Los modelos autoritarios han surgido del ejercicio más puro de la participación democrática, esta afirmación un tanto incomoda la podemos comprobar al estudiar diferentes épocas históricas (la caída de la democracia ateniense, el ascenso  del fascismo en la Europa de los años 30 y las complicadas derivas que experimentan actualmente en algunos países latinoamericanos).

Solemos creer que autoritarismo y  democracia son sistemas políticos completamente incompatibles o contradictorios. Los asociamos a culturas, sociedades y valores completamente diferentes. No obstante, estudiando varios textos fundamentales de la filosofía política he descubierto que la relación entre ambos conceptos no siempre es antagónica.

Enlazando con nuestro anterior post ,en el que mostrábamos como el poder político fue construido por los seres humanos en el marco de un proceso racional, seguiremos estudiando el pensamiento de  Thomas Hobbes.  Ampliamente conocido por su reflexión en torno a la construcción del Estado y las modernas instituciones de gobierno, como bien se menciona en los blogs de Edwin el Grafo, y eljuegodefilososfar. Sin embargo,  no somos conscientes que a él le debemos dos de las ideas que fundamentan nuestros sistemas políticos actuales:

  1. Introducir la idea de un Contrato Social como punto de partida para la construcción de la convivencia política.
  2. Asignar a las personas el papel central en la construcción de los sistemas de convivencia política.

Es en este segundo punto en el que queremos hacer énfasis en este post, pues permite tener una visión diferente de la teoría hobbesiana y conocer la  complejidad de la relación que existe entre la democracia y el autoritarismo.

Thomas Hobbes

Revolución política centrada en la persona

Como ya hemos dicho en ocasiones anteriores,  los modelos políticos clásicos y medievales no asignaban especial relevancia a las personas (entendidas como sujetos particulares), más bien solían considerarlas como seres aislados que no  eran importantes a menos que formaran parte de un grupo o una comunidad. Incluso los reyes y soberanos eran considerados en función de su clase, dinastía u otro referente colectivo.

Las personas del pueblo raso (artesanos, campesinos, comerciantes, etc.), no eran consideradas en absoluto como sujetos. Eran piezas dentro de un gran entramado de relaciones de subordinación  cuyo papel era consistía en obedecer  las indicaciones que recibieran de las autoridades.  La estructura social a la que pertenecían había sido creada de antemano y ellos solo tenían que adaptarse a ella.

Incluso durante la República Romana, habituada a los permanentes debates en el Foro y en el Senado, la organización de las instituciones era algo que se encontraba definido previamente,  sin que la voluntad humana pudiera desempeñar un papel central en su construcción o evolución. La  participación de los ciudadanos consistía en apoyar las propuestas planteadas por algún grupo de interés o facción. Creer que el ser humano, entendido como sujeto autónomo, era capaz de construir la instituciones sociales y políticas fue una idea del pensamiento moderno.

La Modernidad, entendida como revolución del pensamiento, se caracteriza por elevar al ser humano al puesto central de todo el orden de la vida: el conocimiento, la convivencia, las estructuras, etc. En el texto que dio origen a este periodo, el Discurso del Método, René Descartes demuestra que la única cosa de la que podemos tener certeza es nuestra existencia y ello debido a que podemos razonar y reflexionar.

“Pienso, Luego Existo”. Descartes, Discurso del Método.

A partir de este única verdad, el autor lleva a cabo un proyecto encaminado a reconstruir ,a partir del uso de la razón , los diferentes ámbitos de la realidad, la ciencia, la estructura social y hasta el mundo espiritual.

Hobbes es un continuador del proyecto cartesiano, está convencido que el sujeto es el elemento fundamental que permite construir el sistema de convivencia social y político. Por ello escribe, en 1646, el primer libro de filosofía política que analiza las instituciones desde el punto de vista de los sujetos que las crean: El Ciudadano (de Cive). (También traducido como “Tratado Sobre el Ciudadano”)

Caratula de De Cive

Caratula de De Cive

En este texto Hobbes  argumenta que el Estado y las instituciones sociales son un mecanismo inventado por los hombres para limitar su libertad natural:

Es cosa clara por si misma que las acciones de los hombres proceden de la voluntad, y la voluntad de la esperanza y del miedo; de tal forma que los hombres cuando ven  que de la violación de las leyes van a obtener un bien mayor o un mal menor que de su observancia, las violan sin dificultad.Por eso la esperanza que cada uno tenga de su seguridad y de su conservación consiste en poder adquirir ventajas sobre su prójimo con sus propias fuerzas capacidad franca o engañozamente. Hobbes. Tratado sobre el Ciudadano. p, 50.

Esta situación obliga a cada persona a estar en permanente estado de guardia, pues siempre están expuestos a ser atacados por otros individuos que aspiran a quitarles sus bienes, derechos o propiedades. Esta es la situación habitual en el estado de naturaleza y, como resulta comprensible, no es deseable vivir en esa incertidumbre constante, por lo que es necesario salir de de dicho estado.

Ahora bien, la pregunta es ¿cómo hacerlo?

La comunidad: única salida

Para Hobbes la única forma de salir del estado de naturaleza  consiste en que las personas nos agrupemos y nos organicemos para defendernos mutuamente de los ataques externos. No obstante, no vale cualquier agrupación de personas:

Y está claro, en primer lugar, que el acuerdo de dos o tres no puede proporcionar esa seguridad en absoluto, porque con que la otra parte añada unos pocos hombres, le basta para conseguir una victoria cierta e indudable y esa situación da ánimo al adversario para atacar. En consecuencia se hace necesario, para conseguir la seguridad que buscamos, que el número de los que colaboran para su unidad sea tal que el paso de unos pocos al enemigo no le proporcione ventaja sustancial para triunfar. Hobbes. Tratado sobre el Ciudadano. p, 51.

Lo primero que se descubre es que necesitamos una agrupación bastante grande, que tenga muchos integrantes. Pero esto no es suficiente…

Sea cual fuere el número de los que se unen para defenderse, sino se ponen de acuerdo sobre la mejor forma de hacerlo sino que cada uno utiliza sus fuerzas a su manera, no se conseguirá nada.  Hobbes. Tratado sobre el Ciudadano. p, 51.

Se hace necesario que exista una mínima coordinación y acuerdo entre ellos. No obstante esto sigue siendo insuficiente para lograr nuestro objetivo, sino que se requiere algo más…

 que los que se han puesto de acuerdo para buscar la paz y la ayuda mutua por el bien común, se vean imposibilitados  por el miedo para discutir  nuevamente cuando más adelante algún bien privado  entre en colisión con el bien común. Hobbes. Tratado sobre el Ciudadano. p, 51.

Ya que la unión  de la voluntad de muchos para un mismo fin no basta para conservar la paz y para defenderse de forma estable, se requiere que la voluntad de todos sea una sola en lo que respecta a lo necesario para la paz y la defensa. Hobbes. Tratado sobre el Ciudadano. p, 52.

Capacidad creadora de la democracia

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La salida del estado de naturaleza sólo se puede lograr si los individuos nos asociamos, en cuanto personas libres e iguales, para crear una comunidad de convivencia que nos trascienda. Es es este momento cuando dejamos de ser personas para convertirnos en ciudadanos (sujetos autónomos que actúan políticamente), convergemos en torno a una serie de objetivos y nos orientamos a posibilitar que se realicen en la práctica. Esta Asamblea constituye el primer ejercicio de participación democrática que se aprecia en la edad moderna, debido a 3 razones:

  1. Participan en ella todas las personas.
  2. Todos los participantes son considerados como iguales y actúan efectivamente como tales.
  3. Las decisiones se toman por  consenso.

De esta manera la  Asamblea Democrática se constituye en un factor de creación de la convivencia social y del orden político.

Derecho al poder supremo

Una vez hemos alcanzado ese estado de paz nuestro deseo es preservarlo y evitar regresar al estado de naturaleza. Para Hobbes resulta claro que esta primera asamblea democrática no puede garantizarlo, pues al ser todos sus miembros iguales siempre se corre el riesgo de que al desaparecer el miedo al enemigo común cada uno de los integrantes tienda a buscar favorecer sus propios intereses y, finalmente, resurja el enfrentamiento.

Por ello es necesario que esta asamblea , luego de haber creado el orden político se disuelva y desaparezca, cediendo todas sus potestades a otra entidad a la que no pertenezcan todos los individuos.  Se crea una institución que concentra los derechos y poderes de todos los miembros de la comunidad  el Estado Instituido o, como metafóricamente lo nombra Hobbes en honor a un monstruo bíblico, el Leviatán.

La paz futura está garantizada por el hecho que el Estado concentra todo el poder armado, económico y social de la comunidad, de manera que cualquier individuo o facción que se enfrenté a él estará en condiciones de inferioridad y será derrotado fácilmente. Con respecto a los ciudadanos debemos recordar que hemos perdido nuestros derechos desde el mismo momento en que la Asamblea democrática se disolvió y transfirió todos sus poderes y potestades al Leviatán.

Al finalizar este proceso, racional y democrático,  hemos creado un monstruo que concentra todo el poder de la sociedad y puede hacer uso de él de una manera completamente arbitraria. En otras palabras, hemos contruido el absolutismo a partir de la democracia.

El sustrato autoritario de la democracia

Considero que el sistema democrático es uno de los avances más destacados y significativos de nuestra forma de vida, gracias a ella hemos podido gozar de un desarrollo pleno y de una gran prosperidad en muchos aspectos de nuestra vida. Por ello nos cuesta comprender que de un proceso democrático surjan resultados negativos o no deseados. Sólo tenemos que mirar un poco atrás en nuestra historia para descubrir que fenómenos como la ascensión del fascismo fueron el culmen de un proceso de participación democrática.

¿Esto significa que la democracia como sistema de gobierno no sirve?,¿ que debemos cambiarla por otro? o que ¿simplemente estamos llamado democracia a algo que realmente no lo es?….No!, simplemente queremos mostrar que cuando se habla de sistema democrático no todo es lo que parece y que no todo lo que surja de un proceso democrático o participativo será de nuestro agrado, pues hemos visto como el gobierno autoritario surge de una asamblea democrática.

¿Cómo evitar caer en estos errores?, ¿cómo prevenir esas consecuencias indeseadas?. La misma democracia nos da la respuesta: Mantener siempre un espíritu crítico, precisamente lo que queremos promover en este post mostrando una cara oculta de la democracia.

 

 

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  1. Fernando García-Quismondo marzo 20, 2016 at 8:41 pm - Reply

    Me ha resultado muy interesante el artículo, y me ha provocado una serie de reflexiones que me gustaría compartir con el resto de lectores del blog.

    Tal y como se plantea, creo que uno de los problemas básicos de la democracia se basa en la ficción constitutiva de la “representatividad del delegado”, en virtud de la cual la persona votada “representa” no ya su propia voluntad sino la del sector del pueblo que la ha elegido. Como no está claro cómo puede producirse una “transferencia de voluntad” (dado que el cargo electo no tiene normalmente la posibilidad de consultar a sus electores sobre todos los asuntos) esto da como resultado práctico que cada elector renuncia durante unos años a una parte de su voluntad con la esperanza de que su representante adivine correctamente su intención al elegirle. Quizá por eso este “principio de representación” -que antiguamente se consideraba intrínseco a la idea de democracia- hoy se ve más bien como una forma de autoritarismo, de control de acceso a la esfera política que al mismo tiempo excluye de ella a los electores, dejando a la democracia como un sistema corrupto donde a unas personas se les otorga un poder “autoritario” que dura unos años (aunque la mayoría tienden a buscar perpetuarse), y donde se arrinconan y se excluyen las posibles contribuciones “democráticas” de los no-electos.

    Ante esta crisis de la democracia representativa, y también gracias a la globalización digital, en estos últimos años se ha ido disparado la reivindicación de la democracia directa o plebiscitaria, que espera de la participación ciudadana lo que no cabe obtener de la delegación representativa. Algunos pensarán “¿qué tiene de malo para la democracia promover más participación, suponer que lo más próximo y lo menos autoritario es precisamente lo más democrático?”. Pues lo cierto es que no lo es, ya que la “democracia directa” carece del corpus político que requiere un sistema democrático. Lo que tienen en común tanto las movilizaciones de la red como las protestas más clásicas de movilización en espacios físicos es su carácter puntual y negativo (no en el sentido moral, sino en que están principalmente orientadas a criticar o impedir algo). Se trata de actos apolíticos, en cuanto a que no están inscritos en construcciones ideológicas completas ni en ninguna estructura duradera de intervención. Lo “democrático” resulta así una movilización que apenas produce experiencias CONSTRUCTIVAS y que se limita tan solo a ritualizar ciertas contradiciones contra los que gobiernan (quienes a su vez reaccionan simulando diálogo y no haciendo nada, todo hay que decirlo).

    Está claro que no se puede cuestionar la bondad de estas actuaciones de resistencia cívica o campañas online, desde luego, pero creo que deberíamos ser conscientes de que al no inscribirse en ningún marco político que les de coherencia pueden dar a entender que la “buena política” y la “democracia” es una mera adición de conquistas sociales, y no es así. La legitimidad de la sociedad para criticar a sus representantes democráticos no quiere decir que quienes critican o protestan tengan necesariamente razón. Eso sería otra forma de autoritarismo. El estatus de indignado, crítico o víctima no le convierte a uno en políticamente infalible. Y si la democracia actual (y los tan denostados partidos) sirve para algo es precisamente para integrar con una cierta coherencia y autorización las múltiples demandas que surgen continuamente en el espacio de una sociedad abierta.

    La hybris de la ciudadanía, la ambivalencia de una sociedad a la que “la democracia debe obedecer” pero cuyas exigencias, por estar poco articuladas políticamente, son con frecuencia contradictorias, incoherentes y disfuncionales, es uno de los más claros enemigos de la democracia. Naturalmente, y con el objetivo de perpetuarse en el poder, buena parte de nuestra clase política y quienes escriben sobre ella suelen practicar una adulación del pueblo, al que no sitúan en ningún horizonte de responsabilidad. Pocos hablan de estas “amenazas democráticas” a la democracia, las que proceden de la demoscopia, la participación, las expectativas exageradas o la transparencia. En una democracia el único soberano es el pueblo pero, aunque suene paradójico, no hay otro sistema que la democracia indirecta y representativa a la hora de proteger a la democracia frente a la ciudadanía, contra su inmadurez, incertidumbre e impaciencia, contra su autoritarismo.

    Pero, ojo, el problema del “autoritarismo democrático” no viene solo de la masa social reclamando democracia directa, participativa, asamblearia y transparente. Existe además otro fenómeno de resistencia social antipolítica que merece una atención especial, y es el hecho de que alrededor o en los extremos de los partidos se han configurado lobbies y “tea parties” que se erigen como protectores de “los valores primigenios del pueblo”, unos grupos cuya ira no se dirige tanto a los adversarios como a los propios cuando amagan con rebajar el nivel de lo “políticamente innegociable”. Esos sectores duros de los partidos y esos lobbies pretenden marcar el paso a la democracia de una manera autoritaria que claramente no les corresponde ya que carecen de unos criterios reales de representatividad o autorización democrática, dedicándose tan solo a dificultar ciertas reformas para las que se requiere un acuerdo político con los adversarios (adversarios que, por cierto, han sido elegidos democráticamente y también representan al pueblo).

    Como bien decía Habermas, la política tiene que librarse del autoritarismo del “miedo demoscópico” sin que ello suponga ceder a la arrogancia y autoritarismo elitista y tecnocrático. Y, frente a ambos autoritarismos, todo parece indicar que hoy por hoy no hay una fórmula alternativa a la democracia representativa que garantice mejor la eficacia, el pluralismo y la equidad (lo cual no quiere decir que esto se consiga siempre o no sea manifiestamente mejorable). Todas las otras formas de intervención democrática lo suelen hacer mucho peor y, en mi humilde opinión, los ciudadanos tendríamos más autoridad en nuestras críticas a la democracia -y a los políticos- si pusiéramos el mismo empeño en formarnos y comprometernos en lo que forma su esencia. Tal vez entonces caigamos en la cuenta de que nos encontramos en la paradoja de que nadie confía a la democracia lo que solo la democracia podría resolver.

    • marzo 20, 2016 at 10:40 pm - Reply

      Muchas gracias por tu reflexión Fernando. Desde este espacio queremos generar inquietudes y que tod@s l@s lector@s expresen sus dudas, opiniones, propuestas para poder construir una comunidad de personas interesadas en el conocimiento; por ello nos llena de ilusión tu participación.

  2. […] concepto y apreciaremos una nueva dimensión del liberalismo sobre la que no hemos reflexionado.  Anteriormente habíamos visto con Hobbes como el Ser Humano (entendido como agente particular) adquiría un papel […]