Como hoy es el día de Santa Teresa de Jesús, un buen amigo me ha enviado uno de sus poemas que empieza de la siguiente manera:
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda.
Las dos primeras líneas me sugieren, inmediatamente, el concepto griego de “ataraxia” que significa, literalmente, no-turbación. La ausencia de turbación se consideraba tanto por los filósofos de la escuela escéptica, como por los epicúreos, la condición fundamental para alcanzar la felicidad (eudaimonía) o, siendo más precisos, la vida buena. Lo curioso es que los epicúreos creían que el conocimiento contribuía a conseguir la “ataraxia”, mientras que los escépticos pensaban todo lo contrario, el incremento de conocimiento sólo produce, para ellos, turbación de ánimo.
Hay quien opina que los estoicos también primaban la búsqueda de la “ataraxia”, pero los expertos explican que la escuela estoica buscaba más bien la supresión de sentimientos, lo que denominaban “apatheia”, apatía; a través de la supresión de los sentimientos , los estoicos conseguían la “ataraxia”; mientras que los epicúreos conseguían la “ataraxia” disfrutando de los sentimientos que producen los placeres de la vida.
Pero, ¿cómo consigue la “ataraxia” Santa Teresa? La respuesta está en las dos líneas siguientes que, en mi opinión, no tienen desperdicio.
En primer lugar, la santa abulense empieza diciendo “todo se pasa” que nos recuerda a Heráclito de Éfeso, en su defensa de que todo está en movimiento, es decir, el mundo está en permanente devenir, como recoge el célebre fragmento 12 según Diels- Kranz, donde dice : “Encima de quienes entran en los mismos ríos diferentes y siempre diferentes fluyen las aguas”, que Platón interpretó como “Nada es, todo pasa, no podemos bañarnos dos veces en el mismo río”. En un contexto donde todo está en movimiento, Santa Teresa ancla su ánimo en Dios lo que le permite alcanzar la imperturbabilidad.
En la última línea, al decir “Dios no se muda” parece que resuelve el problema del ser de Parménides que ha atormentado y sigue atormentando a la filosofía occidental. El ser de Parménides es uno, eterno, ingénito e imperecedero, atributos que se pueden aplicar sin problema al Dios de Santa Teresa. Dios es el Ser, pero el todo (el mundo) no es Dios, por lo que el error de Parménides, que acabó negando el movimiento, es aplicar los atributos del Ser al Universo, describiendo éste como una esfera perfecta. Sin embargo, la idea de Parménides de que es lo mismo el Ser que el Pensar sería la estrategia que emplearía nuestra santa para alcanzar la “ataraxia”: el constante pensamiento en Dios sería la fórmula magistral que permitiría superar el constante devenir del mundo.