Colaboración  especial de Fernando Fuster van Bendegem * , Director de Seguridad Privada y Coronel del Ejército de Tierra (R)

 

Dos embarcaciones navegan con rumbo de colisión cuando el ángulo de demora o marcación con el que se observan permanece constante en el tiempo. Para evitar el abordaje, al menos una de ellas debe variar su rumbo y/o velocidad. Así están las cosas entre los Estados Unidos y China, en rumbo de colisión ¿Serán capaces de alterar su política exterior para evitar este choque?

Un entorno geopolítico complejo y muy diverso

La región del Indo-Pacífico, que curiosamente coincide con el área de responsabilidad del Mando Combatiente de los Estados Unidos para el INDO-PAcífico (USINDOPACOM), engloba una diversidad de actores geopolíticos que la convierten en una región muy compleja y variada.

Con un peso próximo al 50% de la economía mundial, acoge a más de la mitad de la población del planeta, con tres de los cuatro países más poblados del mundo: China, India e Indonesia.

 

 

Una de las principales características de los estados de esta región, en especial de los asiáticos, es su fuerte identidad nacional tras su pasado colonial donde británicos, franceses, estadounidenses, holandeses, españoles y portugueses han dejado en mayor o menor medida su legado en casi todos ellos.

China ocupa un lugar central y es, sin lugar a dudas, la potencia más importante. India, por su parte, asoma como la segunda potencia emergente habiendo superado ya en PIB a Corea del Sur y Australia, aunque todavía lejos de Japón, que es la segunda economía de la zona detrás de china. De los diez mayores PIB mundiales cuatro son del Indo-pacífico: China, Japón, India y Corea del Sur.

Al potencial económico y poblacional hay que sumar su diversidad lingüística, cultural y religiosa. El budismo, el hinduismo, el islam y el cristianismo están presentes en la región, albergando al país musulmán más poblado del mundo, Indonesia, que junto con otros tres de Asia Central –Pakistán, Bangladesh y Malasia– suman 700 millones de fieles a dicha religión. Tiene además una geografía dispar, al incluir un continente y medio –Oceanía y la mitad oriental de Asia– y numerosos archipiélagos, entre los que destacan Japón, Filipinas e Indonesia, con miles de islas entre los océanos Índico y Pacífico, así como una decena de mares, entre los que hay que mencionar en nuestro caso al Mar Meridional de China. Por estas vías marítimas discurre la mayor parte del comercio mundial.

En lo político coexisten en la región regímenes tan dispares como el de Corea del Norte, de corte estalinista y dinástico, o el de la China comunista –con sus regiones administrativas especiales de Hong Kong y Macao–, con democracias avanzadas como la australiana, la japonesa o la de Corea del Sur. A este complicado mosaico hay que añadirle la dimensión nuclear, tanto de China como la más que probable de Corea del Norte, ésta última mucho más limitada aunque también más peligrosa, habiéndose transformado en un elemento desestabilizador permanente para la región.

El despertar del Dragón

En 1949, tras la finalización de la II Guerra Mundial y de la Guerra Civil China (1927-1949), Mao Zedong proclamó la creación de la República Popular de China (RPC). “El pueblo chino se ha (había) puesto en pie”, en palabras del propio Mao, adoptando un sistema comunista con peculiaridades propias. Mientras, el depuesto Chiang Kai-shek se refugiaba con el ejército nacionalista en la isla de Formosa (Taiwán), manteniendo el reconocimiento y las relaciones diplomáticas de China entre 1949 y 1971, hasta que la Resolución 2758 de la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció a la RPC como “el único representante legítimo de China ante las Naciones Unidas” y expulsó a los representantes de Chiang Kai-shek de la Organización.

Aunque la emergencia real de China en la arena internacional se produjo a caballo de la Crisis Financiera Global de 2008. Previamente, de la mano de Deng Xiaoping, la RPC había experimentado un crecimiento económico significativo. En 1999 el PIB chino era tan sólo la novena parte (aproximadamente) del de EEUU. En 2008 alcanzaba ya la tercera parte –superando en 2010 al de Japón– y en 2020 era algo más de la mitad (en torno al 70%) del norteamericano: 20,94 billones de dólares frente a los 14,7 de China, según datos del Banco Mundial. Por su parte EEUU tiene una deuda total de su 133,92% del PIB, frente a un 57,12 % de China. La progresión económica de la RPC, la segunda potencia del mundo, no puede dejar indiferente al resto de competidores.

En septiembre de 2013, siendo ya presidente Xi Jinping, China anunciaba la ambiciosa iniciativa económica –y por ende estratégica– “One Belt, One Road” (OBOR), también conocida como la “nueva ruta de la seda”. Se trataba, básicamente, de establecer un corredor o vía comercial marítima (belt) y otra terrestre (road) que unieran Asia con África y Europa, y que en 2017 se extendería también a Sudamérica, para dar salida a la necesidad de exportación de la ingente producción china. Esta iniciativa permitiría que Pekín asumiera un mayor papel en los asuntos globales, aunque por otro lado haya puesto en evidencia su vulnerabilidad energética. Se pretendía que el proyecto quedara finalizado para la conmemoración del centenario de la república, en 2049. Hasta principios de este año 139 países, incluyendo China, se han adherido a la iniciativa con diferentes niveles de participación, representando el 40% de PIB global e incluyendo al 63% de la población mundial. Sin embargo, los países más ricos o desarrollados siguen vetando la iniciativa, especialmente EEUU y en la región del Indo-Pacífico India, Japón (que alberga dudas) y Australia, además de otros significativos a nivel mundial como Canadá, Alemania, Reino Unido, Francia o Brasil. No obstante sí se han adherido Corea del Sur, Papúa Nueva Guinea, Nueva Zelanda, así como los diez países del ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático), incluidos Singapur y Filipinas.

 

En relación a la dependencia energética China, fundamentalmente del carbón y en menor medida del petróleo, hay que decir que es creciente a medida que su producción va en aumento, una vulnerabilidad que la política energética de Pekín quiere solventar con la construcción hasta 2035 de 150 centrales nucleares, reduciendo simultáneamente las emisiones de CO2 de las que es, con diferencia, el principal responsable a nivel mundial.

 

 

 

La expansión de las interacciones comerciales ha hecho que China busque proteger sus intereses más allá del espacio que tradicionalmente ocupaba, incorporándose a un terreno de juego del que había estado ausente. Este crecimiento comercial se ha hecho mediante la adhesión a un proyecto que ha despertado interés en otras naciones, no por conquista de otros territorios. Además, este proyecto estratégico, que sintetiza la política exterior del presidente Xi, no tiene contrapartida del lado norteamericano.

Por otra parte y para proteger esos intereses del proyecto y las rutas comerciales, Pekín ha llevado a cabo un extraordinario esfuerzo de modernización de unas fuerzas armadas anteriormente concebidas para la defensa territorial de China. Ha elevado su gasto militar hasta situarlo sólo por debajo del de los EEUU, ejército al que se quiere equiparar en el horizonte del centenario de la fundación de la República Popular, en el año 2049. En palabras del ministro de Defensa de Reino Unido, China se ha “embarcando en uno de los mayores gastos militares de la historia”.

El Ejército Popular de Liberación (EPL) dispone ya de portaaviones, submarinos nucleares y ha incrementado el número de silos para misiles balísticos. Además, desde hace unos años estrecha relaciones con las fuerzas armadas rusas. El último episodio fue el ejercicio naval conjunto en el que participaron 5 buques chinos y 5 rusos, a finales de octubre, en aguas de los estrechos de Tsugaru y Osumi, entre islas japonesas, lo que el ministro de Defensa nipón calificaba como una “demostración de fuerza” hacia Japón sin precedentes. Al parecer podría tratarse de una respuesta al ejercicio desarrollado en septiembre por Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá y Holanda en las cercanías de Taiwán.

Las razones del desencuentro

Taiwán: La cuestión central de la política exterior china es la isla de Taiwán, considerada por los dirigentes chinos como una parte irrenunciable de su territorio. La República Popular persigue la reunificación de ambos territorios en una sola China, por lo que cualquier acercamiento a la isla de un tercer país es visto como una afrenta desde Pekín. Tan es así que el reconocimiento formal o el mantenimiento de relaciones diplomáticas con Taiwán implica su exclusión de las mismas con la República Popular de China. Desde el año 1979, fecha del establecimiento de relaciones diplomáticas formales entre los EEUU y la RPC, suprimiendo las que mantenía con Taipéi, la aproximación norteamericana a Taiwán ha sido de una calculada “ambigüedad estratégica”, apoyando en lo posible a la isla pero sin irritar lo suficiente a Pekín. De ahí el mantenimiento de lazos informales a través del Instituto Americano, una especie de embajada de facto que opera en la capital taiwanesa. Pero Washington se ha cuidado mucho de establecer un acuerdo de defensa que le obligue a actuar en caso de agresión exterior, a diferencia de los que sí mantiene con Japón, Corea del Sur o Filipinas. La idea es disuadir a China de atacar Taiwán mientras desalienta a Taipéi respecto a una declaración formal de independencia, al no contar con la certeza del apoyo norteamericano.

Por ello sorprendieron las declaraciones del presidente Biden del pasado 21 de octubre, en las que afirmaba categóricamente que Estados Unidos saldría en defensa de Taiwán en caso de ataque, lo que fue inmediatamente desmentido por la Casa Blanca, recordando que no había ningún cambio en la posición estadounidense respecto a la isla y que continuarían oponiéndose a cualquier modificación unilateral del statu quo. No obstante es patente el incremento de la tensión respecto a la cuestión taiwanesa en los últimos tiempos, especialmente desde la llegada de Trump al poder en 2016,  acelerándose desde el estallido de la pandemia de coronavirus en enero de 2020.

Además hay otros cuatro aspectos que han contribuido a la escalada de tensión en torno a la isla. El primero es el incremento de la propia identidad taiwanesa, fruto de los ya 72 años de separación, que hace que la gran mayoría de sus habitantes rechacen la reunificación. La segunda es el perfil de la actual presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, percibida desde Pekín como proclive al independentismo, aunque la propia Tsai manifieste querer mantener el statu quo actual. La tercera es el aumento de la presión militar sobre la isla por parte del EPL mediante numerosas incursiones en el espacio aéreo taiwanés y la realización de maniobras militares en las proximidades de la isla. Finalmente, la promesa del presidente chino Xi Jinping de que la unificación “debe cumplirse y se hará”, aunque siempre se haya manifestado proclive a la vía pacífica, si bien sin renunciar de forma explícita a la anexión por la fuerza.

El Mar Meridional de China: Otro asunto espinoso es la expansión de la RPC en el Mar del Sur de China, “su Mare Nostrum”, que Pekín reclama como propio casi en su totalidad. Durante la presidencia de Xi Jinping se han construido en las islas Paracel y Spratly y en otras islas y arrecifes artificiales ciudades, puertos, pistas de aterrizaje o instalaciones militares, con el objetivo de ampliar su Zona Económica Exclusiva (ZEE). A ello se oponen Filipinas, Vietnam, Taiwán, Malasia y Brunéi, países que verían mermada su propia ZEE, zona por la que transitan las rutas comerciales y energéticas que, según La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), representan un tercio del transporte marítimo mundial.

China considera esta expansión como necesaria por dos razones. La primera porque por su Mar Meridional se calcula que discurre entorno al 60% de su comercio. La segunda, para evitar la sensación de estar encerrada sin salida segura para sus mercantes, especialmente mientras persista el statu quo sobre Taiwán, que dificulta su acceso al océano Pacífico. Esta expansión choca también con la percepción norteamericana de defender la libre navegación en una zona esencial para Washington. Todo ello sin descartar la disputa sobre los más que probables yacimientos de gas y petróleo del mar Meridional, que se cree podrían producir 160 billones de pies cúbicos de gas natural y 12.000 millones de barriles de petróleo, según un estudio del Servicio Geológico de Estados Unidos.

 

 

Los derechos humanos: La aproximación de los EEUU en política exterior está guiada por una mezcla de idealismo y pragmatismo. Idealismo en cuanto a la exportación de sus valores, que considera superiores y a los que se debe, como reconoce Henry Kissinger al señalar que “Estados Unidos no sería fiel a sí mismo si abandonara ese idealismo esencial”. Entre estos valores hay que señalar los derechos humanos, la democracia, la libertad individual o el libre comercio. La otra cara de la moneda es el pragmatismo, que le ha permitido llevar a cabo acciones estratégicas en busca del equilibrio de poder asumiendo el papel de liderazgo en el mantenimiento del orden mundial mientras satisfacía sus intereses nacionales. Una ambivalencia que no siempre es fácil de entender y que en ocasiones puede incluso resultar paradójica.

Volviendo a los derechos humanos, EEUU ha sido su impulsor y garante desde tiempos del presidente Woodrow Wilson (1913-1921), quien decidió participar en la I Guerra Mundial con la finalidad de “hacer un mundo más seguro para la democracia”. Por su parte China considera que son una excusa, injerencias en sus asuntos internos y un mecanismo para minar la estructura política de la RPC. Como en su día expresó Deng Xiaoping, desde el punto de vista chino “la soberanía nacional es mucho más importante que los derechos humanos.

Se trata de un punto de fricción en el que cualquier acercamiento resulta complejo y que, no obstante, está presente en todas las cumbres y relaciones exteriores entre ambos países, como así sucedió durante el encuentro del pasado 31 de octubre entre los responsables de exteriores de ambos países, o como ha vuelto a surgir a consecuencia de la posible desaparición de la tenista Peng Shui o con el boicot diplomático a los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín en 2022.

La influencia regional: Las alianzas y compromisos norteamericanos en la región también son motivo de desencuentro entre Washington y Pekín. En 2007 el presidente japonés Shinzo Abe apoyado por el entonces vicepresidente de los EEUU, Dick Cheney, preocupados por la expansión marítima de China en el Mar Meridional, auspiciaron la puesta en marcha de la alianza QUAD –en realidad un diálogo cuatripartito entre EEUU, Australia, India y Japón– formada precisamente para contener esta expansión china. Conocida como la OTAN del Indo-Pacífico, QUAD es en realidad una forma de incorporar a dos de los grandes de la región, India y Australia, a la espina dorsal de la diplomacia estadounidense en la zona formada por Japón, Corea del Sur y Singapur, donde existen bases militares norteamericanas. De los dos primeros, tradicionales aliados de Washington, Tokio mantiene una histórica rivalidad y un contencioso por la soberanía de las Islas Senkaku con la RPC (y también con Taiwán), mientras Corea del Sur está en guardia de forma permanente frente a su incómodo vecino del norte, a quien respalda Pekín. En este juego de alianzas destaca el paso dado por Japón, que además ha firmado un pacto bilateral de defensa con Australia en 2020. Por su parte Canberra salió de la iniciativa de la “nueva ruta de la seda” en 2021, tras un progresivo empeoramiento de las relaciones con la RPC –entre otros asuntos a causa de la pandemia de COVID-19–, siendo la respuesta china la paralización de la considerable importación de carbón australiano, que por cierto tuvo que revertir hace poco ante la crisis energética que sufría y que acabó afectando al suministro de ciertos productos a nivel global.

Desde que el presidente Obama pusiera en marcha su “Pivote Asiático” en 2011, la reorientación del esfuerzo norteamericano hacia esa región del mundo ha buscado contrapesar el crecimiento y expansión de China. Por ello, la atracción de nuevos países y socios a la órbita norteamericana se considera crucial, en especial en relación a los miembros del ASEAN. De entre sus diez socios actuales resulta particularmente importante la posición de Malasia e Indonesia, por encontrarse en estos países los estrechos de Malaca (Malasia), Sunda y Lombok (Indonesia), salidas principal y alternativas de las rutas comerciales marítimas chinas, que representan un 60% del total del comercio de la RPC. En caso de no poder usar esos estrechos los buques chinos se verían obligados a rodear Australia para alcanzar el Océano Índico.

La posición de Malasia ha sido de adhesión formal al principio de neutralidad entre las grandes potencias, evitando pronunciarse sobre cualquier eventual confrontación. Desde una perspectiva pro ASEAN, tiene establecidos acuerdos en materia de seguridad tanto con EEUU como con China, siendo contraria a la militarización del conflicto en el Mar Meridional, aunque dos incidentes con el EPL en el último semestre –uno naval y otro aéreo– han provocado sendas protestas diplomáticas.

Indonesia, por su parte, país líder de la ASEAN y cuarto más poblado del mundo, mantiene una asociación estratégica con los EEUU –U.S.-Indonesia Strategic Partnership– desde 2015, que abarca varios aspectos, entre otros el de seguridad. Por otra parte, China es su principal socio comercial, y aunque su estatus en relación  a la problemática del Mar Meridional es la de “Estado no demandante”, sí está sin embargo interesado en la evolución de los acontecimientos, como lo demuestra el despliegue naval que puso en marcha como consecuencia del último incidente en las proximidades de las islas Natuna –zona rica en recursos naturales– en enero de 2020. Se podría decir que Indonesia es básicamente neutral, aunque con una cierta inclinación hacia EEUU, pero sin olvidar su condición de vecindad del gigante asiático.

Otro país significativo de la ASEAN para la posición norteamericana es Filipinas. Tradicional aliado de EEUU en la región, se podría decir que desde la llegada de Rodrigo Duterte al poder, en junio de 2016, la tendencia de su gobierno ha sido la de acercamiento a Pekín persiguiendo una política exterior independiente, como el mismo Duterte declara. Esta ambigüedad calculada le permite a Manila afirmar que mantiene el tratado de defensa con los EEUU mientras firma acuerdos económicos con la RPC, entre otros el que ha hecho posible el desbloqueo del contencioso en el arrecife Scarborough en el Mar Meridional.

Para completar la posición de EEUU en la región hay que hablar del otro gigante continental, la India, segunda potencia emergente en la región. Es la sexta economía mundial por PIB, según el FMI, con una población de 1.399 millones y que se espera que sobrepase en número a la China (1.447 millones) en los próximos años. Nueva Delhi ha cultivado históricamente el arte de permanecer imparcial aprovechándose de las diferencias entre países rivales, consiguiendo una equidistancia –como no alineado durante la Guerra Fría, entre soviéticos y norteamericanos– que en este momento resulta complicado aplicar. Con el telón de fondo de la guerra con China de 1962 y de la extensa frontera, de 4.000 Km, que comparte con la RPC, la India se siente casi rodeada por los mares circundantes, el Himalaya y China al norte y Pakistán al este, país con el que ha estado cuatro veces en guerra y con el que mantiene importantes contenciosos fronterizos en la región de Cachemira. Con la finalidad de crear y mantener un entorno fronterizo estable y seguro, Nueva Dehli ha establecido vínculos con Bangladesh, Bután, Maldivas, Nepal y Sri Lanka. En el ámbito regional también tiene buenas relaciones con Japón, Corea del Sur, los diez del ASEAN y en menor medida con Australia, aunque forma parte del dialogo QUAD. Se podría decir  que su aspiración es de orden regional al postularse como alternativa a una creciente influencia china en la región.

El desarrollo de capacidades militares estratégicas: Pero lo que verdaderamente ha preocupado en Washington, disparando todas las alarmas, ha sido el desarrollo real de las capacidades militares chinas. Los norteamericanos se sienten cómodos manteniendo cierta ventaja tecnológica, y por ende estratégica, con sus principales rivales, no necesariamente enemigos. Así han dominado el mundo desde la II Guerra Mundial. Pero el pasado mes de julio las pruebas realizadas por el EPL no pasaron inadvertidas en Washington, que difícilmente pudieron creer lo que sus sensores de alerta les estaban presentando. Según informaba el Financial Times, se trataba de una  prueba de un misil hipersónico llevada a cabo con éxito por Pekín el pasado 27 de julio, información que amplió en relación a una segunda prueba el 13 de agosto, aunque oficialmente las autoridades chinas las negaran afirmando que se trataba de pruebas de un vehículo espacial reutilizable. Al parecer, el misil hipersónico había conseguido entrar en órbita y dar la vuelta al mundo antes de golpear casi en su objetivo, impactando a “dos docenas de millas” del mismo, según se pudo saber.

Pero ¿Qué hace que estas pruebas sean tan preocupantes para Estados Unidos?

La capacidad de penetración en las defensas de los misiles balísticos lanzados desde submarino (SLBM) e intercontinentales (ICBM) había quedado parcialmente contrarrestada, o limitada, a principios de nuestro siglo con los sistemas de defensa anti-misil balístico (BMD, Balistic Missile Defense). Hasta entonces, el estado de la tecnología hizo que fuera imposible destruirlos dada la velocidad de estos misiles balísticos en su reentrada en la atmósfera –generalmente de 6 a 8 Km/s, es decir hipersónica–, requiriendo prácticamente de un impacto directo para destruirlos o neutralizarlos. Sin embargo, la tecnología disponible a finales del pasado siglo permitió hacer realidad estos sistemas defensivos, como el Iron Dome israelí, el Thaad o el Patriot PAC-3 norteamericanos, el S-400 ruso y otros. A ello contribuyó decisivamente el que las trayectorias de este tipo de misiles fueran balísticas, es decir trazables y predecibles al ser detectadas por los sistemas de radar a una distancia considerable durante su vuelo exoatmósferico.

En relación al misil hipersónico chino podría tratarse de una mejora del  sistema conocido durante la Guerra Fría como FOBS (Fractional Orbital Bombardment System) –tecnología que la URSS desarrolló en el SS-9 en 1968, aunque fuera retirado del servicio como consecuencia de los acuerdos bilaterales de limitación de armamento con los EEUU–, que consistiría en emplear uno de los vectores de lanzamiento nuclear conocidos –normalmente un ICBM– pero incorporando en su carga un planeador, que es colocado en órbita baja sobre la tierra –a 150 o 160 Km– antes de ser dirigido hacia su objetivo. Es precisamente esa reentrada en la atmósfera la que presenta dificultades técnicas que hasta ahora no habían sido salvadas. En este caso no se trata de un misil tipo Vehículo Planeador Hipersónico o HGV (Hypersonic Glide Vehicle), como el Avangard ruso, ni de un Misil de Crucero Hipersónico o HCM (Hypersonic Cruise Missile), como el también ruso Zircon –que ya está en fase de pruebas finales–, pues ambos permanecen siempre en la atmósfera.

El misil chino tiene dos características que sumadas hacen que sea prácticamente imposible su neutralización. La primera, una velocidad de reentrada hipersónica, es decir de al menos 5 veces la del sonido (5 mach o 1,716 km/s) –algo que por sí sólo no sería suficiente–, y la segunda, una capacidad de maniobrar haciendo que su trayectoria no sea predecible. Ambas características unidas hacen que, hoy por hoy, sean en la práctica imposibles de contrarrestar. Si además añadimos que pueden ir armados con una cabeza nuclear o convencional, hacen que la amenaza deba ser tenida muy en cuenta.

Y así lo ha percibido el máximo responsable militar de los EEUU, el general Mark Milley, que afirma estar “muy preocupado” por las pruebas del misil hipersónico chino, describiendo la situación como “muy próxima al momento Sputnik”, haciendo un paralelismo con el lanzamiento del primer satélite por parte de los soviéticos en 1957 y que les proporcionó  una ventaja inicial en la carrera espacial. También lo reconoció del mismo modo el propio presidente Biden al responder afirmativamente al ser preguntado por la cuestión. EEUU admite que le faltan años para desarrollar sus propias capacidades hipersónicas, mientras que los chinos, a juzgar por lo que conocemos, estarían muy próximos a lograrla. Los rusos también trabajan en proyectos similares aunque sin éxitos reseñables por el momento.

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Fernando Fuster van Bendegem.Ha desempeñado responsabilidades de mando y dirección desde el empleo de Teniente (1986) hasta el de Coronel, de 2013 y hasta julio de 2020, incluyendo la jefatura del Grupo de Artillería Antiaérea de Misiles Hawk-Patriot I/74 y del Regimiento de Artillería Antiaérea nº 72. Diplomado de Estado Mayor, ha dedicado buena parte de su vida profesional a puestos de planeamiento, estudio, análisis y asesoramiento, destacando el de Consejero Técnico en el Gabinete del Jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) y el de Jefe del Área de Análisis Geopolítico en la Secretaría General de Política de Defensa (SEGENPOL). A nivel internacional, ha representado a España en reuniones, cursos y destinos internacionales (Misiles Hawk e  Inteligencia Estratégica en EE.UU., EUROFOR en Italia), participando también en misiones de mantenimiento de la paz –Bosnia, Kosovo y Afganistán– y realizando funciones de diplomacia de defensa desde nuestras embajadas en El Cairo y Ammán, como Agregado de Defensa. En la actualidad está en la situación de Reserva y dedicado al ámbito de la seguridad privada, en calidad de Director, así como al análisis geopolítico, en especial el relacionado con los conflictos.

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