Colaboración especial de Fernando Fuster van Bendegem; Director de Seguridad Privada y Coronel del Ejército de Tierra (R)
De forma intencionada he dejado transcurrir el primer mes del nuevo gobierno talibán antes de aportar estas conclusiones, que he basado en sus primeras acciones, como ya comentaba en la parte 2ª. En concreto interesa fijarse en los nombramientos del nuevo ejecutivo, las medidas de orden interno que se están tomando y los primeros pasos en el ámbito de las relaciones internacionales. Esto nos permitirá determinar el impacto en los tres aspectos que expongo a continuación que son, a mi juicio, los esenciales para determinar la viabilidad del nuevo gobierno de los “estudiantes” (o talibán) afganos.
Una complicada viabilidad económica
Varios son los problemas que tendrán que afrontar estos nuevos gobernantes, alguno de ellos de difícil encaje. Tendrán que asegurar una mínima economía de subsistencia para la mayoría de la población, algo que no parece especialmente demandante si tenemos en cuenta de que se trata de uno de los países más pobres del mundo y que, por consiguiente, su población está acostumbrada a sobrevivir con poco. Pero lo cierto es que se han perdido, de momento, las suculentas ayudas internacionales. A cambio tienen la posibilidad de aumentar el cultivo de amapolas (opio) y recibir el apoyo de otros estados hermanos, fundamentalmente musulmanes. Es muy posible que el nuevo Gobierno pretenda mantener ciertas ayudas exteriores, también de occidente, a cambio de suavizar algunas políticas internas, como podrían ser el menor rigor en la aplicación de la sharía o ciertos guiños en relación a la mujer, aunque no haya que esperar demasiado en este sentido, como ya ha sucedido en el caso del acceso de las mujeres a las universidades, en clases separadas de los hombres y cubiertas con el hiyab.
De momento, el secretario general de la ONU, recogiendo la petición de ayuda del nuevo gobierno, ha organizado una conferencia de donantes en tiempo record en la que ha conseguido recaudar 1.110 millones de dólares para ayuda humanitaria, casi el doble de los 606 M$ estimados para evitar una catástrofe que podría haber afectado a 11 de millones de afganos hasta final de año. Y si bien es cierto que la ONU tendrá que asegurarse de que la ayuda llega a los más necesitados, algo difícil sin una presencia de agentes de campo significativa sobre el terreno, no es menos cierto que en este momento la urgencia humanitaria todavía concierne a los países que hasta hace escasamente un mes apoyaban al anterior gobierno. En todo caso, se trata del primer intercambio o declaración mutua de intenciones entre los talibán y la comunidad internacional.
Paralelamente, sin embargo, lo que parece poco probable es que el nuevo gobierno de Kabul vaya a renunciar a los beneficios del cultivo de la amapola, estimados por la propia ONU en cerca de 400 M$ en 2020. El mundo, y ellos también, saben que no serán el primer narco-estado que exista y que esa sola razón no es suficiente para provocar una invasión o la condena internacional al ostracismo.
Por otra parte, una apertura hacia China que permita la explotación de los minerales afganos, valorados en 1.000 M$, pueden aportar importantes beneficios al nuevo gobierno, aunque como ya expuse anteriormente (parte 2ª), la cautela de Pekín al respecto será determinante.
El difícil control territorial
Otro de los grandes problemas será el del control del territorio. Del mismo modo que comprobaron los presidentes Karzai o Ghani, e incluso ellos mismos en su etapa anterior, el control que ejerce el gobierno de Kabul sobre el territorio de Afganistán será siempre limitado. De ahí el interés en hacerse con el valle del Panshir, último reducto de la resistencia. No dejar ningún espacio territorial que pueda proporcionar una base de partida, como en el caso de la invasión norteamericana en 2001 o que albergue el germen de un movimiento para una rebelión, ha sido una de las lecciones que sí han aprendido los talibán. Aunque las noticias que llegan sobre la toma del Panshir sean contradictorias, los talibán ya han identificado entre los líderes de la resistencia a uno que se niega a dialogar, el ex vicepresidente Saleh, que sólo plantea la confrontación armada, y otro, Ahmed Massoud –el hijo del león del Panshir–, que podría avenirse a una solución negociada. Sea como fuere, y como ya mencioné en la parte 1ª, la defensa del éste último bastión sin apoyos externos, nacionales o internacionales, tiene pocas posibilidades de triunfar, por lo que seguramente sea cuestión de tiempo el que los talibán también controlen el Panshir.
Pero que nadie se engañe, esta aparente homogeneidad territorial no es tal, pues la diversidad étnica y tribal del país no va a facilitar un camino de rosas al nuevo gobierno. Veremos cuánto tardan los tayikos, uzbecos, hazaras, etc. en hacer valer sus costumbres y códigos de conducta. Sin duda los talibán tendrán que hacer concesiones y llegar a acuerdos con muchas de las tribus y clanes no pastunes, algo a lo que, por otra parte, unos y otros están acostumbrados.
Eso no quiere decir que tengan que haber representantes de estos grupos en el nuevo gobierno, lo que parece evidente desde occidente, pero que en el Afganistán de los talibán se puede simplemente traducir en el control de una región, de un valle o de un poblado. A eso se refieren los talibán cuando hablan de “gobierno inclusivo”. Y para lograrlo se han dado un periodo de gracia, el del mandato del gobierno interino, hasta que cierren todos estos flecos que les quedan por negociar, que se podrán concluir pronto o tal vez nunca, depende. Lo del gobierno interino es un formalismo que, como buenos posibilistas, les ata poco. De momento los 33 miembros del nuevo gobierno son en su casi totalidad pastunes, y la mayor parte de ellos son los vencedores frente a la invasión occidental desde la filas talibán.
Los grupos terroristas
Posiblemente el problema más complejo para el nuevo gobierno en este momento sea el de cumplir con su parte del tratado de Doha, la de no permitir la utilización del suelo afgano para albergar grupos terroristas que amenacen la seguridad de EEUU o de sus aliados. La tradicional sintonía entre los talibán y Al Qaeda no desaparecerá de la noche a la mañana. Al Qaeda nació entre los yihadistas que combatieron en Afganistán contra los soviéticos en las décadas de los 80 y 90, al igual que los talibán. El vínculo que les une lleva forjándose, en la clandestinidad de la lucha armada contra la ocupación, desde hace ya demasiados años como para pensar que desaparecerá sin más. Y así lo han atestiguado los hechos.
La llegada triunfal a suelo afgano de Amin Ul Haq, considerado el coordinador de la seguridad personal de Osama bin Laden y uno de los eslabones entre ambas organizaciones, pone de manifiesto la permisividad que cabe esperar del nuevo gobierno talibán. Pero por si eso fuera poco, el mismísimo líder de Al Qaeda, el egipcio Ayman Al Zawahiri, sobre el que corrían toda suerte de especulaciones y rumores, incluso de su fallecimiento, ha aprovechado la victoria talibán para reaparecer en un video, precisamente el 11S, confirmando que sigue vivo y lanzando, entre otros, el mensaje de que “Hoy (EEUU) está saliendo de Afganistán, roto y derrotado después de veinte años de guerra”.
Por otra parte, el nombramiento como ministro del interior de Sirajuddin Haqqani, líder de la red Haqqani, considerada por muchos el cordón umbilical entre talibán y Al Qaeda, es una mala noticia para el cumplimiento del acuerdo de Doha y para los norteamericanos, que siguen reclamándolo y ofreciendo una recompensa de 10 millones de dólares por información que conduzca a su captura. Con Sirajuddin Haqqani en la cartera de interior se puede afirmar, con un mínimo margen de error, que Al Qaeda contará con el beneplácito del nuevo gobierno dentro del país.
Por su parte los EEUU a través de su Directora Nacional de Inteligencia, Avril Haines, una suerte de cabeza visible inter-agencias y máxima autoridad en materia de inteligencia estadounidense, se ha apresurado en afirmar que “a efectos de la seguridad domestica de los EEUU frente a ataques terroristas, no priorizamos a Afganistán entre los primeros de la lista”, mencionando otros lugares como Yemen, Somalia, Siria e Irak, y argumentando que las agencias consideran que el terrorismo se ha difuminado por metástasis de tal modo que los militantes afganos no representan ya la mayor amenaza para los EEUU. No obstante, reconoce que deberán monitorizar una posible reconstrucción de Al Qaeda en suelo afgano, posibilidad que ya se había asumido a principios de año y que se estimaba factible en el plazo de entre uno y dos años, como máximo. También reconoce que la información sobre el terreno tras la salida del país de las fuerzas norteamericanas será mucho más difícil, al haber perdido buena parte de su capacidad de obtención de información, pero que esa eventualidad había sido prevista y en cierta medida paliada.
A pesar de todo, la incógnita en esta ecuación no son tanto los talibán o Al Qaeda, sino el Daesh ¿Qué pasará con el Estado Islámico en la provincia de Khorasan? El atentado en el aeropuerto de Kabul el pasado 26 de agosto nos puede dar la medida de las relaciones entre los tres grupos. En un intento por hacer descarrilar el acurdo de Doha, el ataque suicida del Daesh no sólo iba dirigido contra los norteamericanos, sino también contra los talibán. Las relaciones entre ambos grupos, talibán –y por extensión Al Qaeda– y el Daesh, es de enemistad declarada a muerte. A diferencia de Al Qaeda, el Daesh persigue como objetivo el control de un territorio, como sucede en Irak y Siria, en este caso en las provincias del sur y este de Kabul, entre otras, algo que los talibán no pueden permitir sin ver amenazado a corto o medio plazo el control de la totalidad del territorio afgano. Por todo ello, la hipótesis más probable es que sean los propios talibán, posiblemente con el apoyo de Al Qaeda, los que se ocupen de desalojar al Daesh de Afganistán. Resulta paradójico que el nuevo ministro del Interior y su organización sean en la práctica los más indicados para esta tarea, por su efectividad en combate y por aunar los esfuerzos y activos de los principales grupos interesados: talibán, Al Qaeda y red Haqqani. También los EEUU tienen como objetivo la desaparición del Estado Islámico-Khorasan de suelo afgano, por lo que las especulaciones sobre los posibles apoyos –mediante información u operaciones clandestinas– entre Washington y Kabul están servidas.
Conclusión
El futuro del Afganistán gobernado de nuevo por los talibán es todavía una incógnita, aunque de momento se vislumbren ciertas dosis de pragmatismo, necesario por otra parte para evitar una hambruna que pueda desembocar en una insurrección. Un cierto reparto de poder hacia otras etnias tendrá que materializarse si se quiere mantener la cohesión territorial, al igual que la desmovilización de la resistencia del Panshir, ambos asuntos vitales para evitar el germen de la reedición de la guerra civil de finales del siglo pasado. La presencia del Daesh en determinadas provincias y su posible expansión es un asunto candente que no admite demora y que tendrán que zanjar cuanto antes. La consolidación de Afganistán como narco-estado se puede dar por hecha, mientras que el afianzamiento del suelo afgano como santuario del terrorismo, en particular de Al Qaeda, representará el principal e insoluble problema entre occidente y Kabul en el futuro inmediato. La gravedad del mismo dependerá, en gran medida, de la orientación estratégica de Al Qaeda en el futuro –tras su posible reconstrucción en el país en 1 o 2 años–, presentándose varios escenarios que merecen otro análisis. Sólo decir que la vocación de Al Qaeda es el terrorismo internacional, veremos hacia dónde. En todo caso, conviene recordar que este terrorismo internacional concita el rechazo unánime de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de NNUU, por lo que cualquier escalada en ese sentido sería inmediatamente respondida. Lección que ya deberían haber aprendido los talibán después de haber perdido el poder en 2001 y haber necesitado veinte años para recuperarlo.