Colaboración: Álvaro Cobos León (Becario de la Fundación Sicómoro del Máster Propio en ciencia y Filosofía de la UCM).

¿Qué son los constructos sociales? ¿Por qué todos hemos oído hablar de ellos alguna vez?

El concepto constructo social resulta habitual para cualquier persona que esté medianamente conectado a los medios de comunicación masiva. Ya sea en la televisión o en las redes sociales, oímos a tertulianos y famosos decir, por ejemplo, que el género o la monogamia son constructos sociales. Estas tesis son muy polémicas y dan lugar a debates acalorados, que todos conocemos y en los que muchas veces participamos.

El uso común de este concepto apunta hacia fenómenos exclusivamente humanos, es decir, cuestiones culturales creadas en el seno de una determinada sociedad. Suelen entenderse por oposición a los hechos naturales, los cuales son independientes del medio social. Dicho con un ejemplo; tenemos motivos para afirmar que la idea de belleza es un constructo social que va cambiando a lo largo de la historia, pero afirmar eso mismo de la gravedad sería un signo de locura.

La gran fama y relevancia de este concepto ha llevado a que existan autores que no solo limiten el ámbito de los constructos sociales a las instituciones antropológicas o los valores morales. A veces se afirma que las verdades científicas e incluso la realidad misma tienen mucho de construcción social. Y esto hace que uno acabe por preguntarse ¿Qué es un constructo social?

En lo que sigue, nos ocuparemos de responder a esta pregunta. Para ello, comenzaremos dando posibles razones de la importancia de este concepto en la actualidad. Tras haber distinguido entre los aspectos epistémicos y morales de este rótulo, nos adentraremos en el debate sobre el constructivismo en el seno de las ciencias naturales. Para acabar nuestra tarea analizando cómo se aplica la idea de constructo social a la escala de las llamadas ciencias sociales o humanas.

¿Acaso importa que algo sea un constructo social?

Antes de intentar definir los constructos sociales, y reflexionar sobre las implicaciones filosóficas de los mismos, cabría empezar preguntándose por la razón de su éxito en nuestras sociedades. ¿Por qué consideramos relevante que algo sea un constructo social?

Acaso la respuesta a esta pregunta esté en la distinción filosófica entre naturaleza y cultura. Esta divide las cosas en dos órdenes diversos e incompatibles. Por un lado, el frio reino de los hechos naturales (absolutamente determinados). Por otro lado, el reino de los fenómenos producidos por la libertad humana. Al margen de lo correcta que pueda ser, esta precisión guía nuestra forma de ver el mundo. Creemos ser libres y distinguimos bien entre seres capaces de tomar decisiones y seres inertes sin voluntad ni entendimiento

Los constructos sociales pertenecen al reino de la cultura. Y eso significa que son elementos creados por seres humanos, sustituibles por otros nuevos elementos si fuese necesario. Los constructos sociales parecen tener un cierto potencial liberador. Afirmar que algo es un constructo social supone decir que ese algo podría ser de otra manera. O lo mismo dicho en términos filosóficos, que la existencia de ese algo es contingente.

El caso del género. Dos momentos diferenciados en los constructos sociales.

Un constructo social es, pues, cualquier cosa cuya existencia se deba a factores sociales, históricos, políticos o económicos que, de haber sido de otra manera, habrían dado lugar a un constructo social diferente. Por ejemplo, afirmar que el género es un constructo social quiere decir que los tipos de conducta que se asocian al sexo (roles de género) son contingencias que varían en función de las sociedades y no dependen de causas biológicas. Este es el plano epistémico de la definición del género como constructo.

Esa afirmación, objeto de largos debates académicos, no causa la polarización de la que partíamos. Decir que el género, o cualquier otra realidad antropológica, es un constructo social resulta polémico por las implicaciones morales asociadas a esa afirmación. En muchos casos, decir que el género es históricamente contingente es el primer paso para denunciar los efectos nocivos del concepto, y convencer sobre la importancia de transformarlo. La dimensión moral de esta y otras afirmaciones es la que produce los debates entre grupos ideológicos que todos escuchamos y conocemos.

¿Construcción social en ciencia?

La tesis anterior no es siempre cierta. Los debates sobre el constructivismo en filosofía de la ciencia no tienen una carga moral evidente, y se sitúan a la escala de las ideas de objetividad y verdad. Las verdades científicas siempre se han definido según su necesidad y universalidad, por lo que decir que son constructos sociales implica negar estos aspectos. Tenemos dos posturas enfrentadas. Para una, la ciencia alcanza verdades necesarias que representan la estructura verdadera de la realidad. Para otra, la estructura de las verdades depende de la contingencia histórica y social.

Abordaremos este debate a través de un libro de Ian Hacking, sugerentemente titulado The Social Construction of What? Hacking es un ilustre filósofo de la ciencia, autor de numerosos artículos y libros de renombre, como Representar e Intervenir. A pesar de su reciente fallecimiento en 2023 su obra sigue vigente, la decisión de situar su texto como núcleo de nuestro post se debe a que en él hay un admirable intento por estudiar la noción de constructo social hasta las últimas consecuencias con un rigor sorprendente.

Ian Hacking

La contingencia de las verdades científicas.

La tesis de la contingencia puede verse a través del argumento de Andrew Pickering en su libro Constructing Quarks. Este afirma que la física de altas energías no estaba predeterminada a culminar en el modelo estándar de partículas, el cual establece que los ladrillos de todo lo material son unas partículas sub-atómicas llamadas quarks.

Habiendo partido de condiciones históricas diferentes, podría haberse establecido un programa de investigación en física que no incluyese la noción de quark. Ese programa, con sus diferentes teorías y aparatos, también podría haberse acomodado exitosamente a las resistencias que el mundo ofrece en la experimentación. Existen muchas rutas científicas coherentes con el mundo. Que la nuestra tenga el concepto de quarks se debe a razones históricas contingentes. La estructura de las verdades no está predeterminada.

La tesis de la contingencia es absurda para un no construccionista. Este dirá que un cambio en las condiciones de desarrollo (experimentos, instrumentación o teorías) no afecta al resultado. Al final acabaríamos encontrado los quarks y el modelo estándar, porque estos son la única descripción posible de la estructura material real. La física establece verdades eternas que desbordan su contexto social de descubrimiento. La descripción de la estructura de la materia sería la misma para nosotros y los alienígenas.

Descubrimiento y Verdad.

Pongamos otro ejemplo. El segundo principio de la Termodinámica afirma que el calor no puede ser transferido de un cuerpo frío a uno caliente sin emplear trabajo. Para el realista este principio es una verdad que registra un hecho de la naturaleza. Esto fue así antes de su descubrimiento y lo será por los siglos de los siglos. Dicho de otro modo, el contenido lógico del segundo principio es válido para todo tiempo y espacio. Que este principio surgiese en un contexto muy concreto (la revolución industrial capitalista) no resta ápice a su universalidad y necesidad.

Por su parte, el constructivista niega el carácter eterno de este principio. Este no niega su importancia y las aplicaciones a las que condujo, pero señala su naturaleza socialmente construida. Las preguntas que nos llevaron a descubrir este principio son inseparables de los contextos tecnológicos, históricos e imperiales del siglo XIX. El constructivismo afirma que la historia y la sociedad limitan las posibles preguntas, y ello permite afirmar el carácter de construcción social de las respuestas.

El constructivista explicará la pervivencia de los cuerpos científicos de creencias utilizando razones sociales y cuestiones externas a la dinámica de la ciencia. Su oponente explicará la estabilidad del conocimiento científico por motivos internos. Si los contenidos se mantienen será porque estos se ajustan de algún modo a la estructura de la realidad. El desacuerdo es total y siempre ofrece nuevas variantes.

Trastornos y psicopatologías. ¿Naturaleza, cultura o un poco de ambas?

Acabemos este post abordando los constructos sociales desde una última perspectiva. Esta se sitúa a la escala de aquellos trastornos que, aun recientemente conceptualizados, han acompañado siempre a los seres humanos. ¿Es posible afirmar sobre ellos que son constructos sociales?

Tomemos el ejemplo de los trastornos del aprendizaje. Este fenómeno, y otros análogos, producen lo que Hacking denomina clasificaciones interactivas, las cuales generan a su vez bucles. Nuestro conocimiento del problema nos lleva a establecer modos institucionales de tratar a aquellos que lo sufren. Esos tratamientos moldean su experiencia y pueden producir un cambio en la conducta prototípica asociada. Esto último hace necesario nuevas clasificaciones, que vuelven a iniciar el proceso descrito.

Nuestros modos de conocer imponen un cambio en el objeto que se estudia. Y ello porque ese objeto consiste en sujetos cuyo comportamiento varía en función de las soluciones institucionales asociadas a nuestras clasificaciones. Decir que estos trastornos son constructos sociales supone decir que es imposible establecer una foto fija de los mismos. Siempre hay que hacer referencia al contexto médico y social, y a los bucles de retroalimentación que se van sucediendo según los modos de clasificar el trastorno.

Sin embargo, parecería razonable vincular los trastornos de aprendizaje con factores causales de índole biológica. En el caso de que descubriésemos que estos problemas se deben a factores neurológicos o genéticos parecería absurdo decir que son constructos sociales. Los bucles y las clasificaciones interactivas no pueden predicarse respecto de las entidades biológicas más básicas.

Como vemos, la frontera entre hechos y constructos parece admitir matices en casos como este. Parece intuitivamente compatible afirmar las bases neurológicas de estos trastornos al mismo tiempo que se llama la atención sobre el rol que juega la sociedad en los mismos. No es una cuestión de blanco o negro, e incluso cabría imaginar que el descubrimiento de esas bases diera lugar a procesos de clasificación, diagnóstico y tratamiento que iniciasen otros bucles como los que hemos descrito hasta ahora.

¿Y entonces qué?

El lector que haya llegado hasta aquí quizá tenga más preguntas que con las que comenzó a leer este post, pero podrá haber sacado varias cosas en claro del mismo. En primer lugar, podrá entender la importancia que la idea de Cultura tiene en el éxito del concepto de constructo social. Sabrá también distinguir entre el plano epistémico y el plano sociológico de los discursos sobre constructos sociales. Aunque no sepa posicionarse en el debate sobre el constructivismo en las ciencias naturales, entenderá que es la oposición entre necesidad y contingencia de las verdades científicas la que articula este. Por último, dispondrá de un caso particular que le permita pensar cual es el rango de aplicación de los constructos sociales en ciencias cuyo objeto de estudio coincide con sujetos humanos.

Hasta aquí, hemos tratado de presentar de forma resumida el estado de la cuestión de este debate. Sin duda, no hemos ofrecido respuestas definitivas ni contundentes. La mayor pretensión de este texto no es otra que la de que el lector sea consciente de la dimensión filosófica camuflada en la rotundez y seguridad con la que todo el mundo habla de lo que es o no es un constructo social. Quede ese objetivo a evaluación del lector.

Referencias:

Hacking, I. (2000). The social construction of what? https://doi.org/10.2307/j.ctv1bzfp1z

Nota biográfica:

Álvaro Cobos León es graduado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid desde el año 2022. Egresado del Máster de formación del profesorado en ESO y Bachillerato por la misma institución. También es becario de la Fundación Sicómoro para cursar el Máster Propio en ciencia y Filosofía ofertado por la misma universidad. Sus áreas de interés son la antropología filosófica de la ciencias naturales y sociales.

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