí mismo en su naturaleza.   Enfoque a partir del cual se aprecia la realidad desde un punto de vista dinámico; en el fondo, lo central es este movimiento de autorreconocimiento que lleva a cabo el espíritu. Es lo que hay que comprender y estudiar.

Estos pensadores entienden el concepto de Espíritu (Geist) como la parte racional del sujeto, una especie de conciencia autónoma orientada hacia el conocimiento. Es una idea llena de matices, que no es fácil entender fuera del ámbito especializado. Como demuestra que, en ciertas versiones inglesas de estos textos, se haya obrado por traducir el término alemán Geist por el inglés Mind (mente en español). No pretendemos dar respuestas concluyentes respectó a este punto, solo llamar la atención sobre su especial dificultad y la necesidad de tenerla como referencia en lo que se expondrá  a continuación.

Hegel, Espíritu y Dialéctica

Además de ser una de las figuras centrales de la filosofía occidental, Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) es considerado el mayor representante del idealismo alemán.

Desarrolló un ambicioso sistema filosófico que pretendía incorporar la herencia adquirida del pensamiento previo y el de sus contemporáneos. Sistema filosófico que buscaba explicar la totalidad de la realidad, tanto en sus aspectos dinámicos como estáticos, y solucionar las problemáticas que no habían sido resueltas previamente. Alcanzando una especie de momento culmen en la historia de la filosofía, en el que todas las preguntas filosóficas hubieran sido respondidas. Impresionante propuesta que pretende llevar a cabo en tres fases.

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https://es.wikipedia.org/wiki/Georg_Wilhelm_Friedrich_Hegel#/media/Archivo:1831_Schlesinger_Philosoph_Georg_Friedrich_Wilhelm_Hegel_anagoria.JPG

Retrato de Hegel

El campo del Espíritu

La primera de estas fases está asociada a la redacción de su obra más conocida, la Fenomenología del espíritu (1807). Texto en el que Hegel pretende explicar cómo es el proceso que permite al Espíritu reconocerse a sí mismo en la naturaleza.

Hegel parte de la idea formulada siglos antes por Heráclito, según el cual la realidad se encuentra en un devenir constante y, por tanto, es este el contexto en el que se encuentra el sujeto que debe ser capaz de comprender.   Ahora bien, ¿cómo llevar a cabo este proceso?

Pregunta que conduce, en primera instancia, a una reflexión sobre el método (o la forma) en que el Espíritu puede conocer. Explicando en qué consiste la fenomenología: según la cual el conocimiento surge de la experiencia inmediata, es decir, de la conciencia del espíritu que se enfrenta al mundo tal y como se le presenta, a la manera empirista. Pero, como plantea el racionalismo, esta experiencia directa de la realidad no puede dar lugar a la verdad; es limitada al ser muy dependiente de la apariencia ( los sentidos).

El camino hacia la verdad supone salir (superar) esta primera etapa de conocimiento por parte del Espíritu, a la que podemos denominar conciencia sensible; pasa por un primer ejercicio de organizar y empezar a establecer una mínima coordinación de todos estos datos sensoriales (aislados y caóticos) que facilitan los sentidos. Momento al que se denomina percepción.

Instancia que resulta igualmente limitada, debido a que los objetos percibidos son ellos mismos cambiantes e incluso contradictorios. Planteándose otro reto: avanzar hacia el conocimiento de su esencia subyacente, entendida como aquello que no cambia y que podemos entender como el sustrato de su identidad.

El desarrollo de este proceso conduce a que el espiritu llegue a tener una suerte de auto-conciencia que le permita desarrollar su subjetividad (su existencia como ser conciente); lo cual implica también su relación on otro ser consciente. Lo que nos permite vislumbrar la idea de que el sujeto (en términos sociales) se forma en el marco de la interacción con cierta alteridad.

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Es aquí cuando se aprecia la concepción hegeliana de Razón, que no es otra cosa que la capacidad del espíritu para reconocer que existe cierta coordinación, que deviene en unidad, entre su voluntad y el mundo. Gracias a esta capacidad se puede avanzar hacia la comprensión de temas más abstractos, como el de la libertad o la moral, relacionados con la capacidad de actuar conforme a principios universales (no individuales).

Apreciamos aquí que la razón no tiene ese carácter instrumental y una naturaleza tan transparente como podíamos apreciar en la filosofía de autores anteriores. En Hegel, la Razón se convierte en un concepto poliédrico y plagado de dificultades teóricas, que permite al espíritu conocer las contradicciones y paradojas de la realidad.

Prueba de su carácter problemático (paradójico) reside en el hecho de que es capaz de percibir la diferencia entre el individuo y la comunidad. Porque, entre otras cosas, permite comprender que la libertad individual entra en conflicto con la sociedad. Acercándonos a los debates y puntos de reflexión de la filosofía política.

Esta conciencia de ruptura marca el siguiente paso del espíritu, buscando su realización plena en la vida ética(Sittlichkeit), que no debe ser confundida con la ética como la entendemos actualmente, que tiene su manifestación en instituciones sociales que permiten llevar a cabo la reconciliación entre la libertad individual del sujeto y su carácter colectivo (Universal). Instituciones como la familia, la sociedad civil o el Estado, en cuyo seno el sujeto individual es capaz de encontrar su identidad y propósito. Asignándose al Estado un papel determinante como manifestación concreta de la libertad ética.

Pero el recorrido no acaba aquí; el espíritu sigue su camino de desarrollo para conocer la verdad (debemos recordar que este también es un proceso de autoconocimiento) en un siguiente estadio que es la Religión. Según Hegel, la religión es una forma en la que el espíritu se presenta a sí mismo, mediante la mitología y el simbolismo. Es una estancia de acercamiento a las verdades más profundas, a su naturaleza como espíritu, aunque de forma indirecta. Prefigura la conciencia de lo Absoluto, aunque también queda limitada en su capacidad de conocerlo.

El siguiente, y último, estadio del camino es el ámbito del saber absoluto. Que no puede ser entendido como una sumatoria de conocimientos particulares, como plantearía la visión cientificista de la Ilustración, sino como una comprensión de la totalidad (del Todo) de manera integral (anticipando la idea de visión sistémica).   A esta comprensión del Todo es algo que Hegel denomina Filosofía y, según su planteamiento, constituye la culminación del recorrido del espíritu hacia el conocimiento de la verdad.

A la totalidad de este recorrido que hace el espíritu para alcanzar el saber absoluto, lo que a la vez implica conocerse a sí mismo y realizarse, es a lo que se denomina Historia.

Monje a la orilla del mar, de Caspar David Friedrich

Dialéctica. El conocimiento en movimiento

La segunda fase en la construcción del sistema filosófico hegeliano, que complementa la travesía del espíritu resumida anteriormente, la encontramos en su dialéctica.   Método utilizado por Hegel para explicar la dinámica que permite al espíritu avanzar por las diferentes etapas del camino.

Reflexión que desarrolla en otra de sus obras, La ciencia de la lógica. Libro que curiosamente fue escrito entre los años 1812-1816, el momento de mayor efervescencia de las guerras napoleónicas, en el que se explica y desarrolla los diferentes pasos de la lógica dialéctica, que nos es presentada como el método que permite comprender la estructura del pensamiento y su relación con la realidad.

El libro se encuentra dividido en tres partes, denominadas lógica del ser, lógica de la esencia y lógica del concepto, que muestran de manera sucesiva las diferentes etapas en el desarrollo del pensamiento desde lo más abstracto hasta lo más concreto. Notese que este es el orden inverso al utilizado en la Fenomenología del Espíritu, donde se avanza de los más concreto (el sujeto individual) hasta los más abstracto (el Absoluto).

La Dialéctica se desarrolla en tres momentos sucesivos, descritos en la obra, entre los cuales se mueve el pensamiento a través de la contradicción: el objeto, la negación del objeto y la negación de esa primera negación. Cada uno de estos momentos aporta nueva información que saca a la luz características del objeto, permitiéndonos avanzar hacia un conocimiento integral del mismo. Ilustrando dos principios básicos de la filosofía hegeliana: la unidad de los opuestos y la convergencia de la diferencia.

Lo importante para entender el método dialéctico es asimilar que su naturaleza no es lineal, sino cíclica y recursiva. La negación de la negación da lugar a un nuevo objeto que, a su vez, también se somete al proceso dialéctico y así de manera continua. Proceso que se desarrolla de forma autorreferente (usando una terminología actual) a partir de una sola acción, la negación.

Una vez ha establecido los cimientos de su edificio teórico con la fenomenología del espíritu y el método dialéctico, Hegel avanza en la tercera fase del desarrollo de su sistema filosófico. Donde profundiza el estudio de diferentes manifestaciones del espíritu (el Derecho, el Estado, la Historia, la Sociedad, etc.).

Para finalizar, queremos destacar como a lo largo de este breve recorrido por el pensamiento hegeliano podemos encontrar los principales conceptos y elementos que han permitido desarrollar la teoría social moderna. Aspecto sobre el que profundizaremos en nuestra próxima entrada.

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