Descripción:

Segundo episodio de la serie de divulgación audiovisual «Reflexiones cosmológicas», diseñada y desarrollada por nuestro presidente, Jose María Fuster van Bendegem. A través de la que abordamos e intentamos dar respuesta a algunas de las principales preguntas que surgen al estudiar el Cosmos, su naturaleza y las dinámicas que ocurren en su interior. Cuestiones alrededor de las que se constituye el espacio de investigación de la cosmología, en el que se establece un complejo y enriquecedor diálogo del que participan tanto la ciencia como la filosofía. En esta segunda entrega, José María nos invita a reflexionar sobre la pregunta ¿De dónde proviene la idea de Cosmos infinito y eterno?

Transcripción:

¿De dónde proviene la idea de Cosmos infinito y eterno?

Durante la Edad Media, las distintas cosmovisiones estaban condicionadas por la confrontación entre la perspectiva cosmológica descrita en el Timeo de Platón, y la que expuso Aristóteles en su libro “Acerca del Cielo”.

Ambos filósofos partieron de la idea de que la Tierra no se mueve, sino que se encuentra totalmente en reposo, tal como percibimos cualquiera de nosotros de forma natural. Observando el cielo nocturno desde la Tierra se pueden distinguir las estrellas fijas, en contraposición de las estrellas errantes, que trazan movimientos erráticos en el cielo y que en griego se denominan planetas.

Las estrellas fijas dibujan en el cielo las constelaciones que se nos aparecen siempre con la misma forma, como si rotaran en el cielo arrastradas por una gran esfera, suponiendo que la Tierra está en su centro. Esa gran esfera, que parece girar de este a oeste, constituye la bóveda celeste.

Tanto para Platón como para Aristóteles la esfera de las estrellas fijas marcaría el límite del universo que, en consecuencia, es finito, aunque sea muy grande.

Sin embargo, ambos filósofos discreparon radicalmente acerca de la eternidad del mundo. Mientras que para Platón el universo tenía un comienzo y se podía pensar como la imagen móvil de la eternidad, para Aristóteles el universo era eterno y estaba definido por el giro perfecto, sin comienzo ni fin, de la esfera de las estrellas fijas.

A partir de la formulación de la teoría de la gravitación universal por Isaac Newton, en la modernidad se asumió la tesis de que el universo es infinito, estático y eterno.

Newton concibió el espacio como una sustancia infinita, homogénea e inmutable, donde las estrellas y otros objetos materiales estaban distribuidos uniformemente. Este modelo permitía que las fuerzas gravitatorias se equilibraran en todas direcciones, evitando un colapso universal, aunque esta solución era inestable y dependía de la intervención divina para mantener el equilibrio.

Newton creía que un universo infinito era necesario para evitar que toda la materia colapsara hacia un único centro debido a la atracción gravitacional. En un espacio infinito con distribución uniforme de materia, los cuerpos celestes no se concentrarían en un solo punto, sino que formarían múltiples centros de atracción dispersos.

Sin embargo, además de ser inestable, el modelo se enfrentó ya en el siglo XIX con otros problemas, siendo el más célebre la “paradoja de Olbers”, que señaló la incompatibilidad de la oscuridad de la noche que en un universo como el newtoniano debería ser absolutamente brillante.

El modelo cosmológico estándar Lambda CDM ha resuelto la paradoja de Olbers, al establecer una singularidad inicial hace 13.800 millones de años que ha producido un universo que se expande aceleradamente.

Por esta razón, las cosmologías que se basan en un universo infinito y eterno se nos aparecen actualmente como ingenuas, dando lugar a la conocida como “paradoja de la paradoja de Olbers”.

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