Pandemia e incertidumbre
En el marco de la situación excepcional provocada por la COVID-19, ha surgido un fuerte debate acerca de la naturaleza humana, el funcionamiento de las instituciones políticas y nuestra relación con el medio ambiente.
A medida que la enfermedad se fue extendiendo, colapsando los sistemas sanitarios de muchos países y deteniendo todos los procesos que estaban en marcha; fue tomando cuerpo una idea fundamental:
La COVID-19 puso de manifiesto el mayor reto al que tendrán que hacer frente las sociedades del siglo XXI, la INCERTIDUMBRE.
Si bien, las reflexiones en torno a la incertidumbre y la importancia de gestionarla adecuadamente no es nueva; nunca se había experimentado una situación en la que la incertidumbre fuera hegemónica.
La mayoría de los sistemas políticos y sociales actuales, que todavía intentan operar con la lógica lineal del siglo XX, no han sido capaces de gestionar adecuadamente esta situación de incertidumbre. De ahí, la manifiesta dificultad que han tenido para hacer frente los efectos de la pandemia.
Debido a la dificultad para gestionar la incertidumbre actual, en las sociedades se ha generado una situación de inquietud y miedo. Siendo este último una importante amenaza para el funcionamiento de las instituciones políticas, sobre todo las democráticas.
Miedo político y política del miedo
“El Miedo”, de acuerdo con Marta Nussbaum es una emoción primitiva, experimentada por todos los seres humanos, que surge debido a la creencia en la existencia de un peligro que es imposible de evitar.
Es una emoción de carácter individual y, por ello, su principal motivación es garantizar la seguridad y supervivencia de los individuos; a través de un sencillo procedimiento: identifica un peligro para el individuo y, a partir de ese momento, disparar una respuesta fisiológica que le permite superarlo, generalmente huyendo o enfrentándose a él.
Es innegable que el miedo tiene aspectos positivos, gracias a él hemos sobrevivido y evolucionado como especie. Si el ser humano primitivo no hubiera sentido miedo al encontrarse con un animal salvaje y huido de su encuentro, seguramente habríamos desaparecido.
Ahora bien, cuando nos encontramos viviendo en agrupaciones de personas y a medida que se minimiza nuestro contacto con las posibles amenazas externas; el miedo comienza a volverse problemático.
El miedo tiende a provocar una reacción instintiva e irracional; incompatible con la reflexividad requerida para la toma de decisiones políticas y sociales. Es por eso que los discursos y posturas populistas se aprovechan de él, utilizándolo para movilizar a la población, mediante técnicas que ya hemos explicado en otras entradas.
Los discursos populistas se aprovechan de ese miedo natural, que forma parte de nuestra naturaleza, para construir un nuevo tipo de miedo, un miedo colectivo al que podemos definir como miedo político; que se enfoca en amenazas abstractas que no necesitan tener existencia real y que son un peligro para la comunidad, no para un individuo concreto.
Bajo el pretexto de estar protegiéndonos de estas amenazas se desarrolla una serie de políticas basadas en la reafirmación de las identidades colectivas concretas, el rechazo a todo lo ajeno a ellas y una lógica de la confrontación; que permiten consolidar la posición de los movimientos populistas mediante una política del miedo.
Miedo y pandemia
La pandemia ha provocado mucho miedo en nuestras sociedades debido a la confluencia de tres aspectos:
Primero, avanza lentamente. La COVID-19 no es una gran explosión que borra todo en segundos o una inundación que sumerge pueblos o ciudades al instante. Se la ve venir de una forma lenta e inexorable, convirtiéndose en una inevitable fatalidad.
Segundo, su carácter difuso. Hay muchos aspectos desconocidos sobre su naturaleza, funcionamiento y propagación. Estamos acostumbrados a contar con certezas científicas concluyente; pero con respecto a la COVID-19 todavía no las tenemos. Casi todo lo relacionado con esta enfermedad está en proceso de investigación y se necesita más tiempo para verificar las hipótesis formuladas.
Tercero, su ubicuidad. El virus que provoca la enfermedad parece estar en todas partes, las superficies que tocamos, el aire que respiramos, el espacio por el que nos movemos; provocando que nos encontramos bajo una situación de constante amenaza.
Además, si se aprecia que las instituciones no son capaces de controlar la situación la población empieza a experimentar una sensación de desamparo.
El miedo que genera la pandemia, junto con la sensación de desamparo, promueve que se busquen referentes que aporten estabilidad y seguridad. En otras palabras, se busca algo que nos ayude a eliminar esa incertidumbre a la que nos enfrentamos. Se abre, por tanto, la puerta a las posturas populistas.
A la vez que se comienza a recelar de los sistemas democrático, sobre todo de aquellos más consolidados. Un sistema democrático sólido sabe que en las sociedades complejas de la actualidad es imposible hacer desaparecer la incertidumbre… debemos aprender a convivir con ella.
Complejidad e incertidumbre son conceptos inseparables. Ambas son cualidades de las sociedades actuales y es necesario aprender a gestionar la incertidumbre para garantizar el buen funcionamiento de los sistemas políticos. Idea que la teoría democrática incorpora dentro de su reflexión , tratando de proponer herramientas para conseguir este objetivo.
Los planteamientos populistas, de cualquier tipo, buscan negar el carácter complejo de la sociedad y de la realidad. Pretenden reducirlo todo a una burda simplificación entre buenos y malos.
Esta estrategia sirve para movilizar a las sociedades asustadas, pero no permite solucionar los desafíos reales. Siendo la razón para el estrepitoso fracaso, en la gestión de la pandemia, que han tenido líderes como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Andrés Manuel Lopez Obrador.
Un hecho que ha despertado el optimismo de muchos analistas, que ven en él una muestra de superioridad de los sistemas democráticos.
Nuevas estrategias de simplificación
Un optimismo que debe ser matizado, pues este tipo de populismo no es la única forma de simplificación de la sociedad y la política. Simplemente es una de las mas burdas y escandalosas, por eso es tan fácil dejarlo en evidencia.
Existe otra propuesta para simplificar la vida política y social, que opera de forma más eficaz y sutil. Una estrategia que se sustenta en el hiper-control tecnológico implementado por países como China, donde sus ciudadanos son monitorizados permanentemente por cámaras de vigilancia, sensores que obtienen información de sus teléfonos, dispositivos inteligentes, redes sociales, etc.
Propuesta que ha ido ganando fuerza a medida que avanza la crisis como lo demuestra el hecho de que muchos de los aspectos presentes en esa «nueva normalidad»: distancia social, seguimiento activo de contactos, confinamientos selectivos, pasaporte inmunológico, etc., parecen encajar muy bien con este modelo.
¿Cuáles son los fundamentos teóricos de esta propuesta?, ¿por qué ha tenido tanta relevancia en el contexto actual?, ¿cómo amenaza el futuro de los sistemas democráticos?
Son las preguntas que nos llevan a lo profundo del debate actual y que serán objeto de análisis en nuestra próxima entrada.
[…] población, un sentimiento de preocupación que puede convertirse en miedo. Como hemos explicado en otra entrada, el miedo es una grave amenaza para el buen funcionamiento de los sistemas […]