El sentido del falsacionismo, para cualquier ciencia, parte de las siguientes ideas formuladas por Karl Popper:

  1. La lógica formal es el órgano fundamental de la critica racional
  2. Si partimos de premisas que son verdaderas y realizamos una inferencia lógica de acuerdo con las leyes de la lógica formal, las conclusiones serán necesariamente verdaderas; o dicho de otra manera, la inferencia lógica transfiere la verdad de las premisas a las conclusiones.
  3. Del mismo modo, para una inferencia lógicamente válida, la falsedad de la conclusión, exige la falsedad de alguna de las premisas. Este es el fundamento de la capacidad de criticar la validez de una teoría en función de la falsedad de sus conclusiones.
  4. Si formulamos una teoría en forma de ley general, la falsedad de cualquier conclusión obtenida por medio de una inferencia válida, nos sirve para “falsar” la teoría, es decir, mostrar que esta es lógicamente falsa, lo que constituye la base del falsacionismo.

Para que una teoría sea “falsable” en el sentido fuerte definido por Popper, la teoría debe poderse plantear mediante un conjunto de proposiciones que formulen leyes de carácter universal de las que se puedan deducir conclusiones que sean comprobables empíricamente, mediante experimentos que se puedan repetir. La falsedad de uno sólo de estos experimentos se transferiría automáticamente a la teoría, quedando ésta refutada.

Ahora bien, el propio carácter histórico de las ciencias sociales, impone claros límites a las posibilidades del falsacionismo:

  1. En primer lugar, el hecho de que los conceptos que manejan los científicos sociales, cuando hablan del mundo histórico, constituyen abstracciones incompletas, que contienen una referencia implícita a un lugar y una época histórica concreta; por ejemplo, el concepto de feudalismo no se entiende igual si nos referimos a la Europa medieval, o al Japón de la era Kamakura o la China de los Reinos Combatientes. Es decir, los conceptos son nombres comunes imperfectos, incapaces de mantener un sentido constante sin la intervención implícita de deícticos no enunciados. Desde una perspectiva semántica, podríamos decir que son “seminombres propios” que no conservarían la característica de ser “designadores rígidos” como los nombres propios (en el sentido kripkeano), sino que se tratarían de designadores semirrígidos.

Por tanto, las descripciones históricas nunca pueden desindexarse de un contexto tomado en cuenta por designación, lo que necesariamente obliga a tener en cuenta su singularidad global; el uso trans-histórico de los conceptos obliga a una enumeración de las singularidades globales, así como a tener cuidadosamente en cuenta los respectivos contextos para poder conseguir una inteligibilidad comparativa.

  1. La condición lógica de universalidad de las proposiciones en las ciencias sociales no se da en el sentido estricto con el que se da en las ciencias naturales, donde la universalidad es general. En las ciencias sociales sólo se podría aspirar a una “universalidad numérica”, obtenida por conjunción lógica de los enunciados aplicados a las distintas singularidades globales a las que es posible indexar las descripciones históricas. Al no darse la condición de universalidad en sentido estricto, el mecanismo lógico de falsación dejaría de funcionar: cualquier constatación empírica que contradiga alguna de las proposiciones de la teoría podría ser atribuida a que el contexto no era el adecuado para comprobar la validez de la proposición. Este hecho es consistente con la imposibilidad de un planteamiento de las ciencias sociales en base al modelo nomológico de las ciencias naturales.
  2. Por último, las pruebas empíricas de una proposición teórica no pueden revestirse nunca en sociología de la forma lógica de la falsación en sentido popperiano, ya que las ciencias sociales se basan en enunciados históricos que no se pueden liberar de las coocurrencias ligadas con sus coordenadas espaciotemporales, en contraposición de las ciencias naturales donde es posible repetir las ocurrencias definiendo acontecimientos refutables. Además , a la hora de plantear un experimento , nos encontramos con el problema de fijar las condiciones iniciales del mismo, ya que éstas dependen del contexto que en ningún modo puede ser definido mediante una serie finita de enunciados.

Resumiendo, las condiciones necesarias para que el mecanismo lógico de la falsación funcione no se da en las ciencias sociales ya que las premisas nunca son universales en sentido estricto, ni las pruebas empíricas pueden constituir un criterio de refutación por su falta de completitud. Podemos concluir, con Passeron, que la falsabilidad no puede ser el criterio de validez empírica de las ciencias sociales, que sin embargo pueden adoptar criterios de validez empírica menos estrictos como puede ser el de “ ejemplificación metódica”.

Una crítica más radical al planteamiento de Popper, es la que hace Theodor W. Adorno en el marco de la “Disputa del positivismo” , que se puede resumir , en palabras de Jacobo Muñoz, como una contraposición entre la razón analítica y la razón dialéctica:
Adorno no considera aceptable la tesis de que la lógica formal sea el órgano fundamental de la crítica en las ciencias sociales; precisamente por su carácter histórico y el carácter de la sociedad como totalidad recíproca, Adorno considera que la crítica racional debe ser dialéctica, ya que la dialéctica maneja un concepto de verdad no estático; la dialéctica en su trascurrir está obligada a la contradicción continua, y sólo posee unicidad lógica, entendida como no-contradicción, como totalidad ejecutada (no reconociéndose el principio de no contradicción en cada uno de sus pasos).

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