Colaboración especial de Fernando Fuster van Bendegem * , Director de Seguridad Privada y Coronel del Ejército de Tierra (R)
“No fue hasta enero, de 1992, en un encuentro presidido por Castro en La Habana, Cuba, que supe que 162 cabezas nucleares, incluyendo 90 cabezas tácticas, estaban en la isla en el momento más crítico de la crisis. No podía creer lo que estaba escuchando…
(Fidel Castro) dijo, primero, sabía que (las cabezas nucleares) estaban allí. Segundo, yo podría no haber recomendado a Khrushchev, pero (lo hice) recomendé a Khrushchev que se usaran. Tercero, ¿Qué le hubiese pasado a Cuba? Hubiese sido completamente destruida.
Así de cerca estuvimos”.
Robert S. McNamara (The fog of war)
Han pasado casi siete meses desde el inicio de la ofensiva rusa sobre el Donbás y algo más de ocho desde el comienzo de la invasión, desencadenada el pasado 24 de febrero, y Rusia ha sido incapaz de alcanzar los objetivos operacionales que se había marcado en su “Operación Militar Especial”. Tampoco ha logrado los más modestos que perseguía en la reorientación operacional posterior, que los limitaba a la conquista del Donbás. La ofensiva para conquistar esta región de Ucrania no está saliendo como el mando ruso había planeado.
Desde mi última reflexión, el pasado 18 de abril, la evolución de los acontecimientos por parte de ambos bandos, tanto en el campo de batalla como en la esfera internacional y geoestratégica, hacen necesaria una nueva reflexión que pretende ayudar a comprender lo sucedido en estos meses, en líneas generales, y el curso que podría tomar el conflicto en un futuro próximo.
Una vez más conviene recordar que la falta de información fiable y el más que notable esfuerzo propagandístico, por ambas partes, pueden distorsionar la percepción de lo que realmente está sucediendo. No obstante, no es menos cierto que hay hechos incontestables sobre los que se puede fundamentar un cierto análisis, tal vez menos riguroso, pero que permita, como digo, tener una visión más nítida de lo que está ocurriendo, pudiéndose aventurar posibles escenarios de futuro.
Un avance demasiado lento
Desde finales de marzo hasta mediados de septiembre las fuerzas rusas fueron avanzando lentamente en la conquista del Donbás. Tal vez demasiado despacio, pues se iban extendiendo por la región como una mancha de aceite, lenta pero inexorable, muy poco a poco. Así las cosas, todo parecía indicar que era cuestión de tiempo el que llegasen a conseguir la totalidad del territorio objetivo, y seguramente ese era el curso de la operación que esperaba el mando ruso.
Sin embargo, las cosas no parecían ir bien desde un principio. Cuando se decidió el repliegue operacional de los alrededores de Kiev, para concentrar esfuerzos sobre el Donbás, se esperaba un renovado esfuerzo que proporcionara el impulso necesario para lograr un avance significativo en esa región objetivo. Pero este decidido impulso nunca llegó. Primero se perdió un tiempo precioso (algo más de un mes) en reducir y eliminar la resistencia en la acería de Azovstal, en Mariupol, aunque fuera entendible que hubiese que hacerlo. Casi al mismo tiempo se inició una ofensiva en distintos puntos del largo frente, de casi 1.000 Km, sin conseguir una penetración decidida que rompiera con suficiente profundidad la defensa planteada por las fuerzas ucranianas.
Además, simultáneamente, se desarrollaron dos esfuerzos más sobre el terreno que dejaban al descubierto las verdaderas intenciones del Kremlin. La presión sobre Járkov al norte, la segunda ciudad de Ucrania tras la capital que no pertenece al Donbás; y el mantenimiento de Jerson al sur, que tampoco pertenece a la región objetivo y que constituye la puerta de acceso hacia el puerto de Odesa. El empeño en mantener estos dos esfuerzos a toda costa, cuando el balance de fuerzas sobre el terreno estaba favoreciendo sólo ligeramente a los rusos y a pesar de varios contraataques ucranianos, sugiere que las verdaderas aspiraciones del Kremlin no eran únicamente la conquista del Donbás, como repetidamente habían manifestado, sino algo más.
En mi opinión pretendían mantener unos puntos de apoyo que les permitieran, en una ofensiva sucesiva o posterior (según la evolución de los acontecimientos), llegar a controlar el acceso al mar Negro por el sur llegando hasta Odesa y amenazar Kiev desde Járkov al norte, reduciendo así a Ucrania a una nación intrascendente al despojarla de buena parte de sus recursos económicos, comerciales y energéticos, además de una parte significativa de su territorio. Con ello, básicamente, pretendían desactivar la potencial amenaza que una Ucrania próspera y pro occidental pudiera representar para el futuro de Rusia, mientras se alentaría un mayor acercamiento a Moscú, verdadero país de referencia de Ucrania a ojos del Kremlin.
Las contraofensivas ucranianas
Así las cosas, a finales de agosto, tras meses de penosos avances rusos, las fuerzas ucranianas habían acumulado capacidad suficiente para desencadenar una contraofensiva solvente que permitiera recuperar parte del territorio perdido. Con la ayuda de los sistemas de armas proporcionados por los EEUU, y demás ayuda occidental, la contraofensiva lanzada en el mes de septiembre permitió liberar la ciudad de Járkov de la presión a la que había estado sometida desde el principio del conflicto, recuperando rápidamente una amplia zona al oeste de dicha localidad y poniendo en jaque al ejército ruso, al penetrar de forma decidida en su despliegue. Al mismo tiempo, se eliminaba la ruta de suministros logísticos procedentes de Belgorod (Rusia), dificultando enormemente el abastecimiento de las fuerzas rusas del norte y este de Ucrania.
En esa tesitura las fuerzas de la Federación Rusa se vieron obligadas a replegarse buscando recomponerse y establecerse en defensiva al amparo del río Oskil. Pero este río no ha tenido la entidad suficiente para contener la contraofensiva que ha llegado hasta las localidades más occidentales del norte de la provincia de Donestk, incluyendo la importante ciudad de Limán, y del sur del oblast de Lugansk, perdiendo las fuerzas rusas el control absoluto sobre esta última que hasta ahora retenían.
Días después, cuando por fin los rusos parecían estar conteniendo el avance ucraniano, un nuevo contraataque se desencadenaba al sur del país en torno a la ocupada ciudad de Jerson. Aún pendientes del resultado de los últimos combates, todo parece indicar que la ciudad podría ser recuperada por Kiev en los próximos días o semanas, como anticipa la evacuación de 60.000 civiles de origen ruso de la ciudad y las declaraciones del Comandante de las Fuerzas rusas sobre el terreno, quien señalaba, en relación a la provincia de Jerson, que “habrá que tomar decisiones difíciles”. La pérdida de esta ciudad aúna al valor simbólico de ser la ciudad más importante que conquistaron las fuerzas rusas, el ser el único baluarte de dichas fuerzas en la orilla occidental del río Dniéper, además de ser la clave para el acceso al puerto de Odesa.
Con respecto a Jerson, las autoridades ucranianas temen que las fuerzas rusas, en una operación de falsa bandera, destruyan la presa que da servicio a la Planta Hidroeléctrica de Kakhovka, ubicada aguas arriba del río Dniéper, con la doble finalidad de cubrir el repliegue de sus fuerzas mientras destruyen la infraestructura de producción eléctrica. Esta acción tendría además unas consecuencias devastadoras sobre la propia ciudad de Jerson y las poblaciones ribereñas, al padecer de forma rápida y muy violenta la embestida de la inundación.
Tras el castigo sufrido por las fuerzas rusas, a consecuencia de estas contraofensivas, el Kremlin reaccionó con un nuevo cambio en la estrategia rusa, que se materializó en tres decisiones inmediatas al más alto nivel: la puesta en marcha de los referendos de anexión de cuatro provincias (oblasts) ucranianas, una movilización de reservistas excepcional y la amenaza por parte del presidente Putin del empleo de armas nucleares en el conflicto.
Los referendos de anexión
La puesta en marcha, con el apoyo de las autoridades locales pro rusas, de los referendos para la anexión de las cuatro provincias ucranianas de Donetsk, Lugansk, Jerson y Zaporiyia (alrededor del 15% del territorio de Ucrania), ha sido un movimiento que llevaba gestándose en los últimos meses y del que se sabía que tarde o temprano se iba a llevar a cabo. El modelo, similar al empleado con Crimea en marzo de 2014, permite de facto la anexión de territorios a la Federación Rusa mediante la convocatoria de referendos, celebrados a finales de septiembre, en las cuatro provincias afectadas que, bajo la ocupación militar rusa, difícilmente podrían arrojar otro resultado que el que se produjo: aplastantes mayorías, de entre el 87% y el 99,2%, a favor de unirse a Rusia. Pocos días después el presidente Vladimir Putin firmó los decretos correspondientes, siendo ratificados por la Duma, por unanimidad, el pasado 3 de octubre.
La clave del asunto radica en que, aunque la comunidad internacional en su casi totalidad rechace el resultado, en la práctica pasan a ser territorios de la Federación Rusa a todos los efectos, y muy especialmente en cuanto al compromiso y extensión de su defensa. Nótese que sólo las dos primeras provincias conforman el Donbás, el supuesto y anunciado objetivo del Kremlin. Y si bien es cierto que los rusos puedan tener razones para añadir el sur de Zaporiyia y el sur de Jersón; para permitir la conexión del Donbás con la península de Crimea e impedir el aislamiento de la misma, así como su dependencia de suministros básicos, como el agua; no es menos cierto que a ojos de Kiev supone perder otras dos provincias de un tamaño similar al Donbás. También implicaría ceder una parte significativa de su producción energética (especialmente la del complejo nuclear de Zaporiyia) y permitir una cabeza de puente al oeste del rio Dniéper, en una ciudad importante como es Jerson, lo que hace que esta anexión, además de la del Donbás, sea inaceptable desde el punto de vista ucraniano, aunque conveniente desde la óptica rusa. La inclusión de estas dos nuevas provincias, además del Donbás y de Crimea, añaden un mayor distanciamiento a las posiciones, de por sí ya difícilmente reconciliables, de cara a una posible negociación para el fin del conflicto.
Una movilización excepcional
Otra de las medidas puestas en marcha para reforzar la capacidad ofensiva de las unidades rusas fue la movilización excepcional de parte de sus reservistas, en torno a 300.000. La realidad sobre el terreno es que las unidades rusas han dado un pobre resultado frente a un enemigo que, en principio, se presumía inferior, pero que con el transcurso de los meses ha ido mejorando e incorporando nuevas capacidades, en buena parte proporcionadas por occidente. El resultado es que hoy por hoy constituyen una fuerza creíble que está poniendo en jaque a las fuerzas rusas. Además el Kremlin tiene que reemplazar un número de bajas que se presume elevado, a pesar de que el Ministro de Defensa ruso sólo haya reconocido recientemente la cifra de 6.000, mientras que fuentes ucranianas estiman que serían unas 60.000.
Sea como fuere la realidad es que la movilización ha sido problemática (por las tensiones entre los Gobernadores y los mandos militares), además de impopular, y que los soldados que se incorporen al frente tardarán varios meses en estar realmente preparados para el combate, aunque ya se tienen noticias de que los primeros hayan sido enviados al frente con unos pocos días de instrucción, urgencia que pondría de manifiesto la carencia real de efectivos sobre el terreno y que podría restar efectividad a la medida, transformando a buena parte de los refuerzos en objetivos fáciles para las fuerzas ucranianas.
En este sentido hay que decir que esta medida había sido ya demandada por los jefes militares rusos, seguramente al comprobar cómo las bajas en combate iban mermando la capacidad operativa de las fuerzas a sus órdenes, algo que Kiev viene apuntando desde el repliegue de operacional ruso de finales de marzo. Un elevado número de bajas y la pérdida de territorios, que se daban por conquistados, habrán supuesto, sin duda, un duro golpe para la moral de las fuerzas rusas sobre el terreno. Unidades con insuficiente personal y baja moral son la combinación perfecta que preludia el fracaso en el campo de batalla.
A pesar de la aparente insistencia de sus generales, Putin se había resistido a llevar a cabo esta movilización, consciente del coste político que tal medida le iba a acarrear. En su lugar echo mano de parches militares en forma de combatientes chechenos bajo las órdenes de su líder, Ramzán Kadírov, o el uso de mercenarios del grupo Wagner, financiados por uno de sus leales, Yevheny Prigozhin. La realidad, tozuda como es, ha demostrado que los sucedáneos y remiendos en un asunto serio y complejo, como son las operaciones militares de nuestros días, sólo sirven para engañarse y demorar la toma de medidas que hace meses podrían haber ayudado, pero que ahora seguramente sólo van a suponer un mayor sufrimiento para las fuerzas rusas.
Además y al mismo tiempo han supuesto el enfrentamiento entre los generales más prestigiosos; algunos de la máxima confianza de Putin, como el ministro de Defensa Serguéi Shoigú o el Jefe de Estado Mayor General Valeri Gerasimov; y Kadírov o Prigozhin. Unas desavenencias que, al parecer, son del agrado de Putin, pues las aprovecha para sus maniobras políticas palaciegas, pero que suponen un grave inconveniente para la dirección de la guerra. En este sentido se han escuchado voces que acusan al presidente ruso de excesivas injerencias en las operaciones militares, una desafortunada tentación del mando político que, aunque tenga la responsabilidad de dirigir la contienda, acaba entorpeciendo en las operaciones, más aún si se suman al coro voces tan discordantes como la de Kadírov o la de Prigozhin.
Como complemento a esta movilización excepcional, el presidente Putin firmó, el pasado 19 de octubre, el decreto que impone la ley marcial en todo el territorio de la Federación Rusa, empleando cuatro grados de alerta, desde la máxima, en las cuatro provincias anexionadas y Crimea, hasta la básica, en la mayor parte del resto del territorio ruso, pasando por la media y la elevada. En los dos niveles más altos, máxima y media, se dan poderes especiales a los Gobernadores y otras autoridades locales y se autorizan “otras medidas”, sin especificar, así como el apoyo a la movilización de efectivos.
De esta manera se establece el marco legal y de apoyo necesarios para la movilización, u otras acciones, y la limitación de derechos de la población rusa, de forma que se permita mantener el apoyo a las operaciones y el flujo necesario de personal que los generales habían demandado, una vez que Putin ha sorteado las primeras críticas y ha hecho plenamente partícipe a su pueblo del esfuerzo bélico, decisión política que, como comentaba, se ha resistido a tomar pero que finalmente ha adoptado.
Además, mediante este decreto, ha sentado las bases para la posible creación de una suerte de Fuerzas Territoriales de Defensa que se nutrirían fundamentalmente de la población pro rusa de las nuevas provincias. Un tipo de unidad que a las fuerzas ucranianas les han dado un magnífico resultado.
La amenaza nuclear
Pero seguramente la medida estrella de las tres anunciadas, por su extrema gravedad, sea la de la amenaza nuclear en boca del presidente Putin. Amenaza que ha provocado la pregunta que medio mundo se hace en este momento ¿empleará Rusia armas nucleares en el conflicto?
Hay analistas que apuestan tanto por un sí, en ocasiones rotundo, como por el no, con ciertos matices. Yo creo que la respuesta más honesta, en este momento, es que en realidad no lo sabemos. Y no lo sabemos porque no podemos conocer lo que estará pensando Vladimir Putin, una persona opaca y bastante difícil de interpretar, como ya sucediera en los momentos previos a la invasión, cuando la mayoría de los analistas, entre los que me incluyo, pensábamos que finalmente no invadiría Ucrania. La lógica de Putin no es la occidental, pero no está loco. Sus decisiones responden a una fría racionalidad, que no es la más habitual ni tampoco la nuestra.
Por ello, cualquier opinión en uno u otro sentido debe ser considerada como una mera especulación, pues tiene razones que avalan ambas opciones. Rusia tiene la capacidad y su presidente la voluntad política de usar armas nucleares llegado el caso, como así lo ha manifestado púbicamente. Pero falta un tercer elemento esencial para completar la decisión final de usarlas, que es obtener una clara ventaja estratégica u operacional con este ataque, teniendo a su vez en cuenta todos los inconvenientes que conllevará emplearlas.
Para ello hay que saber qué objetivo atacar, con qué intensidad, en qué momento y si debe estar precedido de una excusa razonable (como la que han difundido estos días del posible empleo de una bomba sucia por parte de Ucrania), al menos, de cara a la propia población rusa. No debemos olvidar que con la movilización especial puesta en marcha, el presidente ruso ha metido de lleno a su opinión pública en el conflicto, por lo que sus propios conciudadanos estarán mucho más atentos y seguramente serán los más críticos ante cualquier evolución de los acontecimientos, mucho más si se emplea finalmente el arma nuclear.
Vladimir Putin es muy consciente que de cara a su pueblo y frente a la historia tendrá que responder a las preguntas de porqué, y porqué en ese preciso momento, tomó la gravísima decisión de desencadenar un ataque nuclear. Por ello me atrevería a decir que ni el propio presidente Putin tiene todavía la certeza de usarla ni en qué momento, aunque tenga muy presente la opción nuclear.
Un revés en las operaciones militares, como al que hemos asistido, conlleva necesariamente una reacción en el campo de batalla que podría justificar el uso de este tipo de armas, como así recoge la doctrina de empleo del arma nuclear rusa. Sin embargo, este revés debería ser casi definitivo para justificar ese ataque.
Pero ¿cuáles serían las consecuencias de un ataque nuclear de Rusia? Vladimir Putin y sus asesores habrán hecho este análisis y saben que supondría cruzar una línea roja. Una línea roja sobre la que se sustenta toda la arquitectura de defensa y seguridad mundiales en materia de armas nucleares, pues los países no poseedores de estas armas han confiado en las garantías de los que sí las poseen, evitando que se desencadene una proliferación desenfrenada que seguramente llevaría a uno o varios conflictos de esta naturaleza. El presidente Putin sabe bien que en materia nuclear es la propia confrontación lo que hay que evitar.
Por ello el equipo de Putin estará analizando con sumo cuidado los incentivos e inconvenientes de este uso. En principio es muy posible que crean que el empleo de estas armas pueda doblegar la voluntad de Occidente y/o la del presidente Zelenski. Sin embargo también es muy probable que pueda provocar el efecto contrario. La posible reacción de occidente, y en especial de EEUU, es clave en este análisis.
Lo que la lógica nuclear establece, ya desde tiempos de la Guerra Fría, es que ninguna potencia nuclear respondería, en caso de ataque a un país sin este armamento, con un contraataque nuclear contra Rusia, pues se arriesga a una escalada que acabaría en la Destrucción Mutua Asegurada (MAD, por sus siglas en inglés). Esta lógica se plantea mediante una simple pregunta que no necesita respuesta: ¿estarían los EEUU, Francia o el Reino Unido dispuestos a sacrificar Londres, Paris o Washington por Kiev?
Por eso los norteamericanos, a través de su Secretario de Defensa, Lloyd Austin, han manifestado que no han visto la necesidad de modificar su actual “postura (de respuesta) nuclear”, mandando así un claro mensaje de cierta tranquilidad al mundo días después de que el presidente Biden declarase de que “El Armagedón nuclear está más cerca que nunca desde la crisis de los misiles de Cuba”. Y es que aunque sea cierto lo que dice el presidente norteamericano, sólo se llegaría al Armagedón nuclear, en este caso, si hubiese respuesta nuclear a un ataque con estas armas por parte de Rusia contra Ucrania.
En ese mismo sentido se ha pronunciado el Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, quien ha señalado que “cualquier ataque nuclear contra Ucrania provocaría una respuesta, no nuclear, pero una respuesta militar tan poderosa que el ejército ruso será aniquilado”. Tampoco el presidente Macron parece dispuesto a responder nuclearmente a Rusia, a tenor de las declaraciones hechas a la cadena France 2 de televisión, en las que sugirió que no respondería con un ataque nuclear. Por su parte el Reino Unido, en palabras de su Secretario de Exteriores, James Cleverly, ha manifestado que habría respuesta, aunque sin especificar cuál. Finalmente y por su parte, tampoco precisó mucho el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, quien dijo que “no entraba en cómo sería la respuesta exacta” pero que “incluso el uso de pequeñas armas nucleares (en referencia a las tácticas)…por supuesto que tendría consecuencias”. Habría que ver, en todo caso, si una vez producido el ataque ruso la OTAN es capaz de llegar al consenso de sus 30 socios, requisito imprescindible para cualquier respuesta por parte de la Alianza.
En consecuencia, y a falta de conocer la posición del Reino Unido (que es poco probable que se desvíe de las demás), Rusia podría descartar de mano la opción de la respuesta nuclear de los tres países nucleares de la OTAN. No obstante debe asegurarse de que, en caso de que ese supuesto no se diera, pueda disponer de la necesaria capacidad de contragolpe tras esa respuesta. Y esa capacidad se la proporcionan sus submarinos con capacidad de lanzar misiles balísticos (SLBM), por lo que la salida al mar de esa flota de submarinos sería una de las últimas advertencias previas que recibiríamos. También el cambio en el estado de alerta en los centros de lanzamiento de misiles intercontinentales balísticos (ICBM) o en las bases de bombarderos estratégicos, la clásica tríada de la Guerra Fría, serían señales preocupantes. Cualquier paso en ese sentido podría ser interpretado por occidente, que tiene capacidad para detectarlo, como que el lanzamiento nuclear puede ser inminente.
Antes de llegar a ese punto hay otro indicador que podría alertar de que el ataque nuclear podría llevarse a cabo en un futuro no muy lejano, como la evacuación de zonas o localidades por parte de los nacionales propios o de países aliados. En ese sentido resulta preocupante que China, Egipto, Serbia, Kazajistán y Uzbekistán, además de muy posiblemente Bielorrusia, Kirguistán, Tayikistán y Turkmenistán, hayan urgido a sus nacionales a abandonar Ucrania lo antes posible. Una mala señal, aunque no concluyente, de lo que estaría por llegar.
En cualquier caso, lo más probable es que la respuesta de occidente sea la que se ha anunciado, un contragolpe convencional que podría infligir daños muy severos o definitivos a las fuerzas convencionales rusas. Occidente, y en especial EEUU, no puede permitir un precedente de empleo del arma nuclear sin que haya respuesta, pues eso alentaría futuras aventuras en ese sentido, además de disparar la proliferación horizontal, es decir la aspiración de conseguir el arma nuclear por países no nucleares. Pero esta reacción de occidente, a su vez, supondrá la entrada en guerra del que la lleve a cabo, desencadenando una escalada convencional y/o nuclear, pues Rusia se defendería posiblemente con todos los medios a su alcance, con más virulencia cuanto mayor haya sido el castigo. Y esta espiral de golpes y contragolpes es muy probable que desencadenara la tan temida III Guerra Mundial, pues unos irían arrastrando a otros al campo de batalla, en una lógica de guerra que el mundo ya ha conocido en dos ocasiones.
Otros elementos a considerar
Hay otras cuestiones que han ido aconteciendo en estos últimos meses, desde mi última reflexión de abril, que conviene apuntar, pues podrían afectar, en mayor o menor medida, al curso de la guerra.
Nord Stream. Como por ejemplo el sospechoso sabotaje de los gaseoductos Nord Stream, el pasado 26 de septiembre. Vladimir Putin esgrimió el razonamiento “cui prodest?” (“¿a quién beneficia?) para culpar sin citar a los EEUU de las explosiones, pues esto aumentaría su exportación de gas a Europa en detrimento de Rusia. Sin embargo, ese mismo argumento se le puede volver en contra si lo que se pretende es castigar a una Europa que ha cerrado filas con los EEUU, buscando fisuras en la Unión. El invierno que está por llegar, sin el gas ruso, se presenta duro y efectivamente pondrá a prueba la cohesión sin apenas fisuras que hasta ahora se ha mantenido.
El puente del Kerch y la respuesta de castigo rusa. El 8 de octubre tuvo lugar un significativo sabotaje en el puente sobre el estrecho de Kerch, un puente que une Crimea con Rusia y por el que discurre una importante ruta de abastecimientos que alimentan el esfuerzo bélico desde el sur de Ucrania. La destrucción del puente, cuya autoría no ha sido reivindicada, pone el foco en Kiev, principal interesado al constituir el puente un objetivo operacional. La cuestión es que este sabotaje, provenga de unos o de otros, ha desencadenado una sucesión de bombardeos de castigo desde el 10 de octubre que, aunque han ido disminuyendo en intensidad, han conseguido dañar las infraestructuras ucranianas críticas de forma severa, como el suministro eléctrico, que en palabras del propio Zelenski, entre el 10 y el 18 de octubre, se había destruido el 30% de las estaciones de suministro eléctrico del país. Además estos bombardeos con misiles, aviación y principalmente con drones, han conseguido aterrorizar a una población que a cierta distancia del frente se había acostumbrado a retomar parcialmente su vida, a pesar de la guerra, con el consiguiente impacto psicológico.
Un nuevo Comandante de Teatro. Es habitual en los conflictos que cuando el resultado de las operaciones militares no logra alcanzar las expectativas de la dirección política se produzca un cambio del comandante militar. Así ha sucedido del lado ruso en dos ocasiones. La primera, comentada en anteriores reflexiones, trataba además de unificar las operaciones en el teatro bajo un solo mando, para lo que se eligió al general Alexander Dvornikov, un veterano del conflicto en Siria donde se ganó el apelativo de “el carnicero de Alepo”. Como ya señalaba entonces, Dvornikov lo tenía complicado por las circunstancias en las asumió su nueva responsabilidad.
Ahora, desde el 8 de octubre, es el turno del general Serguéi Vladímirovich Surovikin, de la misma línea dura que Dvornikov y al que se le atribuye la habilidad de combinar las distintas fuerzas y ejércitos intervinientes en la batalla, como se presume que hizo en Siria, algo que pudo cambiar el rumbo de las operaciones en aquel país. Pero el combate de Ucrania no es el de Siria. Veremos si es capaz de revertir la difícil situación en la que se encuentran las fuerzas rusas, a las que se consideran desmoralizadas y con un bajo porcentaje de cobertura, dado el elevado número de bajas. Tendrá que encuadrar a los nuevos efectivos movilizados y hacer que sus unidades puedan resultar eficaces frente a un ejército ucraniano que está pasando por sus mejores momentos desde el inicio de la contienda.
Conclusión
En materia de confrontación nuclear sólo existe un precedente: la Crisis de los Misiles de Cuba de octubre de 1962. Es una lástima que ninguno de los protagonistas de la cita inicial (ni McNamara, ni Khrushchev, ni Castro) sigan con vida para poder aconsejarnos sobre lo que entonces vivieron. La situación actual, aunque esencialmente distinta, tiene sorprendentes similitudes con la de entonces. Ahora, como entonces, fueron tres los implicados en la escalada, aunque la administración Kennedy y el premier Khrushchev fueron capaces de llegar a un acuerdo, sin importar que los halcones de uno u otro lado aconsejaran la opción nuclear o que Fidel Castro estuviera dispuesto al sacrificio del pueblo cubano, “a pesar de lo duro y terrible que esta solución sería”, “pues no hay otra”, para contener la “agresividad imperialista”, como señalaba en la carta remitida al premier soviético el 26 de octubre de 1962, en el momento más álgido de la crisis.
En 1962 como en 2022, la lógica ante una posible confrontación nuclear sigue siendo la misma: evitar la escalada que desemboque en una guerra que pueda llevar a la destrucción mutua asegurada. Los presidentes Biden y Putin lo saben, como también tuvieron necesidad de aprenderlo de forma apremiante tanto Khrushchev como Kennedy. En consecuencia y llegados a este punto del conflicto, donde se esgrime el posible uso de armas nucleares, la posición de Ucrania, como la de Cuba, podría pasar a no ser central, por lo que la negociación a entablar, igual que en 1962, podría tener más sentido entre las dos potencias nucleares: EEUU y Rusia. Es muy posible que esta haya sido la apuesta de Putin al airear la amenaza nuclear, recuperar el estatus perdido de la Unión Soviética en materia internacional haciendo valer su capacidad de destrucción, mientras busca un futuro acuerdo con los EEUU, sin la participación directa de Ucrania.
Y es posible que estando así las cosas, en este momento de la confrontación y atendiendo al único precedente que nos deja la historia, la vía menos mala para lograr el final del conflicto sin arriesgarse a una escalada nuclear sea precisamente la del acuerdo entre Washington y Moscú, teniendo que excluir de la negociación directa a Kiev, al no ser un interlocutor válido en materia nuclear. La principal dificultad en este caso estribaría en cómo incorporar las aspiraciones de Kiev a la negociación, algo que los norteamericanos tendrán que manejar, llegado el caso, con extraordinaria delicadeza. Asumiendo que será doloroso para Ucrania, como lo fue para Cuba, que sin embargo obtuvo la garantía de no sufrir una nueva invasión a la Isla, como la de Bahía de Cochinos de abril de 1961, circunstancia que aminoró la percepción de deslealtad soviética a ojos del líder cubano. EEUU ya se ha manifestado dispuesto a negociar con Rusia, aunque tanto Moscú como Kiev están todavía muy lejos de la vía del acuerdo al creer ambos contendientes que aún pueden obtener una posición de ventaja en el campo de batalla, cuando no la victoria total en el conflicto.
Lo que sí se puede decir en este momento es que Rusia ha perdido la iniciativa de las operaciones militares, al menos de momento. La contraofensiva ucraniana del mes de septiembre ha cambiado las perspectivas en el campo de batalla. Y si bien es cierto que el Kremlin sigue controlando buena parte del territorio conquistado al comienzo del conflicto, no es menos cierto que el lento progreso de las fuerzas rusas se ha tornado ahora en un agresivo avance de las fuerzas ucranianas que ponen en jaque la “Operación Militar Especial” ordenada por Putin. En consecuencia, para retomar la iniciativa, el presidente ruso ha tomado una serie de medidas excepcionales que no necesariamente garantizarán que recupere la iniciativa, condición necesaria para lograr la victoria.
En este sentido y a las puertas del invierno, los combates podrían disminuir de intensidad, siendo probable que las fuerzas rusas puedan detener el avance ucraniano en un punto no demasiado perjudicial para la Federación, de forma que, una vez encuadrados los nuevos efectivos procedentes de la movilización, puedan reemprender la “Operación Militar Especial” con renovado ímpetu. Esa es, en mi opinión, la esperanza que podría albergar el presidente Putin: unidades reforzadas al mando de un comandante militar más eficaz para encarar una primavera decisiva el año próximo, con un horizonte de nuevas movilizaciones en caso de tener que llevar a cabo esfuerzos de guerra adicionales.
Mientras Europa, y los propios ucranianos, habrán tenido tiempo para experimentar la crudeza de un invierno sin el gas ruso y con carencias de suministro eléctrico, en el caso de buena parte del pueblo ucraniano. Posiblemente Putin espere que eso disminuya la capacidad de resistencia de Kiev y el apoyo europeo a Zelensky, pues estas restricciones a buen seguro pondrán a prueba en los meses venideros la ayuda occidental y el aguante del pueblo ucraniano.
En mi opinión este es el curso más probable que está por venir, a pesar de la amenaza de empleo del arma nuclear esgrimida por Putin, amenaza que no debe ser descartada completamente pero a la que, a mi entender, Putin se resistirá, salvo que perciba que no le queda otra alternativa. Un Vladimir Putin acorralado sería capaz de recurrir a esta opción, como ya lo advirtiera el director de la CIA, el presidente Zelensky o el propio Joe Biden, cuando dijo que “Putin no bromea” al amenazar con este uso.
No obstante, si finalmente el presidente ruso se decidiese a emplear el arma nuclear, se arriesga a una respuesta occidental que podría suponer la destrucción de buena parte de la capacidad militar convencional rusa, lo que sí le obligaría entonces a decidir entre la escalada nuclear o la derrota, un grave y peligrosísimo dilema al que seguramente ni siquiera el presidente ruso quiera enfrentarse y que hace que la opción nuclear sea para él la “ultima ratio”, pues del mismo modo acercaría el Armagedón a Rusia.
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* Fernando Fuster van Bendegem.Ha desempeñado responsabilidades de mando y dirección desde el empleo de Teniente (1986) hasta el de Coronel, de 2013 y hasta julio de 2020, incluyendo la jefatura del Grupo de Artillería Antiaérea de Misiles Hawk-Patriot I/74 y del Regimiento de Artillería Antiaérea nº 72. Diplomado de Estado Mayor, ha dedicado buena parte de su vida profesional a puestos de planeamiento, estudio, análisis y asesoramiento, destacando el de Consejero Técnico en el Gabinete del Jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) y el de Jefe del Área de Análisis Geopolítico en la Secretaría General de Política de Defensa (SEGENPOL). A nivel internacional, ha representado a España en reuniones, cursos y destinos internacionales (Misiles Hawk e Inteligencia Estratégica en EE.UU., EUROFOR en Italia), participando también en misiones de mantenimiento de la paz –Bosnia, Kosovo y Afganistán– y realizando funciones de diplomacia de defensa desde nuestras embajadas en El Cairo y Ammán, como Agregado de Defensa. En la actualidad está en la situación de Reserva y dedicado al ámbito de la seguridad privada, en calidad de Director, así como al análisis geopolítico, en especial el relacionado con los conflictos.
Estimado Fernando, aunque seguramente no me recuerda, nos hemos conocido en algún acto de Sicomoro.
Muy interesante su artículo, no obstante tengo dudas en la similitud con la situación que se vivió en Cuba, que plantea. En mi opinión hay una diferencia fundamental y es la ocupación real de territorio ucraniano, amén de la invasión propiamente dicha, y que no tiene antecedentes similares con la situación que se dió en Cuba (descartando bahía Cochinos, que con perspectiva más bien parece una escaramuza) está circunstancia hace muy difícil que una solución pactada por las grandes potencias, sea aceptada, ni tan siquiera a regañadientes por Ucrania