Colaboración especial de Fernando Fuster van Bendegem * , Director de Seguridad Privada y Coronel del Ejército de Tierra (R)
En estos días las noticias que nos llegan de Kazajstán han puesto de manifiesto que los conflictos pueden surgir en los lugares más insospechados del mundo. Sin embargo, detrás de cada uno de ellos hay una o varias causas, en algunos casos latentes, que permiten explicar la irrupción de los mismos.
Kazajstán era aparentemente un país estable. De las cinco repúblicas ex soviéticas que conforman el Asia Central, también conocidas como los “tanes” –Kazajstán, Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán–, la que parecía más estable y próspera era sin duda Kazajstán. Con importantes yacimientos de hidrocarburos, una extensión de 2,72 millones de Km2 –es la mayor de las ex repúblicas y algo más de cinco veces España– y una población de 18,6 millones de habitantes (en 2020), en su mayoría kazajos (69%), podríamos decir que tenía todos los elementos necesarios para configurar un futuro equilibrado y estable, a pesar de su aislamiento geográfico continental y sus vastas estepas. Pero en su ADN las repúblicas ex soviéticas han conservado elementos que estructuralmente restan solidez al futuro del país y sobre los que poco o nada se ha hecho, como una corrupción endémica, débiles o insuficientes reformas económicas, bajos estándares de respeto a derechos humanos, falta de transparencia democrática –constatada en los diferentes comicios celebrados y que no pudieron recibir el respaldo de la OSCE–, un sistema educativo centrado en el adoctrinamiento y falto de recursos o la opresión de cualquier elemento o grupo opositor, sustentada en unos servicios de inteligencia de corte soviético. Todo ello ha derivado en un entramado de poder en manos de una pequeña oligarquía que ha provocado una falta de estabilidad económica estructural, una distribución desigual de la riqueza –el salario mensual medio es de 250.00 tenges (unos 500€)– y un latente descontento popular.
Desde su independencia, en diciembre de 1991, el país ha estado presidido por Nursultán Abishevich Nazarbayev, reelegido en varias ocasiones y siempre por abrumadora mayoría –aunque poco verificables–, siendo la última en 2015. Previamente, desde abril de 1990, antes de la independencia, ya fue presidente de la república soviética kazaja. Sin embargo, y aunque fuese un hombre forjado al estilo del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Nazarbayev quiso mantener cierta distancia con Moscú tras la independencia del país, especialmente después de las intervenciones rusas en Osetia del Sur y Abjasia (Armenia) en 2008, y posteriormente en Crimea y en el Donbáss (Ucrania) en 2014. Para evitar la dependencia de un sólo origen (Rusia), Kazajstán puso en práctica una política “multivectorial” en la que busca aproximarse a otros países, en especial a China, con la que comparte 1.765 Km de frontera. Pekín por su parte ve con buenos ojos el aumento de relación comercial con Kazajstán, pues le facilita la salida de sus productos –a través de la Puerta de Zungaria– hacia el mercado continental y europeo, algo que encaja en su plan de la “Nueva Ruta de la Seda”, como ya sucediera con la ruta antigua. Así, desde 2008 Pekín ha ido incrementando su relación bilateral hasta situarse como segundo socio comercial de Nur-Sultán (rebautizada capital de Kazajstán que hasta 2019 llevaba el nombre de Astaná), tanto en exportaciones (17,4%) como en importaciones (13,6%) (Fuente: Trademap, datos de 2019).
Por su parte la Rusia de Putin considera que el espacio de las ex repúblicas soviéticas conforma su “extranjero próximo”, y que, por consiguiente, estos países deben quedar libres de la injerencia extranjera, muy especialmente de la influencia Occidental o de la OTAN, algo que ya se había violado en marzo de 2004 con la anexión, a esta organización, de las ex repúblicas bálticas –Estonia, Letonia y Lituania–, dos de ellas fronterizas con la propia Rusia y la tercera con el territorio ruso de Kaliningrado (otrora la capital de Prusia Oriental), que también tiene frontera con Polonia y que se incorporó a la OTAN en 1999 junto a Hungría y la República Checa. Para el Kremlin Bielorrusia y Ucrania forman parte de su patio delantero y los cinco “tanes” de Asia Central son su patio trasero. La injerencia en cualquiera de estos espacios puede ser motivo de confrontación directa con Moscú.
De entre los espacios señalados, Kazajstán es particularmente importante por varios motivos. Comparte 7.644 Km de frontera con Rusia y en la franja norte y este del país reside una importante comunidad étnica rusa, que representa un 18,9% de la población y podría constituir la excusa para una invasión como en Crimea o el Donbáss. El ruso es la lengua franca, para actividades económicas y relevantes, siendo junto al kazajo idioma oficial. Los medios de comunicación son mayoritariamente pro rusos. También Rusia es su principal socio comercial, con un 36,67% de las importaciones y un 9,7% de sus exportaciones (Fuente: Trademap, datos de 2019).
Desde el punto de vista de la Defensa los lazos son aún mayores. Tras la independencia Kazajstán renunció a las armas nucleares que poseía en su territorio a cambio del paraguas nuclear ruso, que tuvo que abandonar su polígono de pruebas nucleares situado precisamente en territorio kazajo, en Semipalátinsk. Sin embargo los rusos no renunciaron a su “Cabo Cañaveral”, el Cosmódromo de Baikonur, que tienen alquilado hasta 2050 por 115 millones de dólares anuales, y que necesitan para el lanzamiento y control de sus satélites. Además, la mayor parte de su equipamiento militar, doctrina y procedimientos son de origen ruso. Disponen también de ayudas en determinados materiales clave para la defensa, como los sistemas antiaéreos S-300. Por otra parte ambos países son miembros de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), organización en la que participan diez de las quince ex repúblicas soviéticas y desde la que se propicia la cooperación económica, defensiva, de relaciones internacionales y de seguridad colectiva entre sus Estados-miembro. Asimismo, Moscú y Nur-Sultán forman parte de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), una alianza militar que incorpora además de los dos citados a Bielorrusia, Armenia, Kirguistán y Tayikistán, y cuya finalidad es la defensa colectiva ante agresiones externas, no pudiendo sus miembros ser socios de otras alianzas defensivas.
Respecto a Kazajstán hay que señalar que su principal riqueza son los hidrocarburos, aunque también posee una de las mayores reservas de uranio mundiales. La venta de hidrocarburos, que en 2018 representó el 53% del total de las exportaciones kazajas, depende en cierta medida para su comercio de Rusia, de ahí que en su momento la diversificación del uso entre los gasoductos “South Stream” (Rusia) y “Nabucco” (UE) pudo proporcionar a Nur-Sultán una cierta flexibilidad exportadora, aunque finalmente no se hicieron realidad. Kazajstán tiene la segunda mayor reserva de petróleo de Eurasia después de Rusia y la mayor de la región del Mar Caspio, siendo más que autosuficiente energéticamente, como se muestra en la Figura 1, en la que se aprecia que sólo es ligeramente deficitaria respecto a las energías nuclear, renovables y otras. Respecto al consumo, el carbón concentra el mayor uso, con un 54%, seguido del petróleo y del gas natural, con un 20% y un 19% respectivamente.
Sin embargo, es en el petróleo –y otros líquidos derivados–, donde se halla su mayor riqueza, como puede verse en el gráfico de la Figura 2. En este mismo gráfico se ve como el consumo permaneció casi estable en los últimos años, mientras la producción ha ido creciendo.
Por ello no es de extrañar que la percepción popular sea que la principal riqueza del país no esté revirtiendo en los ciudadanos kazajos. Al contrario, la causa de las protestas que estallaron en la ciudad de Janaozén (o Zhanaozén) –localidad petrolera al oeste del país, junto al mar Caspio–, el pasado domingo 2 de enero, fue precisamente la subida del precio del gas licuado del petróleo –empleado en los automóviles–, que duplicó su precio de un día para otro a consecuencia del fin de la aplicación de los subsidios, tras dos años de transición, a este tipo de combustible. Las protestas pronto se extendieron por todo el país, teniendo especial resonancia en la ciudad de Alma Ata, polo económico del país, donde la protesta degeneró en disturbios. El choque con las fuerzas de seguridad dejó un balance de 164 muertos, al menos 1.300 heridos y unos 5.000 detenidos tras la primera semana de revueltas.
En todo caso, y a pesar de las apariencias, este estallido social tiene un mayor trasfondo que el de una simple protesta por los precios del combustible, independientemente de que el país todavía no se haya recuperado de la crisis económica del 2008, ni de los efectos derivados de la pandemia del coronavirus. En marzo de 2019 el presidente Nazarbayev renunció al cargo tras permanecer de forma continuada 29 años dirigiendo los destinos de Kazajstán. Su sucesor, designado por él y “avalado” por las presidenciales de junio de 2016, fue Kassym-Zhomart Tokayev, un diplomático que entonces tenía 62 años y ocupaba el cargo de presidente del Senado. Pero Nazarbayev seguía dirigiendo los destinos del país en la sombra y fue reconocido como “Líder de la nación” con carácter vitalicio, rebautizándose la capital kazaja con su nombre: Nur-Sultán (Astaná hasta 2019). Además permaneció en los cargos de jefe del Consejo de Seguridad de Kazajistán, jefe del partido gobernante Nur Otán y miembro del Consejo Constitucional. Conscientes de esta realidad, y desalentados ante el continuismo de las viejas políticas de Nazarbayev, durante las revueltas los manifestantes hicieron del ex presidente blanco de sus reivindicaciones al grito de “Viejo márchate”.
Cuando Nursultán Nazarbayev tenía 75 años, a mediados de la pasada década y poco después de la intervención rusa en Crimea, los cinco “tanes” fueron objeto de un análisis geopolítico más detallado. Entonces se consideraba que existían tres posibles elementos desestabilizadores con respecto a Kazajstán: el relevo de su máximo responsable, ya en edad avanzada; la falta de reformas estructurales en el país; y el posible retorno de los terroristas que combatían en Afganistán, Irak y Siria.
Kazajstán tiene una legislación modélica en cuanto a libertad religiosa que, a pesar de ser un país predominantemente sunita, aunque secular, ha conseguido que la convivencia entre las distintas etnias y religiones sea ejemplar. Eso no excluye que de las cinco ex repúblicas puedan salir elementos radicales, como así ha sido, estimándose en unos 4.000 en 2016, cuando Kazajstán sufrió dos ataques terroristas atribuidos a yihadistas islámicos. El retorno de estos elementos radicales, tras la derrota del Daesh en Irán y Siria o la salida de las tropas internacionales de Afganistán, bien podría haber fomentado la radicalización, las revueltas o determinados atentados terroristas. Ese era el temor. Sin embargo, no parece haber sido éste el caso, a pesar de que el Gobierno kazajo haya achacado parte de los disturbios a elementos terroristas bajo influencia extranjera, algo que más parece ser una excusa adecuada para invocar la intervención de las fuerzas de la OTSC y justificar la represión que es lo que en realidad sucedió.
Dada la dificultad de obtener información fiable en este caso, en un país donde la opacidad es más la norma que la excepción, realizar un análisis riguroso de las verdaderas consecuencias del conflicto que se ha vivido en estos días resulta aventurado y posiblemente incompleto. No obstante, lo que nos apuntan los hechos y ciertos indicios permiten adelantar una primera aproximación sobre lo sucedido.
En mi opinión, y a la luz de los datos disponibles, podemos decir que las protestas se iniciaron como consecuencia del desproporcionado y repentino aumento del precio del gas licuado del petróleo que los kazajos usan en sus automóviles, a pesar de que fuese algo anunciado y previsto. Este aumento de precio podría haber ocasionado un impacto real y significativo sobre su economía doméstica, lo que provocó una movilización espontánea y popular (2 de enero) que rápidamente generó una corriente de simpatía en todo el país, dada la legitimidad de la causa y la desigual distribución de la riqueza obtenida de los yacimientos de hidrocarburos del país. Este movimiento encerraba también una reivindicación latente, largamente incubada en el pueblo kazajo, que era la del cambio de gobernabilidad, algo que pudieron acariciar cuando en junio de 2019 Kassym-Zhomart Tokayev accedió a la presidencia. Sin embargo, la vieja política siguió instalada en el país sin adelanto alguno, sufriendo por añadidura el impacto de la pandemia de coronavirus, lo que hacía aún menos esperanzador el futuro para la población de Kazajstán.
Así las cosas y una vez encendida la chispa de las protestas, y extendidas por distintos focos del país, en especial a Alma Ata, los manifestantes creyeron que había llegado el momento del cambio, en este caso por la fuerza, tornándose las protestas en violentas. De nada sirvió que el presidente Tokayev decretara el estado de emergencia en los distritos de Mangystau y Almaty (desde el 5 de enero a las 01.30 horas hasta el 19 de enero) –que pocas horas después ampliaría a todo el territorio nacional–, o que anunciara la reducción del precio del gas licuado del petróleo –incluso a menor precio del que costaba inicialmente–, ni que “aceptara” la dimisión del Gobierno kazajo en pleno, tampoco que se provocara un apagón de internet y telefónico en gran parte del país (que por cierto acabó afectando a las criptomonedas). La revuelta había prendido y los manifestantes habían tomado el aeropuerto de Alma Ata, quemando vehículos y saquenado varios edificios oficiales. Consciente de ello y de la capacidad real de sus Fuerzas Armadas –que incluyendo las fuerzas de fronteras suman unos 55.000 efectivos, a los que hay que añadir otros 9.000 del Ministerio del Interior–, Tokayev pidió ayuda a Rusia y la activación de la Fuerza de Reacción de la OTSC, que recibió inmediatamente el respaldo de los demás países asociados.
Entre tanto, el liderazgo de las protestas seguía sin aclararse, aunque hubo intentos de apropiación como la del ex banquero y ex ministro Mujtar Ablyasov, pero con pocos visos de credibilidad. También se aireó estos días el plan de empleo de las ONG occidentales que trabajan en el país para fomentar la desestabilización. Básicamente el argumento es que Occidente, y en especial EEUU, son conscientes de que la estabilidad en Asia Central depende de la estrecha alianza ruso-kazaja. En consecuencia este elemento clave podría ser alterado si se provocara una intervención rusa en favor de su minoría del norte del país –que se auto describe como la “Siberia del Sur”–, lo que podría lograrse exacerbando sus sentimientos separatistas mediante la influencia de las mencionadas ONG occidentales que trabajan en la zona. Se trataría de provocar una situación similar a la existente antes de la anexión de Crimea en 2014, pero en este caso fomentada desde Occidente. Sin embargo esta posibilidad es poco viable dados los actuales lazos entre ambos países, además de que perjudica a los propios intereses petroleros norteamericanos en el país, no quedando claro qué otro país u organización podría promocionar este tipo de acciones. De igual modo se ha especulado con una “revolución de colores”, como la acontecida en 2014 en Ucrania y que provocó la caída del gobierno pro soviético de Víktor Yanukóvich tras las protestas proeuropeas del Maidán[1], y que se traducen en movilizaciones no violentas, generalmente en el espacio postsoviético, basadas en un discurso pro occidental y con influencia de actores externos, circunstancias que en este caso no se dan.
El 7 de enero, cuando la situación parecía incontrolable, Tokayev recurrió a la medida extrema de anunciar que había dado orden a las fuerzas de seguridad de “disparar a matar sin previo aviso”, ante la sospecha, o más bien la excusa, de que la violencia había sido provocada por “terroristas entrenados en el extranjero”. Esta medida da idea de lo comprometido que se sentía el presidente ante los disturbios que se habían extendido por buena parte del país, en especial por la capital económica, la ciudad de Alma Ata, donde 7 policías habían resultado muertos. Ese mismo día aterrizaban en un aeródromo de la provincia de Almaty nueve aviones rusos Il-76 que transportaban los primeros elementos del “Contingente de Pacificación” enviado por la OTSC. Poco después se anunciaba que las fuerzas de seguridad kazajas habían recobrado el control del aeropuerto de Alma Ata. En total el “Contingente de Pacificación” desplegó en pocas horas 2.000 efectivos, en su gran mayoría rusos, pero también de Kirguistán, Armenia, Bielorrusia y Tayikistán. La misión que recibieron fue la de asegurar las infraestructuras esenciales del país sin participar en el restablecimiento del orden, función que permaneció siendo exclusiva de las fuerzas kazajas.
El golpe de efecto del rápido despliegue de Fuerza de Reacción de la OTSC provocó la inmediata disolución de las movilizaciones, propiciando que el presidente kazajo informara el 8 de enero a Moscú que había “retomado el control del país”. Paralelamente Tokayev había tenido tiempo de sacar sus propias conclusiones sobre lo que estaba sucediendo. Una de ellas fue que una movilización de este calado no parecía factible sin un apoyo desde dentro del propio país. No era la primera vez que algo así sucedía y Tokayev y los manifestantes a buen seguro que lo recordaban. En 2011 tuvo lugar una protesta que llevó a un grupo desempleados a ocupar la plaza principal de la mismísima ciudad de Janaozén, la misma donde se inició esta protesta. Tras varios meses de reivindicaciones laborales, que se tornaron en políticas y que fueron congregando a más simpatizantes, una durísima intervención policial coincidiendo con la celebración del día de la independencia kazaja, el 16 de diciembre, provocó la masacre de 14 manifestantes (otras fuentes dan otras cifras). En aquel caso las protestas no se propagaron y una “comisión de investigación gubernamental” junto con un juicio a los cabecillas de la manifestación pusieron punto y final al episodio.
Seguramente la reflexión de Tokayev, y el cálculo político, le llevaran a responsabilizar de lo sucedido a su jefe de inteligencia, Karim Masimov, que ocupaba el puesto de presidente del Comité Nacional de Seguridad desde septiembre de 2016, lo que significa que fue un hombre de la máxima confianza del ex presidente Nazarbayev. Nursultán Nazarbayev por su parte, una figura omnipresente y todopoderosa en Kazajstán incluso después de dejar el cargo de presidente, había desaparecido misteriosamente. No hubo noticias de él ni se conocen declaraciones suyas, especulándose que podría haber abandonado el país refugiándose en una de sus tres residencias londinenses. Este silencio del “Líder de la nación” y padre de la patria kazaja le hizo cómplice a ojos de Tokayev que ya el 5 de enero empezaba a calificar lo ocurrido como un intento de golpe de estado, procediendo a cesar a Nazarbayev de su cargo como presidente en el Consejo de Seguridad Nacional.
El 11 de enero el presidente Tokayev anunció que las fuerzas de la OTSC comenzarían el repliegue a partir del 13 de ese mismo mes, como así fue, y dio por concluida la “operación antiterrorista” el 12 de enero. Se espera que el total de las tropas del OTSC abandone el país en torno al día 19 de este mismo mes de enero.
CONCLUSIÓN:
La explosión de descontento popular en Kazajstán se justifica por una combinación del fracaso en acometer las reformas estructurales que el país necesitaba y una transición de poder no tan modélica como parecía. El ex presidente Nazarbayev seguía controlando los resortes del poder mientras Tokayev creía ejercer como mandatario, dejándole éste desempeñar el cargo mientras fuera controlable. La hipótesis más probable es que se haya tratado de un intento de reemplazar a Tokayev aprovechando el estallido social.
Por su parte el presidente Tokayev ha conseguido controlar temporalmente la protesta, al tiempo que podría haberse librado del control ejercido por Nazarbayev y su círculo de poder, pero el precio a pagar es una mayor dependencia de Putin, a quien le debe todo en este momento. En todo caso no debería olvidar que el descontento social sigue instalado en la población, por lo que un simple cambio de gobierno y un maquillaje en las reformas no harán más que aplazar la siguiente protesta.
Por su parte Putin ha evaluado bien la situación que se le presentaba y con una apuesta decidida y arriesga, al menos a priori, y en cierta medida obligada –no se hubiese entendido que no apoyara al presidente Tokayev–, ha conseguido fidelizar a la principal ex república del Asia Central, clave para Moscú en la zona. Al mismo tiempo ha conseguido mandar un mensaje de determinación a Occidente, a la OTAN y a los países de su “extranjero próximo”, precisamente en unas fechas en las que Moscú está debatiendo en torno a Ucrania con EEUU, la OTAN y la UE. También a Pekín pues, aunque sus relaciones estén pasando por un momento dulce, conviene que sean conscientes de que los límites de su influencia se circunscriben exclusivamente al ámbito comercial, algo que Xi Jinping parece haber entendido cuando apoyó las medidas del presidente Tokayev el mismísimo día 7 de enero.
La alargada sombra de Moscú, una vez más, ha prevalecido en Kazajstán. El presidente Tokayev es ahora mejor aliado, pero también rehén de los designios del Kremlin.
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[1] Referencia a la Plaza de la Independencia de Kiev, conocida en ucraniano como Maidán Nezalézhnosti.
* Fernando Fuster van Bendegem.Ha desempeñado responsabilidades de mando y dirección desde el empleo de Teniente (1986) hasta el de Coronel, de 2013 y hasta julio de 2020, incluyendo la jefatura del Grupo de Artillería Antiaérea de Misiles Hawk-Patriot I/74 y del Regimiento de Artillería Antiaérea nº 72. Diplomado de Estado Mayor, ha dedicado buena parte de su vida profesional a puestos de planeamiento, estudio, análisis y asesoramiento, destacando el de Consejero Técnico en el Gabinete del Jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) y el de Jefe del Área de Análisis Geopolítico en la Secretaría General de Política de Defensa (SEGENPOL). A nivel internacional, ha representado a España en reuniones, cursos y destinos internacionales (Misiles Hawk e Inteligencia Estratégica en EE.UU., EUROFOR en Italia), participando también en misiones de mantenimiento de la paz –Bosnia, Kosovo y Afganistán– y realizando funciones de diplomacia de defensa desde nuestras embajadas en El Cairo y Ammán, como Agregado de Defensa. En la actualidad está en la situación de Reserva y dedicado al ámbito de la seguridad privada, en calidad de Director, así como al análisis geopolítico, en especial el relacionado con los conflictos.