Colaboración  especial de Fernando Fuster van Bendegem * , Director de Seguridad Privada y Coronel del Ejército de Tierra (R)

“Desde Kursk a Oriol/la guerra nos conduce hasta las puertas del enemigo, /así son las cosas, hermano. / Algún día recordaremos esto/y no lo podremos creer. / Pero ahora necesitamos una victoria /una para todos, el precio no nos detiene”.

De la canción popular rusa Нам нужна одна победа (Necesitamos una victoria)

“Quien quiere defender todo no defiende nada”, porque “las líneas defensivas ocupan más terreno que el que cubren las fuerzas disponibles” por eso “los incompetentes quieren defender todo mientras que la gente razonable sólo busca defender el objetivo principal”.

Federico el Grande de Prusia

Desde mi última reflexión, el pasado 1 de noviembre, el conflicto en Ucrania ha experimentado diversas vicisitudes que sería conveniente mencionar, de cara a una mejor comprensión de lo que está sucediendo y de lo que podría estar por llegar.

En aquel momento, antes de la llegada del invierno, las Fuerzas Armadas ucranianas se encontraban en plena ofensiva, en particular al sur del país en pos de la ciudad de Jerson. El mando ruso, consciente del riesgo de quedar embolsado al oeste del río Dniéper, ordenó la evacuación de sus fuerzas a la orilla izquierda y el establecimiento de las mismas en defensiva. Anteriormente, durante la contraofensiva ucraniana relámpago, iniciada a principios de septiembre –y que culminó en apenas una semana–, se había alcanzado al este del país la localidad de Liman, importante nudo de comunicaciones ferroviarias de la región, así como algunas poblaciones del oeste de la provincia de Lugansk, provincia que las fuerzas rusas daban ya por conquistada.

Seguidamente en septiembre y octubre se produjo la ofensiva al sur del país sobre Jerson (recuperada el 11 de noviembre). Entonces, las fuerzas ucranianas se encontraban en uno de sus mejores momentos, con el ejército ruso en franca retirada y una capacidad de combate que, a mediados de noviembre con la culminación del repliegue ruso, entraban en una situación de estancamiento, o punto muerto, que apenas ha variado hasta hoy, con pequeñas excepciones que más adelante citaré.

Lo cierto es que la llegada del invierno ha supuesto un impasse operacional para ambos contendientes. Las fuerzas ucranianas, tras la contraofensiva de otoño, habían llegado al límite de su capacidad ofensiva, muy posiblemente por falta de unidades adecuadas para explotar el éxito, necesitando de un renovado esfuerzo para continuar con la recuperación de su territorio. Por su parte las fuerzas rusas supieron sacrificar su presencia al oeste del Dniéper para evitar una penetración mucho más profunda en el territorio ya ocupado. El invierno, con temperaturas gélidas en las estepas ucranias, hace que el combate sea mucho más penoso para ambos contendientes, por lo que de facto se ralentizan, se quiera o no, las operaciones militares.

Esta menor intensidad en la lucha ha dado una oportunidad al ejército ruso para que se recomponga, en cierta medida, pudiendo encuadrar a los 300.000 nuevos efectivos movilizados, al tiempo que busca devolver la capacidad de combate a sus unidades más castigadas del frente. Por su parte Ucrania ha perdido el impulso de la contraofensiva de otoño, quedando fracturada la iniciativa que había conseguido arrebatar a las fuerzas rusas. Con esto no quiero decir que cuando se reemprendan los esfuerzos ofensivos, coincidiendo con un terreno más practicable –seguramente en febrero al helarse el terreno pero antes de las lluvias primaverales de abril– la iniciativa haya pasado de manos ucranianas a rusas sin más, esto está por ver. Lo que sí conviene es echar un vistazo a las fortalezas y debilidades con las que ambos contendientes retomarán las hostilidades, tras este tiempo de menor actividad.

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Nuevas movilizaciones en Rusia

Uno de los puntos fuertes de Rusia es su capacidad para movilizar efectivos, muy superior a la que puede poner en armas Ucrania. Este factor, que no es por sí sólo determinante, podría inclinar la balanza del lado ruso en un conflicto largo. Ucrania puede recibir material de Occidente, pero no combatientes. Se estima que la atrición sufrida por ambas partes, según fuentes norteamericanas dadas a conocer el pasado mes de noviembre por su jefe de Estado Mayor Conjunto, el General Mark Milley, sería del orden de 100.000 bajas, entre muertos y heridos, por cada bando. El Estado Mayor ucraniano cifra las bajas rusas en 129.870 hasta el 3 de febrero de 2023, sin informar de las propias. Mientras el New York Times publicó ese mismo día que la estimación de bajas rusas alcanzaría casi los 200.000. Sea como fuere, la cifra real, aún siendo una incógnita y objeto de la propaganda por ambas partes, podríamos asumir que ha sido muy alta dada la intensidad de los combates que se están librando. En consecuencia la pérdida de efectivos puede ser un factor clave en un conflicto largo.

Por eso una de las posibles opciones que podría estar considerando el bando ruso, si las operaciones sobre el terreno siguen sin dar resultados, consistiría en plantear una guerra de desgaste, con la esperanza de que el apoyo occidental se vaya resquebrajando con el paso de los meses. En consecuencia y según la inteligencia ucraniana, Rusia estaría ya preparando una segunda movilización con la finalidad de llegar a los 2 millones de efectivos encuadrados en sus Fuerza Armadas, siendo la siguiente de 500.000 nuevos soldados que pasarían a constituir una reserva estratégica. A pesar de las negativas del propio Putin en diciembre y del Secretario de prensa del Kremlin, Dimitri Peskov, de que esta movilización no se iba a llevar a cabo, Moscú no oculta sus intenciones de ampliar su actual ejército de 1,1 millones para alcanzar la cifra de 1,5 millones en 2026, como así lo señaló en diciembre su Ministro de Defensa, Sergei Shoigu.

Una nueva movilización del orden de 500.000 nuevos soldados permitiría añadir una muy significativa capacidad adicional a la hora de plantear nuevas operaciones a partir de la segunda mitad de 2023. Los Servicios de inteligencia occidentales están convencidos de que tarde o temprano esa nueva movilización se va a llevar a cabo, incluso llegaron a precisar que se anunciaría durante el mes de enero. De hecho se había especulado que el presidente ruso iba aprovechar el pasado 18 de enero, en su discurso por el aniversario con ocasión de la victoria soviética por el Sitio de Leningrado (hoy San Petersburgo) para comunicar a la nación este nuevo esfuerzo, algo que no hizo, aunque sí aprovechó para trazar un paralelismo entre la victoria sobre los nazis y la que se producirá sobre Ucrania, según sus palabras, de manera “inevitable a pesar de un año de fracasos militares”, “no tengo ninguna duda al respecto”, añadió. Y nuevamente se refirió a Ucrania como parte de Rusia, lo que debería dejar pocas dudas de cuál es el fin último que persigue.

Imagen de Joachim Schnürle en Pixabay

No obstante, estas movilizaciones también tienen su aspecto negativo, que no es otro que el de la impopularidad de la medida. Putin sabe bien que es un recurso que debe emplear con suma cautela, a pesar del asesoramiento de sus más próximos. En marzo de 2024 se celebrarán elecciones presidenciales en Rusia y las secuelas del conflicto podrían pasarle factura, especialmente por una guerra que se presumía corta y sin demasiados esfuerzos y que podría terminar siendo una excesiva carga sobre los hombros de la cada vez más castigada población rusa. Por su parte el Ministerio de defensa ruso estaría planteando como solución la profesionalización de sus Fuerzas Armadas, una medida que, aunque teóricamente buena, podría tardar meses o años en dar los frutos deseados.

Revitalización de la producción industrial de defensa

Otro aspecto importante, el segundo, sería la revitalización de la industria de defensa rusa. La inteligencia occidental, en especial norteamericanos y británicos, han señalado que Rusia podría estar quedándose sin municiones, y más en concreto sin misiles tácticos tipo Kalibr, aunque también sin munición de artillería, según Londres. Moscú ha negado esta información, aunque sobre el terreno se ha constatado una disminución de la intensidad de los ataques aéreos rusos, tanto con misiles como con drones, lo que podría indicar que efectivamente se está dosificando este tipo de municiones.

Sea como fuere, el presidente Putin ha visitado recientemente varias fábricas de la corporación estatal Rostec, un consorcio que reúne a más de 700 empresas con más de medio millón de trabajadores, dedicado a la producción y la exportación de productos industriales de alta tecnología para los sectores civil y militar. Su director general, Serguéi Chémezov, ha señalado que las tropas rusas tienen  munición y misiles suficientes para hacer frente a la guerra. En sus propias palabras:

“Las declaraciones que hacen hoy nuestros enemigos sobre que Rusia supuestamente se quedó sin misiles, proyectiles y otras cosas son una tontería (…) A petición del Ministerio de Defensa hemos aumentado la producción de munición varias veces, y para algunos tipos se ha aumentado en varios órdenes de magnitud”

Si pasamos estas declaraciones por el tamiz de la propaganda, seguramente nos aproximaríamos más a la verdad si decimos que se ha intensificado el ritmo de producción armamentística, lo que no excluye que la información proporcionada por los servicios de inteligencia occidentales esté más próxima a la verdad, pues el propio Chémezov ha reconocido que el consumo de proyectiles para armas ligeras, para artillería y para carros de combate, además de misiles, está siendo elevado. A sensu contrario la inteligencia ucraniana reconoce que se está produciendo nuevo armamento en Rusia.

Bombardeo ruso de antenas de telecomunicaciones en Kiev (Fuente: wikkimedia.Commons)

En todo caso, lo que sí sabemos es que el potencial ruso de aumentar su producción militar está todavía lejos de haber alcanzado su límite, por lo que esta posible capacidad industrial no debe darse por agotada. El régimen de sanciones impuesto a Rusia debería provocar la falta de ciertos componentes tecnológicos, sobre todo para aviación y misiles. Sin embargo existen informaciones del Royal United Services Institute (RUSI), que estudiaron 27 tipos de armas rusas halladas en el campo de batalla en Ucrania, que entre los mismos identificaron 317 componentes electrónicos de fabricación estadounidense. Por su parte el Centro de Resistencia Ucraniana informó que Rusia está consiguiendo comprar material de doble uso (militar y no-militar) a Turquía, como chips de ordenadores, quadricópteros, dispositivos de visión nocturna o chalecos antibalas, empleando criptomonedas para las transacciones.

Además Rusia estaría complementando su producción industrial con compras o intercambios con terceros países, como proyectiles de artillería a Corea del Norte en cantidad de millones de unidades, el pasado mes de septiembre, según desveló el periódico The New York Times, o los drones iraníes (Mohajer, Arash y Shahed) que se vienen usando desde agosto. Al respecto de estos drones se habrían recibido inicialmente unos 400, pero se habría firmado un acuerdo en noviembre para su producción en territorio ruso, según la inteligencia norteamericana, lo que aumentará drásticamente su producción. A cambio, según informó la cadena británica Sky News, Teherán habría recibido 140 M€ además de una selección de misiles occidentales capturados en el campo de batalla, del tipo antiaéreo como el Stinger y los contra carro como el Javelin y el NLAW.

El regreso de los generales tradicionales

El tercer elemento que podría fortalecer al bando ruso es la decidida apuesta de Putin por las fuerzas convencionales, en detrimento del empleo de los mercenarios del Grupo Wagner. La decisión habría cobrado forma con el nombramiento el pasado 11 de enero de un nuevo Comandante de Teatro, en sustitución del general Serguéi Surovikin. Se trataría del mismísimo Jefe de Estado Mayor General, el general Valery Gerasimov, bien conocido en Occidente por su doctrina de “Guerra Híbrida”. Gerasimov es probablemente uno de los mejores generales con los que cuenta Rusia. Su plan de operaciones para la invasión de Ucrania, pobremente ejecutado por las unidades rusas (además de otros factores), provocó que cayera en desgracia a ojos del presidente Putin. Hoy sin embargo sabemos, por la información capturada a las fuerzas del Kremlin, que el plan del Estado Mayor General que diseñó Gerasimov para la invasión no estuvo tan lejos de triunfar. No obstante hay que reconocer que el resultado no fue el esperado, por lo que su postergación a un segundo plano se podría considerar razonable desde el punto de vista del presidente, como máximo responsable del fracaso de la “Operación Militar Especial”.

General Valery Gerasimov

En esta situación, como suele ser habitual en la historia de los conflictos, aparecen nuevos generales que aglutinan la esperanza de un cambio de rumbo en las operaciones. Ese fue el caso primero del general Alexander Dvornikov, “el carnicero de Alepo”, que no consiguió revertir la situación, antes bien al contrario. Sus avances fueron escasos. Además tuvo que sufrir la contraofensiva ucraniana de finales de verano y principio de otoño, el peor revés sufrido por las fuerzas rusas, una humillación que demandaba un nuevo recambio en la jefatura del teatro, lo que se produjo el pasado 8 de octubre.

El segundo caso fue el del general Serguéi Surovikin, otro oficial general de la línea dura forjado en Siria muy cercano al presidente del Grupo Wagner, Yevgeny Prigozhin. A Surovikin le correspondió la difícil tarea de minimizar las pérdidas mientras contenía la embestida ucraniana. Para ello, aprovechando su buena relación con Prigozhin, facilitó la participación de los mercenarios del grupo Wagner mientras desataba una brutal campaña de bombardeo contra las principales ciudades y suministros eléctricos, con el fin de debilitar la capacidad de resistencia del pueblo ucraniano. Paralelamente tomo la decisión de abandonar sus posiciones en la orilla derecha del Dniéper a la altura de Jerson, estableciendo de este modo una muralla defensiva a caballo del río y ordenando el establecimiento en defensiva del resto del frente para establecer una posible posición de partida una vez pasado el invierno.

Por su parte los mercenarios del grupo Wagner, que han contado con las máximas facilidades y apoyos de las fuerzas convencionales rusas en este período, han demostrado que no pueden sustituir solventemente a las fuerzas regulares, por deficientes que éstas puedan parecer, pues sus capacidades y adiestramiento son inapropiados para un entorno de conflicto convencional demandante, como es el caso del que se libra en Ucrania. Con la promesa de capturar Bajmut, el esfuerzo de los Wagner se centró en esta ciudad desde principios de julio pasado, mientras reclutaban buena parte de sus efectivos en las prisiones rusas con la promesa de remisión de las penas.

Yevgeny Prigozhin esperaba poder presentar la toma de Bajmut como un aval político que consolidara su cada vez mayor influencia en los entornos del Kremlin, habiéndose especulado en medios occidentales con la posibilidad de que desplazara al Ministro de Defensa. En los meses sucesivos la contraofensiva ucraniana ponía en jaque a las fuerzas convencionales rusas mientras los mercenarios de Wagner se mantenían a la ofensiva, lo que aumentó el ascendiente de Prigozhin sobre Putin, pasando por sus momentos estelares en los meses de octubre y noviembre. Sin embargo, y a pesar de contar con una fuerza de unos 50.000 efectivos –10.000 contratados y 40.000 prisioneros– (según la inteligencia británica y norteamericana), la toma de Bajmut estaba lejos de producirse.

Con una fuerza indisciplinada y poco profesional los asaltos a las posiciones ucranianas fueron una carnicería en toda regla, consiguiendo escasos avances sólo por la reiteración de esfuerzos y el desprecio por la vida de los mercenarios rusos, que sufrieron un importante castigo al perder –entre muertos, heridos y capturados– cerca del 75% de sus efectivos (según fuentes ucranianas). El resultado: la toma de Soledar (la madrugada del 12 de enero), una población de escaso interés militar ubicada a 10 Km al norte de Bajmut y que sólo aporta una mina de sal que no se puede explotar, una mejor posición para envolver tácticamente la citada localidad, además del aspecto moral de ser la única victoria para los rusos en los últimos meses.

Intensidad de los combates en Soledar

El pobre resultado cosechado tanto por la campaña de bombardeos de Surovikin como por los mercenarios del grupo Wagner, además del enfrentamiento de Prigozhin con los  Siloviki [1] , en especial con el Ministro de Defensa, propiciaron el acercamiento del presidente ruso a la línea del ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, y por consiguiente a las fuerzas convencionales que, tras la pausa invernal, deberían haber hecho acopio de la suficiente capacidad de combate para retomar la ofensiva. De ahí la apuesta por Gerasimov, uno de los más leales de Putin y del ministro Shoigú que, a fin de cuentas, es probablemente la mejor baza que tienen hoy por hoy los rusos. Por otro lado, la popularidad de Yevgeny Prigozhin; un hombre poderoso, demasiado ávido de poder y que maneja bien la propaganda; podría haber puesto en cuestión con el tiempo el liderazgo del propio Putin, un vertiginoso ascenso que el presidente a buen seguro ha percibido y que habría decidido detener, de momento, pero sin cerrarse a una futura participación del grupo de mercenarios, una herramienta que podría resultar valiosa y que no le conviene desechar por completo. 

El frente de la opinión pública rusa

Clausewitz ya anticipó la necesidad de mantener la justa armonía de la trinidad –pueblo, ejército y gobierno–, como condición esencial para poder alcanzar la victoria en la guerra. En este sentido, es necesario que el pueblo ruso, elemento ya del conflicto desde la movilización de septiembre del pasado año, entienda y acepte el esfuerzo bélico desatado contra Ucrania, un pueblo que hasta hace poco era visto como hermano, casi como de la propia Rusia.

La narrativa empleada por el Kremlin es que la actitud del actual gobierno de Ucrania representa una amenaza existencial para Rusia. Así es visto por la clase dirigente rusa y de este modo se ha trasladado a su población, en base a dos conceptos que explica muy bien la politóloga Mira Milosevich. “Los conceptos zarubezhom (“el exterior cercano”) y sootochestvennik (“compatriota”, literalmente “el que está con la patria”) cobran un extraordinario protagonismo en el documento Concepto de Política Exterior 2000, definiendo la diáspora rusa (25 millones de rusos que viven en las antiguas ex repúblicas soviéticas) como un instrumento de la política exterior”[2]. En la defensa de ese territorio definido como “exterior cercano” o zarubezhom se incluye “el impedir a los países ex soviéticos que forman parte de la Política de Vecindad Europea (PVE) –Azerbaiyán, Bielorrusia, Georgia, Moldavia, Ucrania y Armenia– su acercamiento a la Unión Europea y la OTAN” 2. Para ello la excusa perfecta es la defensa de los derechos de los sootochestvennik, que en el caso del Donbás podría incluir no sólo al 39% de minoría rusa de Lugansk o el 38,2% de Donetsk, según el censo de 2001, sino también la de ruso parlantes como lengua materna, que ascenderían al 68,8% y al 74,9% respectivamente, según ese mismo censo.

Lo cierto es que esta narrativa está calando en la población rusa que mayoritariamente apoya las acciones de sus Fuerzas Armadas en Ucrania. En noviembre de 2022 el 42% expresaba un apoyo decidido a las mismas, el 32% las apoyaba, mientras sólo un 20% estaba en contra, según el Centro de Análisis Levada.

Fuente: Levada-Center (https://www.levada.ru/en/2022/12/12/conflict-with-ukraine-november-2022/ )

Del mismo modo y siguiendo con el mismo Centro de Análisis se puede constatar que el presidente Putin sigue contando con un elevado nivel de popularidad. En enero de 2023 el 82% apoyaba su gestión, teniendo tan sólo en contra a un 16% (el 2% no contestó). Nótese el descenso de popularidad, a un 77%, tras el anuncio de movilización parcial de septiembre de 2022. En todo caso la popularidad del presidente no ha descendido del 71% desde que comenzó la invasión de Ucrania.

ÍNDICE DE APROBACIÓN DE PUTIN Fuente: Statista con información de Levada-Center

Se podría decir que de momento la armonía entre pueblo, ejército y gobierno se está manteniendo, lo que podría favorecer la preparación del pueblo ruso para una guerra de desgaste, llegado el caso.

Más y mejor ayuda armamentística para Ucrania

Del lado ucraniano la situación tiene diferente cariz. La contraofensiva relámpago de septiembre al norte y la posterior más pausada al sur, pusieron de manifiesto la posibilidad real de que el ejército ucraniano recuperase parte del territorio ocupado por las fuerzas rusas en su invasión de febrero, llegándose a especular, en un momento de euforia, con la expulsión total del suelo de Ucrania. Pero la fría realidad es que las ofensivas se agotan donde y cuando la capacidad de resistencia del oponente las hace ya impracticables. Y eso es lo que percibió el jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas cuando vio como se le escapaba de entre los dedos la posibilidad de explotar ese éxito inicial obtenido, en buena medida por no contar con las capacidades suficientes para penetrar las defensas rusas con la suficiente rapidez y agilidad. Para ello sería necesario: más artillería y de mayor alcance, más capacidad de defensa antiaérea, mejores carros de combate y aviones de combate.

Desde el comienzo del conflicto, e incluso antes, Occidente ha venido apoyando con distintos sistemas de armas al ejército ucraniano. En un primer momento fueron más bien sistemas defensivos, armas contra carro o misiles antiaéreos portátiles, que sin embargo jugaron un importante papel en la defensa del país en las primeras semanas. Ucrania no posee una industria de defensa significativa y su material militar al comienzo de la contienda era esencialmente de origen soviético o ruso. En consecuencia y para poder defenderse han tenido que recurrir al armamento occidental, del que ahora dependen para su supervivencia.

Así la ayuda militar ha ido llegando, siendo un hito destacable el suministro a finales de junio de los HIMARS, un sistema lanzacohetes de alta movilidad que ha permitido ampliar significativamente la potencia de fuego y alcance –hasta los 80 km, aunque depende del tipo de munición[3]– de las fuerzas ucranianas (Este sistema de armas fue el responsable del ataque de fin de año contra fuerzas rusas en Makiivka, con 89 muertos según el Ministerio de Defensa ruso y entre 400 y 500 según fuentes ucranianas). Este apoyo en artillería fue precedido en abril por la llegada de los obuses M-777 norteamericanos, de 40 km de alcance, que fueron necesarios para compensar la falta de munición de origen soviético que ya empezaba a notarse, algo que limitaba el empleo de las piezas de artillería de origen soviético que había en servicio en el ejército ucraniano. El presidente Zelenski aspira a conseguir los misiles ATACMS, que sería posible lanzar desde las plataformas HIMARS, con la finalidad de poder golpear la retaguardia rusa, al disponer de un alcance de 300 km. Hasta el momento EEUU se ha negado a este suministro posiblemente por dos razones.

La primera y que siempre se ha tenido en cuenta en los suministros de armas, es que puedan caer en manos rusas, con la consiguiente pérdida de la ventaja tecnológica de estos sistemas de armas. La segunda tiene que ver con el posible empleo de los mismos. Aunque Kiev lo haya desmentido, se cree que las fuerzas ucranianas habrían golpeado en varias ocasiones instalaciones en suelo ruso, lo que motivó que el Secretario de Estado norteamericano declara que Washington “ni anima ni posibilita” ataques a objetivos en suelo ruso. Es muy probable que la Casa Blanca tema que estos misiles ATACMS sean empleados para golpear suelo ruso, fuera de las fronteras de Ucrania, o incluso la península de Crimea, que a pesar de estar en territorio ucraniano podría provocar una escalada de consecuencias imprevisibles, como ya ha advertido en repetidas ocasiones el presidente ruso en relación con el suministro de armas de largo alcance.

En cuanto a la defensa antiaérea, se ha puesto de manifiesto su necesidad ante la lluvia de misiles y drones que han sido lanzados contra las ciudades ucranianas y sus estaciones de suministro eléctrico. Desde el comienzo las fuerzas ucranianas contaban con sus propios sistemas antiaéreos, en especial con los S-300 en un número considerable, aunque son de origen ruso, por lo que la llegada de nuevos misiles ha tenido que provenir de países OTAN que poseían estos sistemas, como es el caso de Eslovaquia. Además, se les suministraron sistemas antiaéreos NASAMS (procedentes de EEUU) que han sido de gran utilidad desde su llegada en noviembre pasado, y una batería de misiles Patriot, anunciada en la visita de fin de año de Zelenski a Washington, a lo que se suma otra batería que aportará Alemania. Todo ello sin mencionar otros sistemas de armas antiaéreos aportados por varios países occidentales.

A pesar de la ayuda mencionada y otra menos significativa, el presidente ucraniano insistió, en la videoconferencia previa a la reunión de Ministros de Defensa celebrada en Ramstein (Alemania) el pasado 20 de enero, que Ucrania no sólo necesita sistemas antiaéreos, sino sobre todo carros de combate y artillería. Y si bien en la propia reunión no se acordó el envío de carros de combate, sí se precipitó el debate que acabó derivando en la decisión de la entrega de unos 140 carros de varios países y modelos. Previamente se había determinado que el carro óptimo a suministrar era el Leopard 2 alemán, por sus características y por ser el más numeroso en los países europeos de la OTAN, 2000 unidades en 13 países. Pero Alemania, que no sólo tenía que aportar sus propias unidades sino que además tenía que aprobar la entrega de las de sus aliados, no quería dar el paso sin el respaldo norteamericano, por lo que el anuncio casi simultáneo del envío de Leopard 2 desde Berlín y M1 Abrams desde Washington acabaron por provocar el apoyo de otros países de la OTAN. Previamente el Reino Unido había decidido ya enviar 14 unidades de su Challenger 2, mientras Polonia y la República Checa habían ya suministrado más de 200 T-72M1 anteriormente, un carro de origen ruso que las fuerzas ucranianas tenían en dotación antes ya del conflicto.

https://es.wikipedia.org/wiki/Valerii_Zaluzhnyi#/media/Archivo:Lieutenant_General_Valerii_Zaluzhnyi.jpg

General Valeriy Zaluzhny
( Fuente Wikimedia)

El jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas, el general Valeriy Zaluzhny, había calculado que se necesitarían al menos 300 carros de combate de sus aliados occidentales para poder lanzar una contraofensiva con éxito. Sin embargo esta entrega no va a alcanzar esta cifra, al menos de momento, y además tiene que sortear una serie de inconvenientes, algunos no menores, como son la puesta a punto de varios de estos carros, el establecimiento de una cadena de suministros de piezas de repuestos y de mantenimiento de los vehículos y el adiestramiento de las tripulaciones. Lo cierto es que a pesar de la buena voluntad de los aliados de la OTAN no parece que los carros puedan estar en condiciones de afrontar el combate hasta finales de primavera. Hay que recordar que el empleo táctico del carro de combate debe hacerse en masa, lo que supone que unas pocas unidades no serían suficientes para acometer una ofensiva con perspectivas de éxito, por lo que se tendrá que esperar a la recepción y puesta a punto de buena parte del lote. Adicionalmente los países occidentales van a enviar vehículos de combate de infantería, una ayuda que incluye 59 vehículos de combate Bradley y 90 Stryker, por parte norteamericana, además de 40 Marder alemanes, AMX-10 RC franceses, CV-90 suecos y otros como los TOA M-113 norteamericanos y españoles, o los 200 de diversos tipos británicos –Husky, Mastiff, Wolfhound, Spartan y Stormer–.

Además de los carros, en la lista de peticiones se encuentran los aviones de combate pudiendo ser el adecuado para esta ocasión, como sucediera en el caso con los Leopard, el F-16 norteamericano, posiblemente el caza en servicio más numeroso del mundo y del que se han producido 4.500 unidades. Los F-16 están en dotación en 25 países del mundo, 9 de ellos OTAN. La Fuerza Aérea ucraniana estima que serían necesarios “200 cazas multipropósito para poder articular cinco brigadas de aviación táctica”. Aunque el entusiasmo por la aportación de aviones de combate es desigual entre los socios OTAN, como sucediera con los carros de combate, en este caso el presidente Biden se encargó de enfriar las expectativas con un tajante “no” a la pregunta de un periodista, aunque posteriormente la matizara. Dada la posición clave de EEUU en este asunto, al tratarse de un avión norteamericano, habrá que estar pendientes de si finalmente acceden o no, aunque la capacidad de que Ucrania los pueda utilizar para atacar suelo ruso constituye un obstáculo que, una vez más, podría derivar en una escalada indeseada del conflicto. En todo caso, como ya ha sucedido en otras ocasiones, si finalmente se entregan, se habrá perdido un tiempo precioso entre la identificación de la necesidad y el suministro del armamento, tiempo que supone un alargamiento del conflicto innecesario.

El viaje de Zelenski a Washington

Mención especial merece el viaje sorpresa del presidente ucraniano a Washington el 21 de diciembre pasado. Oficialmente la visita, por invitación del mandatario norteamericano y primera de Zelenski al extranjero desde que Ucrania fuera invadida, respondía a la necesidad de enviar un mensaje de unidad entre EEUU –y por ende los aliados– y Ucrania, reforzando el mensaje frente a Rusia. No obstante, más allá de esta finalidad de reforzar la cohesión de la coalición; que nadie pone en duda a fecha de hoy y que ha quedado constatada como la mejor baza de Zelenski, cuando no la única; un viaje de estas características, con el riesgo que implica y en plena contienda, tiene que responder a objetivos más sutiles.

La necesidad de verse cara a cara con el presidente norteamericano, más allá de lo simbólico, bien ha podido ser la ocasión para que ambos expongan su visión de cómo evolucionará el conflicto. Paralelamente es posible que la visita haya servido como medida de acercamiento al Congreso, responsable de la aprobación de las millonarias ayudas armamentísticas y que en enero pasaba a manos de los republicanos, menos proclives al apoyo a Ucrania. Un presidente en guerra que acude a pedir ayuda, incluso a pesar de lo arriesgado del viaje, es sin duda un gesto de seducción que a buen seguro el Congreso de los EEUU habrá apreciado en lo que vale. También aprovechó para mandar un mensaje crucial afirmando que la ayuda norteamericana no es suficiente. “Honestamente no lo es, realmente”, dijo Zelenski.

Y aunque con el tiempo acabaremos sabiendo cuál fue el asunto medular del cara a cara entre Biden y Zelenski, lo que ha trascendido apunta a la preocupación de ambos mandatarios por que la guerra entre en una fase de estancamiento, sin vislumbrar una salida al conflicto. Ambos al parecer coincidieron en que la contienda había entrado en una nueva fase, aunque de momento no sabemos en qué se traduce la entrada en esta nueva fase.

Conclusión

El todavía[4] ministro de Defensa ucraniano, Oleksiy Reznikov, declaró el pasado 5 de febrero que su ejército espera que Rusia lance una ofensiva decisiva en fechas próximas al 24 de febrero, por el simbolismo del ataque coincidiendo con el primer aniversario de la invasión. Los servicios de inteligencia occidentales y varios analistas del conflicto avalan esta hipótesis. Yo también lo creo. Es muy posible que, dadas las circunstancias, tras el impasse operacional del invierno, sean las fuerzas rusas las que recuperen la iniciativa en el combate planteando una acción ofensiva. Si tenemos en cuenta que ambos bandos han llegado al invierno con las fuerzas al límite, parece lógico pensar que la recomposición del bando ruso haya podido ser mayor al haberse anticipado con una movilización que le permite recobrar (de forma notable) el desgaste sufrido por el elemento clave por excelencia: el personal. De haber dispuesto Ucrania en este momento de los carros de combate con plena capacidad operativa, podrían haber contrapesado el renovado esfuerzo de la movilización rusa. Pero se ha perdido un tiempo precioso entre la identificación de la necesidad, tras la ofensiva de otoño, y la puesta en práctica efectiva de la medida, que podría ser realidad en el mejor de los casos en primavera. Los tiempos en la guerra son de importancia capital, siendo la dirección estratégica del conflicto de cada bando la que debe tenerlos muy presentes en todo momento.

Además hay otro indicio que parece avalar que serán los rusos los que emprendan la ofensiva y es el que hayan seguido intentando penetrar las defensas ucranianas durante estas últimas semanas, llegando incluso a conquistar la población de Soledar, una victoria menor, como ya he comentado, pero de gran significado en la evaluación de cómo está la capacidad de combate en cada bando. Hay que añadir que en este caso fueron los mercenarios de Wagner, sobre todo aunque no exclusivamente, los que hicieron la mayor parte del trabajo. Mercenarios que han sido relevados por tropas de refresco con una capacidad renovada y que ya amenazan la localidad de Bajmut, botón de muestra de lo que podría estar por llegar.

En consecuencia la oportunidad parece estar del lado ruso que está acumulando fuerzas en la provincia de Lughansk. A eso habría que añadir la presión del propio pueblo ruso y de su presidente. Respecto a la fecha, sería lógico que fuese en cuanto fuese posible por la acumulación de fuerzas y cuando el hielo haya endurecido el terreno, de modo que permita el paso de los carros de combate, lo que estaría a punto de suceder si no ha sucedido ya. El hacer coincidir la ofensiva con la fecha del 24 de febrero podría ser un lujo que el Comandante ruso no debería permitirse, pues su ventana de oportunidad para la ofensiva durará hasta que el deshielo y la estación de lluvias hagan el terreno casi impracticable, lo que habitualmente sucede a finales de marzo o principios de abril, la conocida “raspútitsa” que ya sufriera Napoleón, la Wehrmacht o los propios soldados soviéticos.

El principal objetivo de las fuerzas rusas seguirá siendo la ocupación completa del Donbás (los oblast de Lugansk y Donetsk), resultado mínimo que a buen seguro demandará el presidente Putin a su nuevo Comandante de Teatro. Para ello el general Gerasimov contará con los 300.000 nuevos soldados procedentes de la movilización, además de las unidades que se haya conseguido recobrar, en especial las que se retiraron de la zona de Jerson y que no han sufrido un gran desgaste. En este caso la maniobra ideal sería romper el frente por el oeste o por el sur, o simultáneamente, en dirección a Pavlograd para embolsar a las unidades ucranianas en contacto y a sus reservas en el Donbás. Sin embargo visto el ritmo general de los combates y las tácticas empleadas hasta la fecha por las fuerzas rusas, es más probable que veamos ataques a lo largo de toda la línea del frente del Donbás para tomar las localidades más próximas, como Vuhledar, Bajmut, Avdiivka o Torestk y posteriormente intentar alcanzar por el oeste las ciudades de Liman, Sloviansk y Kramatorsk. Es poco probable que la ofensiva tenga lugar en la zona sur que limita con el Dniéper, al demandar un paso del curso como operación previa, una maniobra muy costosa en fuerzas.

Como quiera que el tiempo disponible para la ofensiva de las fuerzas rusas es limitado, es muy probable que Ucrania aproveche la culminación de la ofensiva rusa para concentrar sus esfuerzos en una contraofensiva posterior, que tendría lugar a finales de primavera o principio de verano, coincidiendo con la llegada de los carros de combate suministrados por Occidente. Es posible que entonces Ucrania pueda plantear un contraataque significativo que, no obstante, al igual que la ofensiva rusa, no parece que vaya a conseguir resultados decisivos, pudiendo alargar la contienda más allá de 2023, un escenario de guerra de desgaste para el que el Kremlin también se está preparando alternativamente. De cumplirse el primer escenario nos hallaríamos a finales de año en una situación en el frente similar a la actual, prácticamente estable y con pocas perspectivas de alteraciones sustanciales, como ya advirtió a finales de enero el general Milley, jefe de Estado Mayor Conjunto norteamericano:

“Desde un punto de vista militar sigo sosteniendo que este año será muy, muy difícil expulsar por completo a las fuerzas rusas de todas las zonas de Ucrania ocupadas”, y añadió: “esto no quiere decir que no pueda ocurrir”. Sin embargo, señaló que cree posible una “estabilización sostenida de la defensa en el frente”.

Los próximos seis meses van a ser cruciales para conocer el devenir del conflicto, como señaló recientemente el director de la CIA, Bill Burns. De no obtenerse un resultado decisivo en el campo de batalla es probable que el presidente ruso juegue la baza de la fatiga política de Occidente mientras Rusia va implicando cada vez más a su sociedad en la contienda. Vladimir Putin cree que el tiempo juega a su favor, pero de momento, como dice la canción popular rusa [5], “necesita una victoria” y el precio no le detendrá.

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Notas:

[1] Siloviki: los que tienen la fuerza (en ruso). Se refiere al círculo íntimo de Putin, a los jefes de los diferentes Servicios Secretos, Policía, Ministerio del Interior, Exteriores o Defensa; generalmente militares o ex miembros del KGB.

[2]  Mira Milosevich.  Breve historia de la Revolución rusa. Madrid: Galaxia Gutenberg. 2017

[3] En estos días se ha aprobado el suministro de bombas GLSDB (Ground Launched Small Diameter Bomb), que pueden ser lanzadas desde el HIMARS con un alcance de 150 km.

[4]  Existen rumores de su inminente relevo.

[5] La canción fue interpretada con ocasión de la ceremonia de anexión de las cuatro provincias ucranianas a la Federación Rusa: https://www.youtube.com/watch?v=GXzEyir0cFk

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* Fernando Fuster van Bendegem. Ha desempeñado responsabilidades de mando y dirección desde el empleo de Teniente (1986) hasta el de Coronel, de 2013 y hasta julio de 2020, incluyendo la jefatura del Grupo de Artillería Antiaérea de Misiles Hawk-Patriot I/74 y del Regimiento de Artillería Antiaérea nº 72. Diplomado de Estado Mayor, ha dedicado buena parte de su vida profesional a puestos de planeamiento, estudio, análisis y asesoramiento, destacando el de Consejero Técnico en el Gabinete del Jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) y el de Jefe del Área de Análisis Geopolítico en la Secretaría General de Política de Defensa (SEGENPOL). A nivel internacional, ha representado a España en reuniones, cursos y destinos internacionales (Misiles Hawk e  Inteligencia Estratégica en EE.UU., EUROFOR en Italia), participando también en misiones de mantenimiento de la paz –Bosnia, Kosovo y Afganistán– y realizando funciones de diplomacia de defensa desde nuestras embajadas en El Cairo y Ammán, como Agregado de Defensa. En la actualidad está en la situación de Reserva y dedicado al ámbito de la seguridad privada, en calidad de Director, así como al análisis geopolítico, en especial el relacionado con los conflictos.

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