Introducción: identidades individuales vs identidades colectivas
Si la sesión anterior del seminario, la número dos, estuvo enfocada a mostrar la manera en que Hegel identifica los elementos que hacían posible el tránsito hacia la constitución de un Estado moderno partiendo de la realidad efectiva del Imperio Alemán y de los territorios alemanes, la tercera sesión ha estado orientada a exponer y reflexionar sobre las condiciones de posibilidad para que se dé dicho tránsito de forma efectiva, en concreto, las vinculadas con “la educación del burgués“.
Tomando como punto de partida para la reflexión los procesos históricos, algo fundamental si se quiere entender con claridad el pensamiento hegeliano, se aprecia que estos elementos posibilitantes se encuentran relacionados con las denominadas “libertades germánicas”, que están vinculadas con otros conceptos como los de representación, justicia, fisco y soberanía.
Aquí conviene destacar que el concepto hegeliano de representación no es equivalente a su acepción moderna, que tan natural nos resulta en la actualidad. Para Hegel, este concepto apela a una noción clásica, basada en la identificación entre el ser humano y las instituciones (una suerte de identidad corporativa), similar a la concepción de este concepto que existía en la antigüedad griega. Por lo cual, la representación hace referencia a cualquier tipo de construcción de identidad estatal.
De manera simultánea, los procesos históricos que dieron lugar a la modernidad generaron un nuevo agente social, el burgués (la burguesía). Este nuevo agente se caracteriza por haber desarrollado una identidad particular, individual, alrededor de la propiedad. Esto resultaba incompatible con una identidad colectiva como la expuesta previamente.
La existencia de la burguesía era un problema para la construcción del Estado moderno, porque la existencia de una identidad colectiva era una condición sine qua non para su desarrollo. Si se aspiraba a hacer real el proyecto hegeliano, construir un Estado moderno en Alemania, resultaba necesario que el burgués renunciara a su identidad particular y se integrara en estructuras representativas de tipo colectivo.
Por tanto, un paso previo y necesario para la constitución del Estado moderno era llevar a cabo una suerte de pedagogía de la burguesía, enfocada a conseguir que el burgués aceptara integrarse en tal identidad colectiva. Tema en el que profundizó esta tercera sesión.

Momento del desarrollo de la sesión
El sistema de la eticidad y la pedagogía del burgués
Como se ha dicho anteriormente, la tercera sesión del seminario mostrará una parte de la reflexión hegeliana orientada a definir y pensar cuáles son las condiciones de posibilidad que hacen viable la aparición de los elementos que permitirán la construcción del Estado moderno.
Hegel inicia este camino teórico con su crítica a la filosofía de Fichte, labor que le lleva a enfrentarse de forma directa con las teorías del contrato que habían surgido durante la Ilustración, especialmente el contractualismo kantiano, de la que concluye que “toda filosofía del contrato es inviable“.
Con esta reflexión, Hegel esperaba buscar una realidad efectiva que nos pusiera en el camino de la constitución del Estado, a través de la idea de eticidad. Que posteriormente amplió y desarrolló hasta formular lo que denominó “sistema de la eticidad“. Aspecto en el que se puede apreciar la influencia teórica ejercida por Schelling mediante la categoría de “Potencia“. Pues es a partir de esta categoría que Hegel configura los tres momentos en los que se desarrolla la eticidad: la Familia, el Pueblo y el Gobierno Absoluto.
Conviene aclarar, en este punto, que el concepto de Gobierno Absoluto no es un sinónimo de Estado moderno, sino más bien una especie de gobierno ético. El cural requiere de un gobierno general, de una Gestalt (forma) –alguien que lo encarne de manera pública– y la necesidad de organizar las diferentes potencias en un todo organizado. Este gobierno absoluto es el que organiza un Estado real alrededor de estamentos, pero todavía no tiene dicha naturaleza.
Retomando la crítica a Fichte, el prof. Villacañas explica que la filosofía de este autor se constituye a partir de la contraposición entre el yo y el no-yo. Contraposición que Fichte trata de superar mediante la mera reflexión. Esfuerzo condenado al fracaso porque estos procesos reflexivos terminan generando una regresión al infinito que produce inmovilismo.
Concretando en el caso de las teorías del contrato, esto implica que el acuerdo de voluntades en que se fundamenta el contrato social siempre puede ser deshecho o revocado. Situación paradójica que, ciertamente, no es exclusiva de Fichte, sino de todo el pensamiento ilustrado.
Para Hegel, la única forma de superar esta paradoja se encuentra en el conocimiento de la naturaleza y, específicamente, la conciencia de que en esa naturaleza, para convivir colectivamente, se necesita contar con confianza, gozo y amor. Elementos que componen la eticidad. En otras palabras, esta paradoja logra superarse gracias a que en la naturaleza existe la eticidad. Para Hegel, sentencia Villacañas, la eticidad no puede abandonar el mundo.
La guerra aparece aquí como una irrupción de la realidad que permitiría llevar a cabo esta pedagogía del burgués, permitiendo su integración en la identidad colectiva. Proceso que se expondrá a continuación.
1.ª Potencia de la eticidad. La familia
La existencia de la eticidad en la naturaleza es evidente, porque el ser humano no puede vivir de manera aislada, no puede vivir sin la confianza, sin la relación con los otros. En la realidad de la naturaleza, se aprecia que el ser humano es aristotélico; es decir, es social, no puede sobrevivir solo y para sobrevivir requiere de estructuras de confianza.
La primera potencia en la que se concreta la eticidad es la Familia. Esta es entendida como una estructura de totalidad en la que los sujetos, que participan de ella, tienen que renunciar a su imaginación como un ser soberano (de tipo hobbesiano). En otras palabras, la Familia es una totalidad que se impone sobre el individuo.
Pero la familia no produce la energía suficiente para avanzar hacia la constitución del Estado moderno, por lo que debía ser superada. Debemos recordar que Hegel lo que está buscando en su pensamiento es identificar los elementos e instancias que producen la energía política suficiente para poner en marcha los procesos históricos (algo de lo que se ha hablado en el resumen de la segunda sesión). Tal superación de la familia se da en la segunda potencia de la eticidad.
2.ª potencia de la eticidad. El Pueblo
Igual que ocurre con el individuo, en la naturaleza no es posible que exista una familia única (universal); las familias tienen que estar en condiciones de encontrar un vínculo de gozo, amor y confianza con otras; es por eso que están en condiciones de generar una eticidad. Este hecho marca el paso hacia la segunda potencia de la eticidad: El Pueblo.
Aquí Hegel identifica un problema al que se debe prestar atención: que la producción de bienes no necesarios altera los vínculos que se dan al interior de la sociedad. Por bienes no necesarios se entiende a aquellos que no satisfacen necesidades concretas y que solo pueden ser comprados con el dinero.
Lo problemático del dinero es que en torno a él no se pueden generar relaciones de confianza, pues produce una indiferencia absoluta, y la única forma en la que se puede incluir en las relaciones es a través de la dominación coactiva (la imposición). En este escenario, sostiene Hegel, la eticidad desaparece.
Pero cabe resaltar que este hecho no implica la desaparición del pueblo. Lo que ocurre es que este no puede desarrollarse como un Pueblo “para sí” (un pueblo que tiene autoconciencia de sí mismo), manteniéndose como un pueblo “en sí” (carente de esta autopercepción reflexiva).
Precisamente es el burgués el agente que surge en este momento y el que da origen a la sociedad burguesa. Como se ha explicado anteriormente, la burguesía aparece como una ruptura en la estructura de la naturaleza, por lo que no puede producir un dominio de la eticidad ni avanzar hacia la constitución de un Estado moderno. Después de todo, debido a su carácter individual y privado, como se ha dicho antes, la sociedad burguesa no puede aspirar a ser absoluta (Universal).
Aquí resurge la guerra, pero como posibilidad o amenaza que siempre debe ser tenida en el horizonte, aportando la energía política necesaria para avanzar hacia la tercera potencia de la eticidad.
3.ª Potencia de la eticidad. Gobierno Absoluto
En esta potencia se da el paso de la guerra como idea, presente en la segunda potencia, a la guerra real. Aquí el elemento central, destaca Villacañas, es que para hacer la guerra, el Pueblo debe estar unido y debe haber instituciones que organicen la Guerra. Lo que obliga a cuestionarse: ¿cuáles son estas instituciones?
Lo que conduce a dar el paso hacia el terreno de una eticidad absoluta, que surge en el seno de la Guerra, denominada Gobierno Absoluto.
Para quien vive en el mundo de las ideas, este momento marca el despertar de la autoconciencia, asumiendo que no es un ser absoluto y debe estar dispuesto a sacrificarse por la colectividad. El Gobierno Absoluto se erige, por tanto, como la institución capaz de promover el paso de lo privado a lo colectivo y favorecer el proceso de integración del que se ha venido hablando.
El Gobierno Absoluto es el encargado de decirle al burgués que debe poner su propiedad al servicio de la Guerra. Además, es quien se encargará de dirigirla. Razón por la que, sostiene Hegel, debe presentarse como una manifestación de Dios.
Conviene tener claro que en este punto Hegel apela a la búsqueda de una legitimidad carismática, de tipo autoritario, no democrática. Porque las legitimidades democráticas se fundamentan en un acuerdo de voluntades privadas que bien puede ser retirado y, debido a ello, provocar que se vuelva a la indiferencia absoluta.
Aparece aquí la idea de un Gobierno General, que surgiría cuando el Gobierno Absoluto (la estructura de legitimidad) se dotara de los medios y los recursos para hacer la Guerra de forma efectiva. Lo que implica poner en marcha las estructuras materiales y mentales para permitir el sacrificio del Pueblo.

La batalla de Marengo, por Louis-François Lejeune (1802).
Tales estructuras son el fisco, enfocado a la recaudación de dinero que no es indiferente al Pueblo (este dinero ya no es privado), y la educación en la verdad. El Gobierno General, además, debe coordinar los tres estamentos fundamentales para el ejercicio de la Guerra: burguesía, militares y campesinos. La Guerra se nos presenta aquí como pensamiento constituyente de la lógica del Estado.
Surge aquí una paradoja: ¿Cómo se educa a la burguesía antes de que exista el Estado?
Para Hegel, señala Villacañas, esto solo se puede lograr a través del sublime poder de los grandes hombres, como Napoleón o Teseo. Quienes, en el ejercicio de su autoridad y carisma, imponen su voluntad a los demás, para coordinarlos en una totalidad.
Conviene señalar en este punto que Hegel hace una clara distinción entre los conceptos “despotismo” y “tiranía”. Mientras el déspota está orientado por intereses privados, el tirano ejerce su dominio en el horizonte que marca la colectividad. Por tanto, en la dominación que ejerce la tiranía subyace el proceso de formación del Estado moderno.
Este Gobierno General tiene, en sí mismo, el germen de su superación. Pues en el momento en el que toma conciencia de sí mismo, cuando se convierte en un gobierno “para sí”, llega a reconocer lo superfluo de aquello que se considera esencial.
De tal manera que aquello que en la guerra es considerado esencial, la muerte o la captura de un botín, se revela como superfluo a través de conceptos como asesinato, homicidio, hurto, etc. Razón por la que debe desaparecer, de cara al siguiente paso del proceso. De esta manera se da un nuevo avance hacia el Estado.
Hegel se muestra aquí como un teórico del ius publicum europeo y no del derecho internacional. Asumiendo que en la guerra el delito es lícito y que solo cuando el gobierno ha alcanzado ese carácter “para sí” adquiere el carácter de superfluo, a través del concepto delito.
La sesión concluyó presentando la Guerra como una ruptura especulativa de todas las contradicciones del pensamiento político moderno.


