En la búsqueda de los orígenes

Como señalamos en la anterior entrada dedicada a esta investigación, el primer paso en este recorrido teórico que hemos propuesto consiste en comprender las principales características de esta nueva realidad social y política en la que vivimos. Por ser en ella en la que han emergido y se han consolidado las dinámicas sociales vinculadas al “wokismo”.

Aunque lo woke tenga relación con lo que tradicionalmente se ha denominado «políticamente correcto», su capacidad para condicionar la agenda política y promover de manera efectiva la implementación de un modelo de convivencia social específico es algo completamente inédito en términos históricos.

Hasta el momento, la corrección política había tenido un papel más bien simbólico y, en cierta medida, operaba como una herramienta que permitía a ciertos movimientos sociales o líderes políticos sumar apoyos en las diferentes contiendas en las que estaban envueltos.

Aunque las cuestiones identitarias y de género (el núcleo de las problemáticas sobre las que se estructuran las reivindicaciones del wokismo actual) han sido históricamente minoritarias, en escenarios democráticos tan competitivos como los de las últimas décadas, cada apoyo sumado, por mínimo que fuera, podía marcar la diferencia.

A esta situación se llegó debido a un cambio social profundo que provocó que los partidos políticos de comienzos y mediados del siglo XX, tradicionalmente denominados por la ciencia política como «partidos de masa», perdieran competitividad en el terreno electoral. Algo que puede resultar paradójico porque nominalmente muchos de ellos mantienen sus denominaciones tradicionales y reivindican conservar su identidad primigenia; pero una observación más detallada de su funcionamiento interno y de su posicionamiento social hace evidente que en ellos han ocurrido mutaciones importantes.

Marcha de mujeres en Nueva York (20 de enero de 2018). La pancarta dice: «Mujeres africanas contra la violencia y la esclavitud basada en el género» Fuente: wikipedia

Evoluciones sutiles a desafíos existenciales…

Los partidos de masas, hegemónico en las primeras décadas del siglo XX, surgieron como herederos de las luchas sociales que tuvieron lugar a finales del siglo XIX y basaban su fortaleza en contar con una gran base social de apoyo (número de afiliados y votantes), que los respaldaba tanto en las citas electorales como en las movilizaciones a pie de calle.

Este tipo de partido político se caracterizaba por orientar su actuación hacia las necesidades de grupos sociales concretos, que se podían identificar fácilmente con el concepto marxista de clase social. Para resumirlo brevemente, una clase social es un subconjunto de individuos dentro de la colectividad que comparten una serie de características objetivas, necesidades y problemáticas a partir de las cuales se puede construir una identidad política que le permite operar como un agente político independiente.

La función de estos partidos políticos era defender en los escenarios de toma de decisiones políticas (gobiernos, parlamentos, etc.) los intereses de la clase social a la que representaban. Adquiriendo la naturaleza de brazo político de dicha clase social.

Este tipo de partido político se caracterizaba por tener una fuerte conexión con los intereses de la clase social a la que representaban; desligarse de ella implicaba la inmediata disminución en sus bases sociales de apoyo y la pérdida de su poder. Un alto componente ideológico, pues se esperaba una perfecta alineación entre los programas formulados por los partidos políticos y las necesidades que tenían sus votantes; y gran capacidad de movilización, pues había una conexión directa entre los líderes políticos, las instituciones del partido y la calle.

Durante las décadas de 1920 y 1930 se vivió la consolidación de dos grandes partidos de masas: los partidos socialistas, que se presentaban como defensores de los intereses de las clases obreras, y los partidos fascistas, que defendían los intereses de otras clases enfrentadas a los obreros. Que han pasado a la posteridad como los ejemplos más acabados de este modelo de partido político.

Manifestación del SPD en Berlín en octubre de 1930. La pancarta dice: «La victoria nazi lleva a Alemania a la guerra civil». Fuente wikipedia

Como refleja con gran claridad el sociólogo alemán Robert Michels en su libro «Los partidos políticos: Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna» (Amorrortu Editores), lectura obligatoria para quien quiera profundizar en este punto.

Competencia política en las poliarquías de posguerra

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, se recurrió a los principios teóricos del liberalismo clásico (en las vertientes de Locke y Hume) y del republicanismo inspirado en la revolución francesa (la idea del contrato social de Rousseau y el principio de separación de poderes de Montesquieu), a los que se sumó la arquitectura democrática liberal, basada en el concepto de poliarquía, con el objetivo de construir un nuevo orden social y político capaz de prevenir la polarización previa a este conflicto.

Esto permitió avanzar en un rediseño de los sistemas políticos partiendo del supuesto de que estaban conformados por agentes abstractos, individuales y racionales, cuyo comportamiento político estaba influido por muchos más factores que el hecho de pertenecer a una clase social.

De hecho, en las sociedades de posguerra habían surgido nuevos agentes sociales que no estaban adscritos con tanta claridad a una clase social específica. Por ejemplo, los estudiantes o los profesionales independientes que no encajaban en la descripción tradicional de clase social, siendo aventurado suponer que ambos pueden tener coincidencia en su actuación política.

A esto se suma que la idea misma de clase social y su naturaleza se hizo más difusa a su interior, conviviendo  diferentes tipos de perfiles sobre los que era difícil esperar que actuaran políticamente de forma coordinada o uniforme.

Podemos tomar como ejemplo cualquier fábrica de la década de 1960. ¿En verdad todos sus empleados podían ser considerados como miembros de la clase obrera? ¿Tenían las mismas reivindicaciones el operario que trabaja en la cadena de montaje, emulando al Chaplin de los Tiempos Modernos, que un directivo intermedio que solo se encarga de las ventas realizadas en otras ciudades?

Según la teoría marxista clásica ambos forman parte de  la misma clase social, el proletariado. Debido a que ambos eran empleados y no propietarios de la fábrica. Una visión reduccionista que respondía al modelo económico de finales del siglo XIX y su correlato en términos sociales, pero que había quedado obsoleta tras la Segunda Guerra Mundial.

A esto hay que sumar un tercer factor, que el funcionamiento de este sistema político había sido diseñado para que tuviera la forma de  poliarquía y, en consecuencia, sus dinámicas de funcionamiento obedecieran a las condiciones propias de este modelo.

Robert A. Dahl
Fuente: wikipedia

Brevemente, conviene explicar que el concepto de poliarquía se usa para describir un sistema político en el que existe una situación de competencia real entre diferentes partidos políticos. Los cuales se enfrentan de manera regular en un escenario preestablecido,  para dirimir cuál de ellos ejercerá el gobierno y, por tanto, el poder político.

El politólogo Robert A. Dahl es uno de los mejores conocedores de este modelo, al que dedica una parte importante de la reflexión que desarrolla en el libro «La democracia y sus críticos». Dahl, quien a través de su obra hace una conceptualización de los sistemas democráticos modernos como la manifestación práctica y operativa de la filosofía política liberal clásica, se guarda de considerar a estas poliarquías de las décadas 1960-1970 como sistemas verdaderamente democráticos.

Para este autor, las poliarquías eran una fase previa al establecimiento de las democracias plenas, en las que podíamos apreciar las principales características de este sistema político en el aspecto formal: las libertades básicas, separación institucional, multiplicidad de partidos políticos, un sistema de competición electoral definido por reglas y relativamente imparcial.

Pero, pese a todas estas características, las poliarquías no llegaban a considerarse sistemas democráticos plenos debido a que resultaba necesaria la concurrencia de otro tipo de factores. Aspecto sobre lo que Dahl reflexiona en el libro mencionado, pero que aquí omitiremos por cuestiones de espacio.

El hecho era que, la aparición de nuevos agentes políticos y la desaparición del concepto de clase social clásica pusieron en crisis la forma en que los partidos políticos se relacionaban con la sociedad. Estos se vieron obligados a desarrollar nuevas estrategias para conectar con su electorado potencial y alcanzar el éxito en las citas electorales.

El sufragio es una parte importante del proceso democrático.
Fuente: wikipedia

El sistema de partidos políticos y su complejidad

De esta manera se dio el paso hacia un nuevo modelo de partido político al que se denominó «partido atrapalo todo» (en inglés, catch-all party), en el que la conexión con un segmento social específico se volvió más difusa, con el propósito de incorporar las reivindicaciones de otros segmentos a sus programas electorales y, gracias a ello, contar con la mayor competitividad electoral posible.

En resumen, la pérdida de competitividad electoral que experimentaron los partidos de masas provocó que éstos tuvieran que tomar una serie de medidas estratégicas que les permitían responder a las necesidades y planteamientos de diferentes segmentos sociales, sin descartar que algunos pudieran llegar a ser incompatibles. Medidas que pueden resumirse en tres:

  • Significativa reducción de su fundamentación teórica.
  •  Dejar de considerar la clase social como el nicho exclusivo para la búsqueda de votantes; para estos partidos los votantes tenían que buscarse en toda la sociedad.
  • Conseguir el acceso a todos los grupos de interés que hubiera dentro de la sociedad.

Modificaciones y transformaciones que tenían como único objetivo atraer al máximo número de electores y trascender los intereses de grupo con el fin de conseguir una mayor confianza general.

El jurista y teórico político alemán Otto Kirchheimer, uno de los miembros más desconocidos de la Escuela de Frankfurt, fue quien hizo la descripción y el estudio detallado de este nuevo modelo de partido político, en una serie de artículos dedicados a reflexionar sobre las derivas y problemáticas presentes en los sistemas democráticos occidentales de posguerra.

Desafortunadamente, Kirchheimer no ha sido muy traducido a nuestro idioma, por lo que el acceso a sus ideas es algo limitado; pero el politólogo Giovanni Sartori hace una buena síntesis de los conceptos e ideas planteados respecto a este nuevo tipo de partido político en su libro «Partidos y sistemas de partidos».

El principal aporte de Kirchheimer fue mostrar la manera en que la racionalidad estratégica de este tipo de partidos políticos les llevó a abandonar sus tradicionales programas políticos, apostando por la transversalidad.

Los partidos políticos dejaron de centrar sus discursos en problemas de amplio calado para centrarse en «temas» o «tópicos» sobre los que se pudiera generar la adhesión de diversos grupos sociales y, por consiguiente, incorporarlos a su base de votantes.

Al momento en el que Kirchheimer estaba realizando su estudio, finales de la década de 1950 e inicios de la de 1960, la racionalidad estratégica de este tipo de partidos buscaba que los temas escogidos tuvieran un carácter general o transversal. Es decir, algo en lo que pudiera suscitar la adhesión tanto del operario de base de una ensambladora de vehículos como de los directivos intermedios de la misma y, de ser posible,  otros agentes sociales (artistas, campesinos, estudiantes, pensionistas, etc.).

Fue la época del debate sobre temas transversales, como el crecimiento económico, la educación, el medio ambiente o la salud. El periodo dorado de los grandes partidos de centro que hemos mencionado en la primera entrada de esta serie, los democristianos y los socialdemócratas.  Partidos políticos que sin renunciar al remanente de sus bases sociales de apoyo incorporaban temas transversales para captar el apoyo grupos que no pertenecían a sus votantes tradicionales.

De los expuesto hasta el momento, se   muestra cómo el sistema político, representado en los partidos políticos democráticos, responde ante esta nueva complejidad social, evolucionando y transformándose internamente con el objetivo de mantener su vigencia funcional. Tomando como pivote de este cambio al partido atrapalo todo y su racionalidad estratégica basada en «sumar cuando más mejor».

Sociedades complejas y minorías

Lo que pudo anticipar Kirchheimer, fallecido en 1965, fue que las sociedades de la época estaban experimentando una nueva transformación, que daría origen al surgimiento de las «sociedades complejas».

Proceso que se llevó a cabo a lo largo de las siguientes tres décadas y que sentó las bases de las sociedades actuales. Que también se vio reflejado en el ámbito político, dando origen a la crisis que viven actualmente los partidos políticos. Llegados a este punto, es necesario entender qué son las sociedades complejas y en qué se diferencian de las que surgieron tras el final de la Segunda Guerra Mundial (décadas de 1950 y 1960).

En líneas generales,  podemos definir la sociedad compleja como un nuevo tipo de sociedad que surgió a finales de la década de 1960, que exhibe una serie de características que la distinguen de las previamente existentes

Este nuevo tipo de sociedad se caracteriza, en primer lugar, por no tener la estructura jerárquica tradicional según la cual la influencia o el poder se ejercía de arriba hacia abajo, a través de una serie de normas y procedimientos que dan soporte a una rígida estructura burocrática. Por el contrario, empezaba a desarrollar una estructura más horizontal, en la que todos los agentes integrados dentro de la sociedad (cultura, economía, educación, política, etc.) se interconectaban como si fueran una red, sin que existiera un centro de toma de decisiones claramente definido. Esto producía una estructura más flexible.

En segundo lugar, dado que había simplificado la posibilidad de interacción entre los diferentes elementos que integraban la sociedad al no contar con una estructura centralizada que ejerciera el poder, se ganaba velocidad a la hora de coordinarse para dar respuestas a diferentes reclamos y problemáticas.

Por ejemplo, mientras en las sociedades tradicionales una situación que implicara aspectos relacionados con el ámbito de la cultura y la educación requería seguir el procedimiento burocrático establecido, así como esperar la decisión de la estructura jerárquica superior. En la sociedad compleja, ambos ámbitos podían ponerse en contacto de manera directa y generar una respuesta coordinada. No quiere decirse que hubiera desaparecido el procedimiento o la jerarquía, simplemente que ya no eran una intermediación necesaria para realizar sus funciones.

Esto produce, en tercer lugar, que las dinámicas y procesos que ocurren dentro de una sociedad compleja se produzcan a mayor velocidad, de una manera más eficiente y, en caso de ser necesario, usar cualquiera de los diferentes caminos que su configuración en red ponga a su disposición (atajos), mientras sean funcionales al objetivo deseado y no generen problemas.

Dotando a este tipo de sociedades de una inercia de procesos que tiende hacia la aceleración y en la que cada vez es más difícil ejercer un control centralizado.

Por tanto, como cuarta característica, tenemos que cada uno de los componentes de la sociedad empieza a desarrollar una suerte de gestión interna que solo tiene que alcanzar una coordinación básica con los otros componentes sociales y se vuelve menos influenciable frente a cualquier tipo de control centralizado externo. Realidad que muchos teóricos han descrito con los conceptos «sistemas funcionales», «subsistemas funcionales» o, simplemente «subsistemas».

Finalmente, como quinta característica a tener en cuenta, la sociedad compleja tiene vocación global porque surge y se desarrolla en un escenario de naciones que tienen cierto grado de interconexión. Por eso, no se puede concebir una sociedad de este tipo que se encuentre completamente aislada de lo que ocurre en las otras sociedades que forman parte de su región. No quiere decir esto que las sociedades complejas deban ser necesariamente sociedades globalizadas, sino que es imposible que se encuentren aisladas de lo que ocurre en el ámbito internacional.

Como era de esperarse, este cambio en la estructura social promovió una serie de transformaciones en los sistemas políticos y, por descontado, en el funcionamiento de los partidos políticos. Estos últimos tuvieron que adaptar el contenido y la forma de transmitir su mensaje para seguir contando con apoyos electorales en un escenario mucho más competitivo.

Contexto donde el concepto de «clase social» había terminado de desdibujarse, en su acepción clásica, y enfrentaba el desafío de resignificarse en términos teórico-prácticos para responder a una realidad mucho más compleja que las previamente existentes. En el que también habían perdido eficacia electoral esos grandes mensajes transversales sobre los que habían cimentado su éxito los dos grandes partidos de centro.

Hemos explicado este segundo proceso en un post publicado previamente en este blog, centrado en el análisis del texto «La comunicación ecológica» de Niklas Luhmann. Pese a que en aquella entrada centramos la reflexión en el medioambiente, las ideas expuestas tienen validez para la discusión de otras cuestiones de carácter transversal.

En resumen, los partidos políticos se enfrentaban a un desafío existencial: el agente político sobre el que habían construido toda su estrategia electoral (la clase social) se había desdibujado de tal manera que les resultaba difícil describirlo con claridad; los mensajes transversales que podían provocar una adhesión general habían perdido su eficacia movilizadora y seguían teniendo la necesidad de sumar apoyo (votos) en procesos electorales competitivos.

Con el objetivo de hacer frente a este nuevo escenario, los partidos políticos se vieron forzados a identificar un nuevo agente político con el que conectar, que les permitiera sobrevivir en las distintas citas electorales. Necesidad que condujo a la creación de un nuevo actor político, «La minoría excluida», sobre la que se fue cimentando una nueva racionalidad estratégica que poco a poco derivó en la influencia de lo woke.

Evolución que analizaremos en una entrada posterior, debido a la gran cantidad de factores y matices que es necesario considerar e ilustrar para explicar con claridad el proceso que llevó a este nuevo sujeto político a ocupar el papel central en el funcionamiento de los sistemas políticos contemporáneos.

A continuación…

Una vez establecido este marco contextual e histórico sobre la evolución de la problemática a estudiar, el siguiente paso es presentar el modelo teórico que nos permitirá realizar este estudio y justificar la conveniencia de su utilización para este caso específico.

Aspecto en el que nos centraremos en nuestro próximo post, donde presentaremos los fundamentos de la filosofía hegeliana aplicada a la sociedad, explicaremos por qué marca el origen de la teoría social y cómo aporta los fundamentos para el estudio de las sociedades complejas.

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