Sobre la diferenciación funcional

La cultura de la cancelación se ha convertido en una de las señas de identidad de la sociedad actual. Se ha vuelto habitual que  cada semana surja un nuevo escándalo, vinculado al comportamiento o las manifestaciones de alguna figura pública, que provoque la reacción  casi refleja de una enardecida masa  que pida un castigo ejemplarizante para tales personas: su silencio en medios de comunicación y su exclusión de  los espacios sociales en los que participa.

Todos recordamos casos como el de Jhonny Depp, quien ha tenido dificultades para conseguir trabajo y se ha puesto en duda los reconocimientos que ha obtenido en su carrera actoral, o del director Woody Allen,  quien tuvo dificultades para la publicación de su biografía y sufrió  la cancelación de algunos de sus proyectos cinematográficos.

 

Imagen de Gordon Johnson en Pixabay

Sin pretender entrar en el fondo de  tales casos, cuya complejidad requiere otro tipo de aproximación. Lo que resulta interesante desde un enfoque sistémico es comprender  porqué desde diferentes instancias sociales, incluso políticas, se considera legítimo desconocer la diferenciación funcional que existe en las sociedades modernas y que consecuencias puede generar este hecho.

Después de todo, la evolución social ha establecido una instancia para determinar la legalidad e ilegalidad de las actuaciones realizadas por los integrantes de la sociedad: el Derecho, también denominado Sistema Jurídico. Encargado, igualmente, de establecer los castigos vinculados a dichas actuaciones y velar por qué se cumplan.

Recordemos que todavía no existe un pronunciamiento jurídico en el caso de Depp y  en el caso de Woody Allen existe uno que se ha desconocido por parte de quienes promueven su cancelación.

Desde el punto de vista de una sociedad moderna (sociedad compleja), hasta que no se haya pronunciado el Sistema Jurídico no procede realizar asignaciones de culpabilidad o inocencia respecto a una situación; igualmente cualquier castigo o reconvención que se realice antes de tal pronunciamiento debe ser entendido como arbitrario e ilegítimo.

Ahora bien, vivimos en un momento en el que este principio básico de funcionamiento de las sociedades complejas es ignorado de manera consciente y reiterada; generando una serie de consecuencias que no deben ser tomadas a la ligera:

  • Se lesiona el principio de diferenciación  funcional en el que se basa el buen funcionamiento de este tipo de sociedades, lo que puede provocar que los  subsistemas sociales empiecen a entorpecerse mutuamente. Es como si un panadero  le diera las instrucciones a un dentista para hacer una endodoncia o un médico  dirigiera a un arquitecto en el diseño de un edificio.
  • Derivado de esto, dichos subsistemas podrían experimentar dificultades internas, al tener que abordar las soluciones a problemática para las cuáles no disponen de recursos.

Más allá de identificar estos problemas,  relativamente evidentes por lo demás, los enfoque sistémicos plantean una amenaza mas difusa pero potencialmente mas peligrosa, la cual puede conducir a la desintegración social

Comunicación y Sociedad

Si tomamos como referencia la obra de David Easton y a Niklas Luhmann,  descubrimos que la función de la sociedad (o el Sistema Sociedad) es la de ser el espacio que de acogida a todas las comunicaciones posibles.

La sociedad debe ser capaz de dar cabida a cualquier tipo de comunicación. Razón por la que el resto de los sistemas sociales se configuran, estableciendo espacios de competencia exclusiva en el marco general de la sociedad. Es decir, el sistema político se especializa en una serie concreta de comunicaciones  que se centran en aspectos políticos, igual que ocurre con el sistema económico,  el jurídico, etc.

La sociedad es, desde esa óptica,  el sistema basado en la comunicación más grande posible para estas teorías.

Además de ser omniabarcadora, en lo que a la comunicación se refiere, la sociedad también debe procurar o contar con elementos que le permitan crecer y evolucionar. Es decir, potencialmente  tiene que estar preparada para incorporara nuevas comunicaciones  o modelos de comunicación.

Esta característica llega a ser tan importante que incluso las formas negativas, aquellas que niegan la existencia de algo o contradicen algún estado, sirven para incluir dichos elementos en el marco de la comunicación social; así sea desde un enfoque negativo y exclusivamente con propósitos comunicativos.

La capacidad que tiene la sociedad para incluir y generar nuevas comunicaciones es lo que, desde el enfoque sistémico, le permite crecer en complejidad; siendo la clave para su evolución.

En otras palabras, la sociedad evoluciona en la medida en que es capaz de incorporar más  comunicaciones; cualquier proceso que vaya en la dirección contraria  implica una involución social  y su perdida de riqueza.  Razón por la que al repasar la historia de las sociedades se puede apreciar que  cada nueva etapa implica un aumento significativo en las comunicaciones con las puede operar.

Por eso  la cancelación, entendida como un proceso en el que se eliminan comunicaciones sociales, siempre  conduce al empobrecimiento de la sociedad y a la disminución de la complejidad  presente en ellas.

Sociedades complejas en la brecha

Con respecto a la cultura de la cancelación  en las sociedades actuales, existen dos  aspectos inquietantes que deberían ser vistos con mas preocupación de la que han merecido hasta ahora. Los cuales indican tanto la presencia de los problemas operativos que se han señalado en primer lugar, como del empobrecimiento de la complejidad social que  se acaba de mencionar.

Primero, que asumimos la cancelación como un  castigo habitual  y socialmente aceptado. Ante cualquier comportamiento que se quiera castigar se recurre de manera inmediata a pedir la cancelación de quien lo haya  cometido.  No se plantean otras formas de reclamar por dicha acción o comportamiento… Por supuesto plantear la recurrencia a las formas funcionalmente establecidas para valorar  dichas situaciones no aparece dentro de las primeras opciones de actuación.

Lo cual parece indicar que, siempre circunscrito al terreno de las comunicaciones sociales, nos acercamos peligrosamente a una suerte de sociedad del linchamiento. Donde el castigo supremo que se ha establecido es la cancelación social, la figura del juez ha desparecido (o se considera irrelevante)  y el verdugo es el resto de la sociedad.

Un segundo elemento inquietante a considerar, es que ha desparecido el procedimiento o el ritual asociado al castigo sobre determinadas conductas. Actualmente, para empezar una campaña de cancelación solo es necesario un tweet o una mención en redes sociales; si se consigue generar  una importante base de apoyos la persona contra la que se ha lanzado dicha campaña poco puede hacer en su defensa.

Si los dos aspectos mencionados anteriormente resultan inquietantes, lo que es realmente preocupante es que gracias a las redes sociales este proceso ha adquirido  una total independencia de cualquier instancia social o política. En otras palabras, la cultura de la cancelación cuenta ahora con vida propia y nos sabemos como enfrentarla.

Si en este escenario hacen entrada otros elementos; como las fake news, la postverdad, burbujas de opinión, etc., tomamos conciencia del serio apuro  al que se enfrentan los sistemas políticos y sociales. Obligados a recuperar esa complejidad que la cultura de la cancelación parece estarles arrebatando.

¿Podrán conseguirlo?, ¿cómo?…

 

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